viernes, 13 de noviembre de 2009

EL HOMBRE CLAVE

Un general cruzaba a caballo una comarca cuando, inadvertidamente, se distanció de sus escoltas y, por completo desorientado, llegó a una aldea.
Los aldeanos se congregaron a su alrededor y él se puso a darles órdenes. Mandó que diesen de comer a su caballo, pero ellos no hicieron caso. Exigió un establo, agua, mantas, pero ninguno se movió.
-Si no me obedecéis inmediatamente -vociferó el general- os castigaré con el máximo rigor.
La autoridad de la aldea le dijo: -No parece que seas muy fuerte. ¿Cómo piensas hacernos algo? ¿ Cómo podrías?
-No se trata de que yo lo haga -les aclaró enfurecido el general-. Interviene la Cadena de Mando.
-¿Y qué es esa Cadena de Mando?
-Bueno, yo doy la orden al coronel, el coronel la transmite al comandante, el comandante al capitán, el capitán al teniente y el teniente al sargento; éste trae un pelotón de soldados, os colocan contra una pared y os fusilan... ¡puff en un santiamén.
-¡Por fin llegamos a algo! -exclamó la autoridad de la aldea-. Ese sargento debe ser un hombre muy poderoso. Hasta ahora sólo te hemos visto a ti. Si desde el primer momento hubiésemos tratado con el sargento ya nos habríamos entendido.

INFORMACIÓN PARA VISITANTES

Los viajeros que llegan a este planeta se alegrarán de saber que posee un sistema para localizar información y definiciones y de este modo contribuir a resolver intrincados problemas.
Este sistema es conocido con el nombre de «diccionarios».
Por supuesto, han ocurrido algunas dificultades de poca importancia.
Cierto visitante que trataba de entender esta cosa llamada humanidad, descubrió que de acuerdo con los diccionarios:
Humano significaba «relativo al hombre o a la humanidad»; el hombre es «la humanidad» o «un ser humano» y humanidad es «el hombre o el ser humano
Pero todo tiene su compensación. Este visitante extrajo sus propias conclusiones sobre lo que esto significaba en verdad. Y en ello basó su conducta
Cuando le preguntaban qué era, él decía:
-Un clerp.
Cuando, al no encontrarlo en sus diccionarios, le preguntaban qué era eso, respondía:
-Es un glomp.
Y esto dio el resultado que él esperaba. La tercera parte de las personas lo tomó por loco, aunque inofensivo, y con ellos no tuvo dificultad ninguna.
Otra tercera parte opinó que algo debía proponerse, algo solapado o deshonesto, y por consiguiente lo condenaron o lo dejaron a un lado, de modo que tampoco con éstos tuvo dificultades.
Los demás creyeron que era un santo.
De esta suerte, gracias a que ninguno sabía quién ni qué era realmente pudo seguir llevando a cabo su trabajo científico con muy pocas interferencias.

EL ASESINO

Como debéis saber, hay muchas clases de bacterias. Algunas son útiles: nos ayudan a digerir los alimentos; otras, que carecen de función discernible, son completamente inofensivas. Y, por supuesto, algunas ocasionan enfermedades.
Un día, cierto microbio peligroso fue atacado repentinamente por otro que lo mató. Una bacteria inofensiva que se encontraba cerca gritó:
-¡Asesino! ¡Este germen no ha hecho daño alguno y, sin embargo, lo has asesinado vilmente!
El criminal dijo:
Si se le hubiese permitido vivir y atacar a la humanidad, o aun a animales, hubiera ocasionado graves perjuicios; quizás hubiese estimulado la acción antibacteriana y podría habernos privado de nuestro tejido anfitrión.
El microorganismo ofendido resopló; conozco a los de tu calaña. Fingiendo poseer grandes luces, os atribuís mayor derecho a disponer de vidas ajenas. Os arrogáis licencias en nombre del conocimiento. No me cabe la menor duda de que estás proyectando que tu próxima víctima sea yo.
-Te ruego que orientes tu atención, a través de este instrumento, a toda una congregación de amigos tuyos que en realidad atacan a un ser humano al que ellos piensan destruir en nombre de la legalidad de la realización de un festín para todos -dijo el otro.
-¿Crees que no tengo nada mejor que hacer -preguntó el idealista ofendido- que obedecer tus órdenes y verme atrapado en un curso de acción que pueda conducirme a mi propio aniquilamiento?
Sin embargo, lo único que el teórico de alto vuelo ha conseguido hacer es enseñar a las bacterias «destructoras» a guardarse sus opiniones. Pero ninguno de los dos bandos entiende realmente al otro.

lunes, 9 de noviembre de 2009

EL HOMBRE Y EL CARACOL

En cierta ocasión un hombre vio un caracol acomodado en una grieta de una pared. Le gritó:
-¡Hola, caracol!
Créase o no, aquel caracol hablaba y oía y le respondió:
-¡Hola, tú! ¿Qué cosa eres?
El hombre contestó:
-Soy un ser humano.
-¿Son ustedes como nosotros! Preguntó el caracol.
-En cierto modo; pero hay muchas cosas que nosotros hacemos y tú no puedes hacer.
-Nómbramelas.
-Bueno, por ejemplo, ustedes tienen ojos sobre una especie de tubos largos, como tallos. Nosotros tenemos tallos también, en el extremo opuesto y los llamamos piernas. En las piernas tenemos pies. Moviendo las piernas y los pies podemos recorrer largas distancias en tiempo muy breve.
-Eso suena extraordinario! ¿Algo más?
-Bueno, no tenemos caparazón. No nos hace falta.
-¿No tienen caparazón? Bueno, supongo que es posible...... ¿Algo más?
-Podemos comunicarnos sin palabras, aun sin estar juntos. El método de que nos valemos es tomar algo, una hoja, por ejemplo, trazar en ella unas marcas llamadas escrituras y enviarla a través de otro ser humano. Y mediante algo llamado «lectura», la persona que la recibe se entera de lo que pensó quien la escribió.
El caracol dijo:
-Lo malo es que tú, al igual que todos los mentirosos, extremas la nota.
Yo te he sorprendido en exageraciones con sólo fingir que te creía. Si te estimulara aun más, absteniéndome de expresar la lógica incredulidad de todo ser racional, me convertiría en cómplice de tus escandalosas mentiras.

CINCO MIL

Un hombre dijo al Custodio de la Puerta de Alepo:
-Hace veinte años que vivo en el Khanqah, el retiro del Maestro de la Época, en Turquestán.
El Custodio preguntó: «¿Que has aprendido?».
-No sé si he aprendido algo -respondió el otro. Mientras estuve allí la gente llegaba y se iba. Algunos eran despedidos, otros se desanimaban. Finalmente yo decidí alejarme.
Dijo el Custodio:
-Hay un gran Sufí que vive al lado del Pequeño Mercado. Quizá pueda darte consejo.
El hombre de Turquestán concurrió al Pequeño Mercado y al ver al gran sufí exclamó:
-¿Eres acaso un impostor? Pues no eres otro que el hombre que durante veinte años se presentaba en el Khanqah y sembraba dudas en mi mente acerca de mi Maestro.
El Sufí sonrió y respondió:
-Uno de mis deberes es poner a prueba a los discípulos, ¿y qué mejor manera de probarlos que ser uno de ellos y criticar y dar pie a su descontento?
-¿Pero qué me dices de los demás? ¿ Es que realmente los otros discípulos eran todos santos que fingían ser otra cosa?
-De tal modo está compuesto el grupo de moradores del Khanqah, que algunos son ignorantes y otros son personas iluminadas que se comportan como si fuesen ignorantes, pero también hay quienes no son ni una ni otra cosa. Sólo ves la superficie. Durante tus dos decenios en el Khanqah, cinco mil de los que no hicieron bulla alguna, a muchos de los cuales ni siquiera miraste y te parecieron ser poco importantes, recibieron su propia iluminación.

DETENED A OG AHORA...

De modo que, por fin, se ha producido el gran «descubrimiento». El archirrebelde, blasfemo, aprendiz de todo y oficial de nada que se llama Og ha intentado una nueva maniobra para llamar la atención. Como se recordará, su último consejo maravilloso fue: «Llevad cinco cosas a un mismo tiempo; en lugar de varios viajes haced sólo uno». El clero, tal como era previsible para cualquier hombre inteligente, no tardó en ponerle término a eso. Naturalmente, fue mera cuestión de tiempo el que Og se apareciese con otra novedad. Si el Gran Tótem hubiese deseado que nos comportásemos como niños, llenándonos los brazos de objetos en chapucero desorden, ya se habría establecido así en los Salmos Mágicos. Sabemos (tal como el Gran Jefe Judú lo declaró muy sabiamente) que es más digno, más propio y más correcto transportar una cosa por vez
Pero nos estamos acostumbrando a Og. Él mismo se calificaría de «innovador». Sin embargo (aun dando por sentada la tesis, que dista de gozar de aprobación general, de que la innovación es buena, pues existen pruebas en contrario), ¿qué innovación hay en la simple repetición, bajo otra apariencia, de la rebeldía y la herejía?
Como ya he dicho, ayer fue «Llevad más de una cosa en un mismo viaje y economizad tiempo». ¿Hoy! Hoy se repite el estilo pueril, aunque la significación implícita en la exhortación es más siniestra. Hoy en día, amigos, es: «Puedo obtener fuego sin frotar juntos dos trozos de madera».
Por supuesto, antes ningún hombre o mujer honestos habría permitido que desde sus labios se insinuasen tan espantosas palabras ni siquiera para refutarlas. Pero vivimos otra época, días de esclarecimiento, días de progreso; días de agitación que siempre serán recordados como una edad en que ningún hechicero progresista, ningún yuyuísta verdaderamente pensante vacilaba ante la necesidad de dar la cara al mal y devolver sus obscenidades a su fétida boca.
¿Hacer fuego «con otro método»? ¿Hacer fuego de cualquier manera, sin haber sido iniciados por el Gran Fetiche en una ceremonia de tal santidad que sólo se la puede realizar cuatro veces por año? ¿Hacer fuego en cualquier momento en que a uno se le ocurra?
No os culparía si vuestras mentes se sintieran confundidas con sólo escuchar este relato. Pero sin duda no serán las mentes perplejas las que solucionarán el asunto. No, eso se logrará con la lógica fría, el pensamiento sereno y eficaz; con La refutación cuidadosa y perfectamente fundamentada.
Por lo tanto, con calma y con lógica, a la par que bajo el imperio de una conciencia humana muy sana, examinemos tales afirmaciones indignantes y carentes de sentido, como inevitablemente deben parecer a cualquiera de nosotros.
La primera consecuencia del absurdo propuesto sería que de nuestras vidas desaparecería toda la belleza, todo el misterio, todo cuanto encierran de bueno las sanciones fundamentales de la moralidad. Del fuego, de la rareza y sublimidad del fuego, por el que muchos han sacrificado sus vidas, por el que tanta gente ha sufrido y tantas más están dispuestas a sobrellevar las máximas penurias, de la rareza y sublimidad del fuego
dependen, en última instancia, los valores supremos. Dicho en pocas palabras: ¿existe algo más sagrado que el fuego?
¿Qué sería del encantador juramento: «Si miento, que el fuego me castigue desde las alturas»? En lugar de venerado, el fuego no tardaría en ser menospreciado Una vez perdido el temor al fuego, la gente mentiría, engañarla, mataría.
Si, estirando al máximo la credulidad y planteando, como un ejercicio meramente hipotético, una situación insensata, el calor del fuego se hallará a disposición de todos, ¿cómo podrían ser valoradas por su rareza, su misericordia divinamente benévola, su estética nutritiva? Hoy en día la gente se gana y logra el derecho al fuego. Les es dado en los templos, como una recompensa. Aquellos a quienes con todo derecho les es negado, tiritan de frío a nuestro alrededor, sirviéndonos de lección a todos, mientras que, como un castigo por el mal cometido experimentan el anticipo de una mayor pena futura.
Y con esto, queridos amigos, es posible que hayamos revelado los verdaderos y sorprendentemente osados motivos del malévolo Og. Con el correr de las generaciones, es cada vez mayor el número de personas a quienes, insisto en que con todo derecho, les ha sido negado el fuego. Naturalmente, no piensan en otra cosa. Y entonces se aparece Og diciendo:
-Puedo adquirir poder sobre la gente mediante promesas ¿Qué quieren? Fuego. ¡Les prometeré fuego!
¿Comprendéis ahora que, de una sola vez, Og puede descargar sus golpes sobre las bases mismas de la civilización? Si promete fuego, los desaprensivos harán por él cualquier cosa. Si de veras logra producirlo, destruirá la sociedad; no quedará nada por lo cual vivir ni morir. Si no consigue producirlo, puede aniquilar, esbirros mediante, a los hacedores del fuego divino en cualquier momento en que lo desee, sólo por simple emoción y fanatismo.
Og dice que somos una sociedad conservadora, tímida e hipócrita. ¿Es conservadorismo alcanzar latitudes cada vez mayores en busca de bisontes salvajes? ¿Es timidez proteger los más bellos sentimientos conocidos por el hombre? ¿Es hipocresía decir: «Estáis procurando socavarnos y no ofrecéis ninguna alternativa por lo que os lleváis»?
Convertir el fuego en un esclavo en vez de un amo; reducirlo a una materia gobernable con la llave de «si» y «no» ¿cómo puede eso ser bueno o conducir a algo?
No, amigos míos, no me gusta Og. No me gusta como habla. No me gusta su apariencia. No me parece casual que sus antepasados hayan pertenecido a una tribu distinta. No creo a Og, ni nada de lo que sus partidarios dicen de él.
¿Podéis concebir un mundo en que Og y los de su estirpe «usen el fuego», incendiando bosques como si él fuese el mismo dios-rayo?
¿Queréis una comunidad donde se califique de cobardes y farsantes a los elementos más progresistas de la sociedad; donde se ataquen sus valores y se declaren extemporáneos sus objetivos y, sobre todo, que esto lo hagan Og y los de su especie?
Y, por último, en un espíritu más liviano, para que el decidido absurdo de todo ello salte a la vista hasta de los más obtusos: ¿Es Og un segundo Glug el Grande, como para que todo el mundo lo escuche?
¿Ha tomado parte Og en nuestras propias actividades progresistas como para que confiemos en él, basándonos en nuestro conocimiento de sus opiniones y creencias? ¿Es respetado por alguna persona a cuya opinión nosotros asignemos valor?
No. Og es, lisa y llanamente, un enemigo. Y siempre son los enemigos más hábiles y peligrosos los que pasan por benefactores.
Por lo tanto, que se difunda este grito: DETENED A OG AHORA...

jueves, 5 de noviembre de 2009

ACTO FALLIDO

Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como
las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca
solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca
encontraban un instante propicio para su unión.
Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban
bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón!
¡Incluso la luna desaparece!
Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se
acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:
"¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"
La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:
"El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."
Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos.
Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con
la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien
voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan
intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la
embriaguez y mezclaron sus dos almas.
La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente
de la situación.
"¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la
estopa? ¿O el carnero a la oveja?"
Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el
imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el
sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de
un día.
La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término
a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el
hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido
en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó
que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza
con las manos.
"¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación
esta suciedad sobre tu cuerpo!"
Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios! El es quien lo
ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son
blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede
con el hombre de nuestra historia.