domingo, 4 de octubre de 2009

LA MOSCA DORADA

Había una vez un hombre llamado Salar, que distinguía lo verdadero de lo falso, y que sabía lo que debía hacerse y lo que no, además de saber mucho acerca del aprendizaje de libros. De hecho, sabía tanto que fue nombrado ayudante personal del muftí Zafrani, un eminente jurisconsulto y juez.
Pero Salar no lo sabía todo; e incluso respecto a las cosas que sabía, no actuaba siempre de acuerdo con su conocimiento.
Un día, cuando había dejado al lado su caso de zumo dulce, una minúscula y trémula mosca dorada se posó en el borde y tomó un sorbo. Después sucedió lo mismo al día siguiente, y al siguiente, hasta que la mosca se hizo más grande y Salar podría verla fácilmente. Pero la mosca había crecido tan lentamente que Salar apenas se daba cuenta de ella.
Finalmente, después de varias semanas durante las que Salar había estado profundamente inmerso en el estudio de un complejo problema legal, éste miró hacia arriba y se dio cuenta de que la mosca parecía mucho más grande de lo que debería ser una mosca. La espantó, e inmediatamente ésta alzó el vuelo, trazó unos círculos sobre el vaso y se fue.
Pero volvió. Cuando descuidaba su vigilancia, tomaba de nuevo un sorbo, posada en el borde del vaso, y bebía todo lo que podía. A medida que transcurrían los días, la mosca se hacía cada vez mayor, y como bebía cada vez más, también empezó a tener un aspecto diferente.
Al principio, Salar la espantaba de un manotazo. Después vio que tenía que utilizar un matamoscas para aplastarla. A veces, la mosca empezaba a mirarle como si tuviera una forma semihumana. Por supuesto, se trataba de un Jinn (genio), y en absoluto de una mosca.
Por fin, Salar gritó a la mosca, y he aquí que ésta respondió diciendo: “No sorbo demasiado de tu bebida, y, además, soy hermosa, ¿verdad?”
Salar se sorprendió al principio, después se asustó y, por último, quedó confundido.
Empezó a apreciar las visitas de la mosca, a pesar de que le estaba bebiendo parte de su limonada. Observaba cómo danzaba la mosca, pensaba en ella mucho tiempo, trabajaba cada vez menos y, a medida que la mosca se hacía más grande, descubrió que él se sentía cada vez más débil.
Salar solía tener dificultades con el muftí, así que se estimuló a sí mismo y decidió acabar con la mosca. Reuniendo todas las fuerzas de su decisión, dirigió contra la mosca un violento golpe, pero ésta se escapó volando, diciendo: “Te has equivocado conmigo, porque yo sólo quería ser tu amiga, pero me iré, si eso es lo que quieres.”
Salar sintió al principio que se había liberado de la mosca de una vez por todas, y se dijo a sí mismo: “La he derrotado, lo cual prueba que soy más poderoso que ella, sea o no un ser humano, un Jinn, o una mosca.”
Entonces, cuando Salar se había convencido a sí mismo de que todo ese asunto se había acabado, la mosca apareció de nuevo. Había crecido hasta ser enorme, y descendía del techo como un resplandeciente lago en forma de un hombre.
Dos enormes manos alcanzaron y agarraron la garganta de Salar.
Cuando el muftí vino a buscar a su asistente, éste yacía en el suelo estrangulado. Una parte de la pared se había derrumbado al paso del Jinn, y todo lo que quedaba como marca de su enormidad era la huella de su mano, tan grande como el costado de elefante, en el encalado de la pared.

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