viernes, 13 de noviembre de 2009

EL HOMBRE CLAVE

Un general cruzaba a caballo una comarca cuando, inadvertidamente, se distanció de sus escoltas y, por completo desorientado, llegó a una aldea.
Los aldeanos se congregaron a su alrededor y él se puso a darles órdenes. Mandó que diesen de comer a su caballo, pero ellos no hicieron caso. Exigió un establo, agua, mantas, pero ninguno se movió.
-Si no me obedecéis inmediatamente -vociferó el general- os castigaré con el máximo rigor.
La autoridad de la aldea le dijo: -No parece que seas muy fuerte. ¿Cómo piensas hacernos algo? ¿ Cómo podrías?
-No se trata de que yo lo haga -les aclaró enfurecido el general-. Interviene la Cadena de Mando.
-¿Y qué es esa Cadena de Mando?
-Bueno, yo doy la orden al coronel, el coronel la transmite al comandante, el comandante al capitán, el capitán al teniente y el teniente al sargento; éste trae un pelotón de soldados, os colocan contra una pared y os fusilan... ¡puff en un santiamén.
-¡Por fin llegamos a algo! -exclamó la autoridad de la aldea-. Ese sargento debe ser un hombre muy poderoso. Hasta ahora sólo te hemos visto a ti. Si desde el primer momento hubiésemos tratado con el sargento ya nos habríamos entendido.

INFORMACIÓN PARA VISITANTES

Los viajeros que llegan a este planeta se alegrarán de saber que posee un sistema para localizar información y definiciones y de este modo contribuir a resolver intrincados problemas.
Este sistema es conocido con el nombre de «diccionarios».
Por supuesto, han ocurrido algunas dificultades de poca importancia.
Cierto visitante que trataba de entender esta cosa llamada humanidad, descubrió que de acuerdo con los diccionarios:
Humano significaba «relativo al hombre o a la humanidad»; el hombre es «la humanidad» o «un ser humano» y humanidad es «el hombre o el ser humano
Pero todo tiene su compensación. Este visitante extrajo sus propias conclusiones sobre lo que esto significaba en verdad. Y en ello basó su conducta
Cuando le preguntaban qué era, él decía:
-Un clerp.
Cuando, al no encontrarlo en sus diccionarios, le preguntaban qué era eso, respondía:
-Es un glomp.
Y esto dio el resultado que él esperaba. La tercera parte de las personas lo tomó por loco, aunque inofensivo, y con ellos no tuvo dificultad ninguna.
Otra tercera parte opinó que algo debía proponerse, algo solapado o deshonesto, y por consiguiente lo condenaron o lo dejaron a un lado, de modo que tampoco con éstos tuvo dificultades.
Los demás creyeron que era un santo.
De esta suerte, gracias a que ninguno sabía quién ni qué era realmente pudo seguir llevando a cabo su trabajo científico con muy pocas interferencias.

EL ASESINO

Como debéis saber, hay muchas clases de bacterias. Algunas son útiles: nos ayudan a digerir los alimentos; otras, que carecen de función discernible, son completamente inofensivas. Y, por supuesto, algunas ocasionan enfermedades.
Un día, cierto microbio peligroso fue atacado repentinamente por otro que lo mató. Una bacteria inofensiva que se encontraba cerca gritó:
-¡Asesino! ¡Este germen no ha hecho daño alguno y, sin embargo, lo has asesinado vilmente!
El criminal dijo:
Si se le hubiese permitido vivir y atacar a la humanidad, o aun a animales, hubiera ocasionado graves perjuicios; quizás hubiese estimulado la acción antibacteriana y podría habernos privado de nuestro tejido anfitrión.
El microorganismo ofendido resopló; conozco a los de tu calaña. Fingiendo poseer grandes luces, os atribuís mayor derecho a disponer de vidas ajenas. Os arrogáis licencias en nombre del conocimiento. No me cabe la menor duda de que estás proyectando que tu próxima víctima sea yo.
-Te ruego que orientes tu atención, a través de este instrumento, a toda una congregación de amigos tuyos que en realidad atacan a un ser humano al que ellos piensan destruir en nombre de la legalidad de la realización de un festín para todos -dijo el otro.
-¿Crees que no tengo nada mejor que hacer -preguntó el idealista ofendido- que obedecer tus órdenes y verme atrapado en un curso de acción que pueda conducirme a mi propio aniquilamiento?
Sin embargo, lo único que el teórico de alto vuelo ha conseguido hacer es enseñar a las bacterias «destructoras» a guardarse sus opiniones. Pero ninguno de los dos bandos entiende realmente al otro.

lunes, 9 de noviembre de 2009

EL HOMBRE Y EL CARACOL

En cierta ocasión un hombre vio un caracol acomodado en una grieta de una pared. Le gritó:
-¡Hola, caracol!
Créase o no, aquel caracol hablaba y oía y le respondió:
-¡Hola, tú! ¿Qué cosa eres?
El hombre contestó:
-Soy un ser humano.
-¿Son ustedes como nosotros! Preguntó el caracol.
-En cierto modo; pero hay muchas cosas que nosotros hacemos y tú no puedes hacer.
-Nómbramelas.
-Bueno, por ejemplo, ustedes tienen ojos sobre una especie de tubos largos, como tallos. Nosotros tenemos tallos también, en el extremo opuesto y los llamamos piernas. En las piernas tenemos pies. Moviendo las piernas y los pies podemos recorrer largas distancias en tiempo muy breve.
-Eso suena extraordinario! ¿Algo más?
-Bueno, no tenemos caparazón. No nos hace falta.
-¿No tienen caparazón? Bueno, supongo que es posible...... ¿Algo más?
-Podemos comunicarnos sin palabras, aun sin estar juntos. El método de que nos valemos es tomar algo, una hoja, por ejemplo, trazar en ella unas marcas llamadas escrituras y enviarla a través de otro ser humano. Y mediante algo llamado «lectura», la persona que la recibe se entera de lo que pensó quien la escribió.
El caracol dijo:
-Lo malo es que tú, al igual que todos los mentirosos, extremas la nota.
Yo te he sorprendido en exageraciones con sólo fingir que te creía. Si te estimulara aun más, absteniéndome de expresar la lógica incredulidad de todo ser racional, me convertiría en cómplice de tus escandalosas mentiras.

CINCO MIL

Un hombre dijo al Custodio de la Puerta de Alepo:
-Hace veinte años que vivo en el Khanqah, el retiro del Maestro de la Época, en Turquestán.
El Custodio preguntó: «¿Que has aprendido?».
-No sé si he aprendido algo -respondió el otro. Mientras estuve allí la gente llegaba y se iba. Algunos eran despedidos, otros se desanimaban. Finalmente yo decidí alejarme.
Dijo el Custodio:
-Hay un gran Sufí que vive al lado del Pequeño Mercado. Quizá pueda darte consejo.
El hombre de Turquestán concurrió al Pequeño Mercado y al ver al gran sufí exclamó:
-¿Eres acaso un impostor? Pues no eres otro que el hombre que durante veinte años se presentaba en el Khanqah y sembraba dudas en mi mente acerca de mi Maestro.
El Sufí sonrió y respondió:
-Uno de mis deberes es poner a prueba a los discípulos, ¿y qué mejor manera de probarlos que ser uno de ellos y criticar y dar pie a su descontento?
-¿Pero qué me dices de los demás? ¿ Es que realmente los otros discípulos eran todos santos que fingían ser otra cosa?
-De tal modo está compuesto el grupo de moradores del Khanqah, que algunos son ignorantes y otros son personas iluminadas que se comportan como si fuesen ignorantes, pero también hay quienes no son ni una ni otra cosa. Sólo ves la superficie. Durante tus dos decenios en el Khanqah, cinco mil de los que no hicieron bulla alguna, a muchos de los cuales ni siquiera miraste y te parecieron ser poco importantes, recibieron su propia iluminación.

DETENED A OG AHORA...

De modo que, por fin, se ha producido el gran «descubrimiento». El archirrebelde, blasfemo, aprendiz de todo y oficial de nada que se llama Og ha intentado una nueva maniobra para llamar la atención. Como se recordará, su último consejo maravilloso fue: «Llevad cinco cosas a un mismo tiempo; en lugar de varios viajes haced sólo uno». El clero, tal como era previsible para cualquier hombre inteligente, no tardó en ponerle término a eso. Naturalmente, fue mera cuestión de tiempo el que Og se apareciese con otra novedad. Si el Gran Tótem hubiese deseado que nos comportásemos como niños, llenándonos los brazos de objetos en chapucero desorden, ya se habría establecido así en los Salmos Mágicos. Sabemos (tal como el Gran Jefe Judú lo declaró muy sabiamente) que es más digno, más propio y más correcto transportar una cosa por vez
Pero nos estamos acostumbrando a Og. Él mismo se calificaría de «innovador». Sin embargo (aun dando por sentada la tesis, que dista de gozar de aprobación general, de que la innovación es buena, pues existen pruebas en contrario), ¿qué innovación hay en la simple repetición, bajo otra apariencia, de la rebeldía y la herejía?
Como ya he dicho, ayer fue «Llevad más de una cosa en un mismo viaje y economizad tiempo». ¿Hoy! Hoy se repite el estilo pueril, aunque la significación implícita en la exhortación es más siniestra. Hoy en día, amigos, es: «Puedo obtener fuego sin frotar juntos dos trozos de madera».
Por supuesto, antes ningún hombre o mujer honestos habría permitido que desde sus labios se insinuasen tan espantosas palabras ni siquiera para refutarlas. Pero vivimos otra época, días de esclarecimiento, días de progreso; días de agitación que siempre serán recordados como una edad en que ningún hechicero progresista, ningún yuyuísta verdaderamente pensante vacilaba ante la necesidad de dar la cara al mal y devolver sus obscenidades a su fétida boca.
¿Hacer fuego «con otro método»? ¿Hacer fuego de cualquier manera, sin haber sido iniciados por el Gran Fetiche en una ceremonia de tal santidad que sólo se la puede realizar cuatro veces por año? ¿Hacer fuego en cualquier momento en que a uno se le ocurra?
No os culparía si vuestras mentes se sintieran confundidas con sólo escuchar este relato. Pero sin duda no serán las mentes perplejas las que solucionarán el asunto. No, eso se logrará con la lógica fría, el pensamiento sereno y eficaz; con La refutación cuidadosa y perfectamente fundamentada.
Por lo tanto, con calma y con lógica, a la par que bajo el imperio de una conciencia humana muy sana, examinemos tales afirmaciones indignantes y carentes de sentido, como inevitablemente deben parecer a cualquiera de nosotros.
La primera consecuencia del absurdo propuesto sería que de nuestras vidas desaparecería toda la belleza, todo el misterio, todo cuanto encierran de bueno las sanciones fundamentales de la moralidad. Del fuego, de la rareza y sublimidad del fuego, por el que muchos han sacrificado sus vidas, por el que tanta gente ha sufrido y tantas más están dispuestas a sobrellevar las máximas penurias, de la rareza y sublimidad del fuego
dependen, en última instancia, los valores supremos. Dicho en pocas palabras: ¿existe algo más sagrado que el fuego?
¿Qué sería del encantador juramento: «Si miento, que el fuego me castigue desde las alturas»? En lugar de venerado, el fuego no tardaría en ser menospreciado Una vez perdido el temor al fuego, la gente mentiría, engañarla, mataría.
Si, estirando al máximo la credulidad y planteando, como un ejercicio meramente hipotético, una situación insensata, el calor del fuego se hallará a disposición de todos, ¿cómo podrían ser valoradas por su rareza, su misericordia divinamente benévola, su estética nutritiva? Hoy en día la gente se gana y logra el derecho al fuego. Les es dado en los templos, como una recompensa. Aquellos a quienes con todo derecho les es negado, tiritan de frío a nuestro alrededor, sirviéndonos de lección a todos, mientras que, como un castigo por el mal cometido experimentan el anticipo de una mayor pena futura.
Y con esto, queridos amigos, es posible que hayamos revelado los verdaderos y sorprendentemente osados motivos del malévolo Og. Con el correr de las generaciones, es cada vez mayor el número de personas a quienes, insisto en que con todo derecho, les ha sido negado el fuego. Naturalmente, no piensan en otra cosa. Y entonces se aparece Og diciendo:
-Puedo adquirir poder sobre la gente mediante promesas ¿Qué quieren? Fuego. ¡Les prometeré fuego!
¿Comprendéis ahora que, de una sola vez, Og puede descargar sus golpes sobre las bases mismas de la civilización? Si promete fuego, los desaprensivos harán por él cualquier cosa. Si de veras logra producirlo, destruirá la sociedad; no quedará nada por lo cual vivir ni morir. Si no consigue producirlo, puede aniquilar, esbirros mediante, a los hacedores del fuego divino en cualquier momento en que lo desee, sólo por simple emoción y fanatismo.
Og dice que somos una sociedad conservadora, tímida e hipócrita. ¿Es conservadorismo alcanzar latitudes cada vez mayores en busca de bisontes salvajes? ¿Es timidez proteger los más bellos sentimientos conocidos por el hombre? ¿Es hipocresía decir: «Estáis procurando socavarnos y no ofrecéis ninguna alternativa por lo que os lleváis»?
Convertir el fuego en un esclavo en vez de un amo; reducirlo a una materia gobernable con la llave de «si» y «no» ¿cómo puede eso ser bueno o conducir a algo?
No, amigos míos, no me gusta Og. No me gusta como habla. No me gusta su apariencia. No me parece casual que sus antepasados hayan pertenecido a una tribu distinta. No creo a Og, ni nada de lo que sus partidarios dicen de él.
¿Podéis concebir un mundo en que Og y los de su estirpe «usen el fuego», incendiando bosques como si él fuese el mismo dios-rayo?
¿Queréis una comunidad donde se califique de cobardes y farsantes a los elementos más progresistas de la sociedad; donde se ataquen sus valores y se declaren extemporáneos sus objetivos y, sobre todo, que esto lo hagan Og y los de su especie?
Y, por último, en un espíritu más liviano, para que el decidido absurdo de todo ello salte a la vista hasta de los más obtusos: ¿Es Og un segundo Glug el Grande, como para que todo el mundo lo escuche?
¿Ha tomado parte Og en nuestras propias actividades progresistas como para que confiemos en él, basándonos en nuestro conocimiento de sus opiniones y creencias? ¿Es respetado por alguna persona a cuya opinión nosotros asignemos valor?
No. Og es, lisa y llanamente, un enemigo. Y siempre son los enemigos más hábiles y peligrosos los que pasan por benefactores.
Por lo tanto, que se difunda este grito: DETENED A OG AHORA...

jueves, 5 de noviembre de 2009

ACTO FALLIDO

Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como
las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca
solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca
encontraban un instante propicio para su unión.
Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban
bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón!
¡Incluso la luna desaparece!
Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se
acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:
"¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"
La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:
"El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."
Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos.
Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con
la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien
voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan
intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la
embriaguez y mezclaron sus dos almas.
La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente
de la situación.
"¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la
estopa? ¿O el carnero a la oveja?"
Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el
imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el
sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de
un día.
La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término
a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el
hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido
en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó
que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza
con las manos.
"¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación
esta suciedad sobre tu cuerpo!"
Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios! El es quien lo
ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son
blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede
con el hombre de nuestra historia.

LAS BABUCHAS PRECIOSAS

Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en
una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo
su haber, se decía:
"¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!"
Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:
"Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada
y nadie entra en ella más que él!
-Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos
de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada."
Llamó a uno de sus emires y le dijo:
"A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo
que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular
tesoros cuando yo soy tan generoso?"
A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto
de linternas y se frotaban las manos diciendo:
"La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo
que encontremos."
De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a
los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:
"Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda
lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo
de calumnias!"
El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon
al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos
sobre Eyaz.
El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo
en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:
"Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para
desviar la atención."
Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos
los agujeros que excavaban les decían:
"Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?"
Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no
había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos
de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Este, fingiendo ignorar su
decepción, les dijo:
"¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde
está entonces la alegría de vuestros rostros?"
Ellos le respondieron:
"¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos
entregamos a tu piedad y a tu perdón.
-No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis
atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más
que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete
un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!"
El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:
"Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de tráición.
¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!
-Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este
manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: "¡El que se conoce,
también conoce a su Dios!" A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las
estrellas. i Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias
no se habrían producido!"

El cambio

Desde su niñez Nasrudín fue llamado el “disconforme”.
Sus familiares se habían acostumbrado tanto a su hábito de hacer siempre lo contrario, que cuando ellos querían algo de él le ordenaban que hiciera lo opuesto.
El día que cumplió 14 años Nasrudín, junto con su padre conducía al mercado un burro cargado de harina. Al despuntar el alba, cruzaban un torrente por un desvencijado puente de sogas cuando la carga empezó a ladearse.
-Pronto Nasrudín, (gritó al padre), levanta la carga por la izquierda o perderemos la harina.
Inmediatamente Nasrudín alzó la parte izquierda de la carga, haciendo que ésta terminara por desequilibrarse y la harina cayera al agua.
-¡Tonto, ridículo!, (exclamó el padre). ¿No es que hacías siempre lo contrario? ¿No te indiqué el lado izquierdo de la carga para que lo hicieras por el derecho?.
-Si padre. Pero ahora tengo 14 años. Desde el amanecer se considera que soy un adulto sensato y, por lo tanto, cumplo las órdenes.

lunes, 2 de noviembre de 2009

HAZ MAS QUE REÍRTE DE LOS TONTOS

Había una vez un tonto a quien se le encargó comprar
harina y sal. Llevó un plato para cargar sus compras.
"Cerciórate", dijo el hombre que lo enviaba, "de no
mezclar ambas cosas; las quiero separadas".
Cuando el tendero había llenado el plato con harina
y estaba midiendo la sal, el tonto dijo: "No la mezcles
con la harina; mira, te enseñaré dónde ponerla".
Y dio vuelta el plato, mostrándole la superficie del
dorso donde podía poner la sal.
La harina, por supuesto, cayó al piso.
Pero la sal estaba segura.
Cuando el tonto regresó dijo al hombre que lo había
mandado: "Aquí está la sal".
"Muy bien", dijo el otro hombre, "pero, ¿dónde está
la harina?"
"Debía de estar aquí", dijo el tonto, dando vuelta
el plato.
Tan pronto lo hizo, la sal cayó al piso y la harina,
por supuesto, no estaba ahí.
Así pasa con los seres humanos. Al hacer una cosa
que les parece bien hecha, pueden anular otra que es
igualmente correcta. Cuando así sucede con pensamientos
en vez de acciones, el hombre está perdido y ya no
importa que basado en sus reflexiones considere que su
pensamiento ha sido lógico.
Tú te has reído con el chiste del tonto. ¿Podrías
hacer algo más y considerar tus propios pensamientos
como si fueran la sal y la harina?

SU EXCELENCIA

Por una serie de malas interpretaciones y coincidencias
Mulá Nasrudín se encontró un día en la sala de
audiencia del Emperador de Persia.
El Shahinshah estaba rodeado de nobles egoístas, gobernadores
de provincia, cortesanos y aduladores de
todo tipo. Cada uno hacía lo posible para obtener el
nombramiento de embajador en la comitiva que pronto
partiría hacia la India.
La paciencia del emperador estaba por acabarse y
alzó su rostro por encima de la insistente audiencia,
invocando mentalmente la ayuda del Cielo para resolver
su problema respecto de quién escoger. Entonce»
sus ojos tropezaron con el Mulá Nasrudín.
Y anunció: "Este hombre será mi embajador, de manera
que dejadme en paz".
Vistieron a Nasrudín con ricos atuendos y se le
encomendó un enorme baúl con rubíes, diamantes, esmeraldas
y preciosas obras de arte: el regalo del Shahinsah
para el Gran Mogol.
Sin embargo, los cortesanos no estaban conformes.
Unidos por primera vez, ya que sus pretensiones habían
sido afrentadas, decidieron planear la caída del Mulá.
Se introdujeron en su cuarto y robaron las joyas que
se repartieron entre ellos, reemplazándolas con tierra
para que el baúl tuviera el mismo peso. Después fueron
a ver a Nasrudín, determinados a arruinar su embajada,
a crearle dificultades y de paso desacreditar también
a su amo.
"Felicitaciones, gran Nasrudín", le dijeron, "lo que
la Fuente de Sabiduría, Pavo Real del Mundo, ha ordenado
debe ser la esencia de toda la sabiduría. Por lo
tanto te saludamos. Sin embargo, hay un par de puntos
sobre los cuales te podríamos aconsejar, ya que estamos
acostumbrados a desempeñarnos en las embajadas
diplomáticas".
"Os estaría muy agradecido", dijo Nasrudín.
"Muy bien", dijo el jefe de los intrigantes. "Primero,
has de ser humilde. Por eso, para evidenciar cuan
modesto eres, no debes mostrar ninguna señal de auto-
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importancia. Cuando llegues a la India debes entrar
en todas las mezquitas que veas, y hacer colectas para
ti mismo. Segundo, debes observar las reglas de etiqueta
de la corte del país en el que has sido acreditado.
Esto quiere decir que te referirás al Gran Mogol como
'la Luna Llena'".
"¿Pero no es ése uno de los títulos del emperador
de Persia?"
''Ño en la India".
Nasrudín partió. El emperador persa le dijo antes
de salir: "Ten cuidado, Nasrudín. Observa estrictamente
las costumbres, pues el Mogol es un emperador
muy poderoso y debemos impresionarlo sin ofenderlo
en ninguna forma".
"Estoy bien preparado, Majestad", dijo Nasrudín.
Tan pronto estuvo en el territorio de la India, Nasrudín
entró en una mezquita y subió al pulpito: "¡Oh
gente!", gritó, "¡ved en mí al representante de la Sombra
de Alá sobre la Tierra! El Eje del Globo, jSacad
vuestro dinero, pues estoy haciendo una colecta!"
Esto lo repitió en todas las mezquitas que encontró
a lo largo de todo el camino desde Baluchistán hasta
la ciudad imperial de Delhi.
Reunió una gran cantidad de dinero. "Haz lo que
quieras con él", le habían dicho los consejeros, "pues
es el producto del crecimiento intuitivo y de las dádivas
y, como tal, creará su propia demanda". Querían
que el Mulá se expusiera al ridículo por recolectar dinero
en forma tan "vergonzosa". "Los santos deben vivir
de su santidad", exclamaba Nasrudín en una mezquita
tras otra. "No rindo cuentas ni espero que se me rindan.
Para vosotros el dinero es algo que acumuláis
después de haberlo conseguido. Lo podéis cambiar por
cosas materiales. Para mí, es parte de un mecanismo.
Soy el representante de una fuerza natural de crecimiento
intuitivo, dádiva y desembolso".
Ahora, como todos sabemos, el bien a menudo resulta
del mal aparente, y viceversa. Aquellos que creían
que Nasrudín estaba llenando sus propios bolsillos, no
contribuían. Por alguna razón, sus asuntos no prosperaban.
Aquellos que se consideraban creyentes y dieron
su dinero, se hicieron ricos de manera misteriosa. Pero
regresemos a nuestra historia.
Sentado en el Trono del Pavo Real, en Delhi, el
emperador estudiaba los informes que le llevaban los
cortesanos diariamente, describiendo la marcha del
embajador persa. Al principio no comprendía nada.
Luego convocó a su consejo.
"Caballeros", dijo, "este Nasrudín debe ser un santo
o alguien guiado por la divinidad. ¿ Quién ha oído jamás
de alguien que viole el principio de no pedir dinero
sin una buena razón, por temor a que sus motivos se
interpreten incorrectamente?"
"Que tu sombra nunca disminuya", contestaron todos,
"oh, infinita extensión de toda la Sabiduría; estamos
de acuerdo. Si hay hombres así en Persia, debemos
cuidarnos, pues es evidente su superioridad moral
sobre nuestra perspectiva materialista".
Entonces llegó de Persia un mensajero, con una carta
secreta en la cual los espías que el Mogol tenía en la
corte imperial le informaban: "Mulá Nasrudín es un
hombre sin importancia en Persia. Fue escogido como
embajador absolutamente al azar. No podemos entender
por qué razón el Shahinshah no fue más exigente".
El Mogol reunió a su consejo. "¡Incomparables Pájaros
del Paraíso", les dijo, "un pensamiento se ha
manifestado en mí. El emperador de Persia ha escogido
a un hombre al azar para representar a su nación
entera. Esto puede significar que está tan confiado
en la sólida calidad de su pueblo que, para él, cualquiera
eptá calificado para asumir la delicada tarea de s«r
embajador en ¡a sublime corte de Delhi. Esto indica
el grado de perfección que han alcanzado y los sorprendentes
e infalibles poderes de intuición que cultivan.
Debemos reconsiderar nuestro deseo de invadir
Persia, pues gente de esta naturaleza podría fácilmente
aniquilar nuestros ejércitos. Su sociedad está organizada
sobre bases diferentes de la nuestra".
"¡Tienes razón, Supremo Guerrero de las Fronteras!",
dijeron los nobles hindúes.
Pasado un tiempo, Nasrudín llegó a Delhi. Iba montado
sobre su viejo burro, seguido por su escolta, que
iba muy cargada con los sacos de dinero que había
recolectado en las mezquitas. El baúl del tesoro iba
sobre un elefante, ya que su tamaño y peso eran enormes.
Nasrudín fue recibido en la puerta de Delhi por
el maestro de ceremonias. El emperador estaba sentado
con sus nobles en un inmenso patio, que era la
Sala de Recepción de los Embajadores. Todo se había
dispuesto para que la entrada fuera muy baja. Como
consecuencia, los embajadores se veían obligados a
desmontar y a entrar a pie hasta donde se encontraba
la Presencia Suprema, dando así la impresión de que
venían a suplicar. Sólo un hombre de igual importancia
podía entrar a caballo hasta llegar al Emperador.
Sin embargo, jamás ningún embajador había llegado
montado sobre un burro, y por tanto no había nada que
detuviera a Nasrudín para que pasara por la puerta
y llegara hasta el trono imperial.
El rey hindú y sus cortesanos intercambiaron miradas
significativas al presenciar este hecho.
Nasrudín desmontó ágilmente, se dirigió al rey como
"la Luna Llena" y pidió que se acercara el cofre del
tesoro.
Cuando lo abrió y se vio la tierra, hubo un momento
de consternación.
"Mejor no digo nada", pensó Nasrudín, "pues no
hay nada que pueda mitigar esto", de manera que se
quedó callado.
El Mogol le susurró a su visir: "¿Qué significa esto?
¿Es un insulto a la Eminencia Suprema?"
Incapaz de creerlo, el visir pensó profundamente.
Después dio esta interpretación:
"Oh, Presencia, es un acto simólico", murmuró. "El
Embajador quiere deciros que os reconoce como el
Amo de la Tierra. ¿Acaso no os llamó Luna Llena?"
El Mogol se tranquilizó. "Estamos contentos con el
regalo del Shahinshah persa, pues no tenemos necesidad
de riquezas, y agradecemos la sutileza metafísica
del mensaje".
"Se me ha encomendado decir", dijo Nasrudín, recordando
la "frase esencial para la entrega de los regalos"
que le habían dado los intrigantes en Persia, "que
esto es todo lo que tenemos para ti, Majestad".
"Eso quiere decir que Persia no nos dará un gramo
más de su suelo", le susurró al rey el arúspice.
"Dile a tu amo que entendemos", sonrió el Mogol.
"Pero hay un punto más: si yo soy la Luna Llena, ¿que
es el emperador de Persia?"
"La Luna Nueva", dijo Nasrudín, automáticamente.
"La Luna Llena es más madura y da más luz que
la Luna Nueva, la cual es más joven", le susurró el
astrólogo de la corte al Mogol.
"Estamos contentos", dijo el indio, deleitado. "Puedes
regresar a Persia y decirle a la Luna Nueva que
la Luna Llena lo saluda".
Los espías persas en la corte de Delhi inmediatamente
mandaron un informe completo de este diálogo
al Shahinshah. Agregaron que era de todos conocido
que el emperador Mogol había quedado impresionado,
y temía planear la guerra contra los persas, como resultado
de las actividades de Nasrudín.
Cuando regresó, el Shahinshah recibió al Mulá con
toda su corte. "Estoy más que contento, amigo Nasrudín",
dijo, "con el resultado de tus métodos no ortodoxos.
Nuestro país está a salvo, y esto quiere decir
que no se hará la investigación acerca de las joyas o
las colectas en las mezquitas. De ahora en adelante
se te concederá el título especial de Safir (Emisario)".
"Pero, Majestad", le susurró el visir, "este hombre
es culpable de alta traición, si no más. Tenemos
evidencia perfecta de que aplicó uno de tus títulos al
emperador de Ja India, con lo cual cambió su lealtad
y le dio mala reputación a uno de tus magníficos
atributos".
"Sí", vociferó el Shahinshah, "los sabios han dicho
sabiamente que para cada perfección hay una imperfección.
¡Nasrudín.', ¿por qué me llamaste la Luna
Nueva?"
"Yo no sé de protocolo", dijo Nasrudin, "pero sí
sé que la Luna Llena está a punto de desaparecer y
la Luna Nueva está creciendo, con sus mayores glorias
todavía por delante".
El ánimo del emperador cambió. "Apresad a Anwar,
el Gran Visir", gritó. "¡Mulá, te ofrezco el puesto de
Gran Visir!"
"¿Cómo podría aceptarlo", dijo Nasrudín, "después
de ver con mis propios ojos lo que le sucedió a mi
predecesor?"
¿Y qué pasó con las joyas y tesoros que los malos
cortesanos habían usurpado del cofre del tesoro? Esa
es otra historia. Como dijo el incomparable Nasrudín:
"Sólo los niños y los tontos buscan causa y efecto
en la misma historia"

EL CAZADOR DE SANDIAS

Había una vez un hombre que salió de su país, se
extravió y fue a dar al mundo conocido como el País
de los Tontos.
Pronto vio a un grupo de personas que corrían aterrorizadas,
alejándose de un campo donde habían intentado
sembrar trigo. "¡Hay un monstruo en ese campo!",
decían. Miró y vio que era una sandía.
Se ofreció para matar al "monstruo". Después de
arrancar la sandía de la rama, cortó un pedazo y empezó
a comerlo. El terror que les produjo fue aún
mayor que el que les había causado la sandía.
Lo ahuyentaron con horquillas, gritando: "Nos matará
también a nosotros, a menos que nos deshagamos
de él".
Sucedió que en otro tiempo, otro hombre también
se extravió y llegó ni País de los Tontos, y comenzó a
sucederle lo mismo. Pero en vez de ofrecerles ayuda
contra el "monstruo", estuvo de acuerdo con ellos en
que seguramente era peligroso y al alejarse de él, silenciosamente,
junto con todos, ganó su confianza. Pasó
un largo tiempo en sus casas, hasta que les pudo enseñar,
poco a poco, los hechos básicos que les permitieran
no sólo perder el miedo que tenían a las sandías,
sino hasta cultivarlas para su beneficio.