jueves, 29 de octubre de 2009

EL OSO

Una vez un hombre salvó la vida a un oso, que le cobró apego y agradecimiento por lo que había hecho.
El hombre, cansado, se acostó a dormir, con el oso a su lado.
Pasó por allí otro hombre que le advirtió que tuviera cuidado, pues según le dijo, tener a un necio por amigo era peor que tenerlo por enemigo.
Pero el primer hombre pensó que el segundo decía aquello por pura envidia y no tuvo en cuenta sus palabras. Llegó a pensar que el otro hombre quería despojarlo de la seguridad que le aportaba aquel compañero fiel.
Pero cuando se acostó y se quedó dormido, el oso vio que se acercaban las moscas e intentó matarlas con una piedra; y, al hacerlo mató al hombre que lo había salvado.

LAS LOCURA DE DHUN´NUN

Dhun´Nun tenía un comportamiento que la gente corriente consideraba propio de un loco, y lo recluyeron en un manicomio.
Algunos amigos suyos fueron al manicomio para ver como estaba.
Les parecía que quizá se hubiera estado comportando así de manera intencionada, para que la gente aprendiera de él.
Cuando los vio, les gritó, les preguntó quienes eran y les amenazó.
Le explicaron que eran sus amigos y que habían venido a interesarse por su bienestar y a manifestar que no creían que estuviera loco de verdad.
Dhun´Nun les tiró palos y piedras, y ellos huyeron de su locura, pues por tal la tomaron.
Entonces Dhun´Nun se rio y explicó:
-Creían haber entendido que solo me estaba haciendo pasar por loco; pero en cuanto me ven hacer el loco, se imaginan que lo estoy.

EL SEDIENTO Y EL AGUA

Un hombre sediento llegó junto a un arroyo.
No alcanzaba el agua, pues había un muro que él no podía salvar.
Tomó un ladrillo del muro y lo arrojó al agua, produciendo un ruido delicioso para sus oídos.
Siguió haciendo lo mismo, ladrillo tras ladrillo, hasta que la gente le preguntó por qué hacía aquello.
-Tengo dos motivos –dijo-. El primero es que me gusta el sonido del chapoteo del agua, que es música para los oídos del sediento. El segundo es que con cada ladrillo que arranco del muro me acerco más al nivel del agua.
Cuanta más sed tiene el hombre, más anhela el sonido mismo del agua, y con más prisa arranca los ladrillos del muro.

martes, 27 de octubre de 2009

FAVOR DIVINO

Muy cerca del Temén, en la ciudad de Darván, vivía un hombre lleno de generosidad, de
bondad, de madurez y de razón. Su morada era el lugar de reunión de los desheredados,
de los pobres y de los melancólicos. Tenía la costumbre de distribuir la décima parte de
sus cosechas.
Cuando el trigo se convertía en harina y hacían pan con ella, distribuía la décima parte
de él. Cualquiera que fuese la naturaleza de su cosecha, hacía así, cuatro veces al año,
esa distribución.
Un día dio estos consejos a sus hijos:
"Cuando yo haya muerto, perpetuad esta tradición para que el favor divino esté sobre
vuestra cosecha. El fruto de una cosecha proviene de lo desconocido, pues es Dios quien
nos lo proporciona. Si disponéis adecuadamente de sus larguezas, la puerta del provecho
se abrirá para vosotros. Así hacen los campesinos que siembran sin esperar ya una parte
de su cosecha. Puede suceder que lo sembrado sea más importante en cantidad que el
resto. ¡Qué importa! ¡Tienen confianza! El zapatero se priva igualmente de todo para comprar
pieles, pues ésa es la fuente de sus ingresos. Pero la tierra o el cuero no son, de hecho,
sino velos. Y la verdadera fuente de ganancia es lo que Dios nos ofrece. Si restituís
vuestras ganancias a la fuente, recuperáis vuestra apuesta centuplicada. Imaginad que
hayáis colocado vuestras ganancias en el lugar en el que suponéis que se encuentra su
fuente y que nada brota durante dos o tres años. No os queda ya sino implorar a Dios.
"No lo olvidéis: El es quien nos procura alegría y embriaguez, no el vino ni el hachís. Ninguna
ayuda verdadera nos vendrá de vuestros tíos, de vuestros hermanos, de vuestro padre
o de vuestros hijos. Sabedlo: llegará un día en que ellos se alejarán de vosotros y
vuestros amigos se volverán enemigos. Durante toda vuestra vida no habrán hecho sino
obstaculizar vuestro camino, igual que ídolos.
"Si un amigo se aleja de ti con rencor, celos o cólera, no te apenes. Muy al contrario, da
limosnas y da gracias a Dios pues no estabas ligado a ese amigo sino por ignorancia. Pero
ahora te has liberado de sus redes. Busca, pues, un verdadero amigo. El verdadero
amigo es aquel cuya amistad no se deja enfriar por nada, ni siquiera por la muerte.
"No olvidéis esto: sembrad vuestra semilla en la tierra de Dios para que vuestra cosecha
esté al abrigo de los ladrones y de las calamidades. En cualquier momento el diablo nos
amenaza con la pobreza. No le sirvamos de pieza de caza. Por el contrario, démosle caza
nosotros, pues no es digno que el halcón del sultán sea cazado por una perdiz."
Pero este sabio sembraba la semilla de la sabiduría en un terreno árido. En las palabras
del sabio se encuentran miles de exhortaciones útiles. Pero hace falta oído para oírlas.
¡Quién mejor que los profetas para aconsejar, puesto que sus palabras hacen moverse
las montañas!
Las montañas han aprovechado sus consejos, pero muchos hombres les arrojaron piedras.
Así es como, hipnotizados por la idea de sacrificar una décima parte de sus ganancias,
muchos hombres olvidan el favor divino que obtendrían obrando así.

¡Me parece que eres tú!

En la plaza del mercado, Nasrudín, profundamente absorto,: recitaba una oda:
“¡Oh, mi bienamada!
Mi ser interior todo está tan colmado de ti.
Que todo lo que se presenta ante mi vista.
¡Me parece que eres tú!”.
Un bromista gritó:
-¿Y qué pasa si un tonto aparece ante tu vista?
Sin detenerse, como si fuera un estribillo, el Mulá continuó:
-¡...Me parece que eres tú!

ORGULLO

Un pavo real estaba arrancándose las plumas. Acertó a pasar por allí un sabio, que le dijo:
"¡Oh, pavo real! ¿Por qué pretendes afearte? Es una lástima arrancar tan hermosas plumas.
¿Cómo tienes valor para estropear ese maravilloso atavío? Tus plumas son universalmente
apreciadas. Los nobles se hacen abanicos con ellas. Los sabios se hacen marcapáginas
para el Corán. ¡Qué ingratitud la tuya! ¿Has pensado alguna vez en El que ha
creado esas plumas o es que lo haces adrede? Nunca podrás reponerlas en su sitio. No
te laceres el cuerpo por pesar, pues eso no es más que blasfemia."
Al oír estos consejos, el pavo real se puso a llorar y sus lágrimas emocionaron a toda la
concurrencia. El sabio continuó:
"He cometido un error. No he hecho más que aumentar tu pena."
El pavo real siguió regando el suelo con sus lágrimas y su llanto era como centenares de
respuestas. Dejando al fin de llorar, dijo al sabio:
"Tú ves los colores y percibes los olores. Por esta razón es por lo que no comprendes la
multitud de tormentos que me cuestan estas plumas. ¡Oh, cuántos cazadores han lanzado
flechas contra mí para poder apoderarse de ellas! Ya no tengo fuerza para resistir esta
caza perpetua. Sólo me queda el recurso de separarme de mis atractivos y refugiarme en
el desierto o en la montaña. ¡Cuando pienso que hubo un tiempo en el que estas plumas
eran mi orgullo!"
Cada instante de orgullo es una maldición para los vanidosos.

EL ELEFANTE

En un establo oscuro había sido encerrado un elefante originario de la India. La población,
curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en el establo. Como no se veía
apenas a causa de la falta de luz, la gente se puso a tocar al animal. Uno de ellos tocó la
trompa y dijo:
"¡Este animal se parece a un enorme tubo!"
Otro tocó las orejas:
"¡Diríase más bien un gran abanico!"
Otro, que tocaba las patas, dijo:
"¡No! ¡Lo que se llama un elefante es desde luego una especie de columna!"
Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera.
Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo.

LA MUJER ESTÉRIL

Un hombre consultó a un médico pues su esposa
no podía concebir. El médico examinó a la mujer, le
tomó el pulso y dijo:
"No puedo tratar su esterilidad porque he descubierto
que de todas maneras morirá dentro de cuarenta
días."
Después de escuchar tal afirmación la mujer quedó
tan preocupada que no pudo comer durante los cuarenta
días siguientes.
Pero no murió en el plazo señalado.
Volvió el marido a consultar al médico quien le dijo:
"Sí, lo sabía; ahora será fecunda". El esposo preguntó
de qué manera había sucedido ese cambio y el doctor
le respondió: "La exagerada obesidad de tu esposa
interfería en su fertilidad. Sabía que lo único que
le haría olvidar la comida sería el temor a la muerte.
Por tanto, ya está curada". El conocimiento es un
problema muy peligroso.

viernes, 23 de octubre de 2009

El hombre que solamente veía lo obvio

Un buscador de la verdad, tras muchas vicisitudes, finalmente encontró a un hombre iluminado, dotado de la percepción de aquellas cosas que no son accesibles a todos.
El buscador le dijo: "permíteme que te siga para poder aprender, mediante la observación, aquello que has alcanzado".
El sabio contesto: "no serás capas de soportarlo, pues no tendrás la paciencia para mantenerte diligentemente en contacto con la medula de los hechos. Trataras de actuar con formas obvias en lugar de aprender".
El buscador prometió que trataría de ejercitar su paciencia y aprender de las cosas que sucedían, y no actuaría de acuerdo con prejuicios existentes.

"Entonces impongo una condición, dijo el sabio, y es que nada deberás preguntar sobre hecho alguno hasta tanto yo te de una respuesta".
El buscador accedió vehementemente y ambos comenzaron una travesía.
Tan pronto abordaron un bote que los llevaría a través de un ancho río, el sabio hizo secretamente un agujero en el fondo, con lo cual la barca comenzó a hacer agua, pagando la ayuda del botero con una acción ingrata.
El buscador no pudo contenerse. ¡Puede que la gente se ahogue, el bote se hundirá y se perderá! ¿Es esta la acción de un hombre bondadoso?
Te dije, ¿no es así?, observo el sabio suavemente, que no serias capaz de evitar sacar conclusiones precipitadamente.
Ya había olvidado la condición, dijo el buscador. Y pidió que se le perdonara el desliz. Pero estaba muy perplejo.
Su viaje continuo hasta que llegaron a un país donde fueron bien acogidos, bienvenidos por el rey e invitados a salir de caza con el.
El pequeño hijo del rey cabalgaba delante del sabio. Tan pronto como este y el buscador quedaron separados del resto de los cazadores por un seto, el sabio dijo: "pronto, sígueme tan rápidamente como te sea posible". Torció un tobillo del joven príncipe, deposito a este en un matorral y cabalgo velozmente hasta transponer las fronteras del reino.
El buscador quedo abrumado por la impresión y el sentimiento de culpa de haber sido participe de este crimen. Retorciéndose las manos exclamo: "¡Un rey nos brindo su amistad, nos confió a su hijo y heredero, y nosotros lo hemos tratado en forma abominable! ¿Que clase de conducta es esta? ¡Indigna del mas vil de los hombres!"
El sabio simplemente se volvió hacia el buscador y le dijo: "Amigo, estoy llevando a cabo aquello que debo realizar. Tu eres un observador, y poca gente siquiera alcanza esta posición. Habiéndola alcanzado, me parece que no puedes hacer ningún uso de ella, pues estas juzgando desde tu invariable postura de prejuicio. Nuevamente te recuerdo tu promesa."
"Reconozco que no estaría que de no ser por mi promesa y que esta promesa me ata", dijo el buscador. "Por lo tanto, por favor, perdóname una vez mas, encuentro difícil romper el habito de actuar partiendo de suposiciones. Si te interrogara una sola vez mas, despídeme de tu compañia".
Siguieron su viaje.
Al llegar a una ciudad grande y prospera, los viajeros pidieron algo de comer, pero nadie les dio siquiera una migaja. La caridad era desconocida aquí, y las sagradas obligaciones de la hospitalidad habían sido olvidadas. Por el contrario, perros salvajes fueron echados sobre ellos. Cuando llegaron a los limites de la ciudad, hambrientos, desfallecientes y sedientos, el compañero del buscador dijo: "Detente aquí un momento, junto a esta pared en ruinas, pues debemos repararla".
Trabajaron durante algunas horas, mezclando barro, paja y agua hasta que la pared quedo restaurada.
El buscador estaba tan exhausto que su disciplina lo abandono y dijo: "No nos pagaran por esto. Dos veces hemos pagado bien por mal. Ahora pagamos el mal con un bien. He llegado al limite de mi tolerancia y no puedo ir mas lejos": "Deja de temer", dijo el sabio, "y recuerda que dijiste que si me interrogabas una sola vez mas, deberías despedirte. Nuestros caminos se separan aquí, pues tengo mucho que hacer".
"Antes de dejarte, te explicare el significado de algunas de mis acciones, de manera que tal vez un día puedas nuevamente ser capaz de emprender un viaje como este":
"El bote que dañe, se hundió y no pudo ser confiscado por un tirano que estaba apoderándose de todos los botes para una guerra. El niño cuyo tobillo torcí no llegara a ser un usurpador, ni siquiera a heredar el reino, pues la ley dice que solamente los físicamente perfectos pueden regir a la nación. En esta ciudad de odio hay dos pequeños huérfanos. Cuando hayan crecido, la pared de desmoronara nuevamente y revelara el tesoro escondido dentro de ella, que es su patrimonio. Ellos serán lo suficientemente fuertes como para tomar posesión de el y reformar toda la ciudad, pues este es su destino".
"Ahora vete en paz, Estas despedido".

LA CIUDAD

Un servidor del sultán de Bujara había sido desterrado por su amo a consecuencia de
una denuncia calumniosa. Durante diez años, el pobre hombre había vagado de país en
país, abrasado por el fuego de la nostalgia. Un día, habiendo perdido la paciencia, decidió
volver a Bujara. Se puso en camino diciendo:
"¡La ciudad de Bujara es la fuente de la ciencia!"
Después:
"Necesito ir allí pues, para mí, es el único medio de reunirme con mi amada. Quiero volver
a verla y decirle: "¡Ya estoy aquí! Hazme eterno pero no tengas piedad alguna por mí,
pues prefiero morir a tu lado a vivir al lado de los demás. Lo he intentado cien veces, pero
sin ti, nada tiene ya sabor." ¡Oh, músicos! ;Cantad y despertad mi corazón! ¡Oh, camello
mío! ¡Mi viaje ha terminado! ¡Oh, tierra, bebe mis lágrimas! ;Oh, amigos míos! ;Me voy!
Voy a reunirme con Aquel a quien se obedece. Mi corazón añora Bujara. ¡He aquí lo que
es el amor de la patria para un enamorado!"
Sus amigos le dijeron:
"¡Oh, insensato! Reflexiona un poco sobre las consecuencias de todo esto. Sé razonable.
No te destruyas como la mariposa que se acerca al fuego. Si realmente vas a Bujara,
entonces eres un loco y mereces ser encarcelado. El sultán te espera allí, lleno de cólera,
con la espada afilada. Dios te dio la ocasión de escapar de la situación aquella y tú buscas
el camino de la cárcel. Aunque el sultán hubiera enviado decenas de soldados para
que te condujesen a Bujara, deberías haber intentado esquivarlos. Pero nada semejante
te amenaza. ¿Cómo es que te sientes ligado de este modo?"
Estaba bajo el dominio de un amor secreto, pero los que lo aconsejaban así no lo sabían.
Y el enamorado les respondió:
"¡Callad! De nada me sirven vuestros consejos, pues el lazo que me ata es demasiado
sólido. Todas vuestras palabras no hacen sino reforzarlo. Ningún sabio puede comprender
este amor. Cuando la pena de amor se instala en un lugar, ningún imán nos puede ya
enseñar cosa alguna. No intentéis asustarme con vuestros presagios de muerte, pues el
enamorado bordea miles de muertes en cada momento. Lo sé por experiencia: mi vida
está en mi muerte. ¡Oh, buenos amigos! ¡Matadme! ¡Matadme! ¡Matadme!"
El no creía sin embargo ir a Bujara para seguir la enseñanza de un maestro. Pues la verdadera
enseñanza para un enamorado es la belleza del Amado. Las lecciones, los cuadernos
y los libros son Su rostro. Es un torbellino y un estremecimiento.
Así pues, el enamorado tomó el camino de Bujara y la arena del desierto se transformó
en seda bajo sus pies. El gran río se mudó en arroyo y el desierto en jardín de rosas. Habría
podido ser igualmente atraído por la ciudad de Samarkanda, pero lo que lo atraía era
Bujara. Y cuando vio a lo lejos dibujarse los contornos de las murallas, perdió el conocimiento.
Le aplicaron agua de rosas a la cara para reanimarlo y, lleno de alegría, entró en
Bujara. Todos los que encontró le dijeron:
"¡No te muestres así! ¡El sultán te busca! ¡Quiere vengarse de ti, después de diez años!
¡En el nombre de Dios, no te arriesgues! Tú eras el amado del sultán, su visir, su consejero.
Fuiste reconocido culpable y desterrado. Puesto que has escapado de esto, ¿por qué
vuelves?"
El enamorado respondió:
"Estoy sediento. ¡Sé que el agua puede matarme pero, aunque mis manos y mis pies se
inflamen, nada saciará la sed de mi fogoso corazón! Y a quien me pida explicaciones, responderé:
"¡Lo que lamento es no poder beber el océano!" Si el sultán quiere derramar mi
sangre, gozaré como la tierra goza con la lluvia."
Y el enamorado fue a prosternarse ante el sultán, con los ojos llenos de lágrimas. El populacho
se reunió, curioso por saber si el sultán iba a ahorcarlo o quemarlo.
El sultán mostró entonces a aquellos tontos lo que el tiempo revelará a los desdichados.
Como las mariposas, se han precipitado hacia el fuego tomándolo por luz. Pero el fuego
del amor no es como la llama de una vela: es una luz entre las luces.

EL ARROYO DE LA LUNA

Un rebaño de elefantes se había instalado a la orilla de un arroyo y los demás animales
se lamentaban de que esta presencia los privaba del libre acceso al curso de agua. Todos
se pusieron a buscar una estratagema para hacer que se largaran, pues estaba claro que
ninguna fuerza bastaba para obligarlos a irse.
El primer día de la luna, un viejo conejo subió a un montículo y gritó a los elefantes:
"¡Oh, sultán de los elefantes! ¡Soy un mensajero, el mensajero de la luna! Si quieres tener
la prueba de mis palabras, escucha esto: dentro de quince días, la luna se mostrará
en el agua. Y he aquí el mensaje que la luna os envía: "Este arroyo nos pertenece y está
prohibido a todos acercarse a él bajo pena de volverse ciegos" Creedme, si os quedáis
cerca de este arroyo, seréis cegados por medio de unos destellos. ¡Y si os atrevéis a calmar
en él vuestra sed, la luna se estremecerá en el agua para mostrar su cólera!"
Al octavo día de la luna, el sultán de los elefantes fue a beber al arroyo, pero cuando
mojó su trompa en él, vio la luna estremecerse en su superficie. Entonces empezó a creer
lo que le había dicho el viejo conejo, pero los demás elefantes lo tranquilizaron diciéndole:
"¡No somos tan tontos como para huir porque la luna se haya movido!"

EL MAESTRO DE ESCUELA

La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda
intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más
que un ala: la de la intuición.
Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se
pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:
"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de
descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."
Uno de los alumnos propuso su idea:
"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara
está muy pálida! ¡Sin duda tiene fiebre!" Seguno que estas palabras tendrán su efecto sobre
él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis
todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego
un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda
de que quedará convencido."
A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que
cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en
anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:
"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"
Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos
tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.
Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda
se apodera de él.
El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer,
porque se decía:
"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa
por mí. Acaso espera casarse con otro..."
Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:
"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"
El maestro de escuela replicó:
"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero
a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."
La mujer le dijo:
"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!
-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía.
Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.
-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco
ser tratada así.
-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré
mejor si me acuesto."
La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:
"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."
Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido
esta astuta idea dijo a los demás:
"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y
ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."
Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:
"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."
Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a
sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños
jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños
respondieron:
"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."
Las madres dijeron entonces:
"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"
Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron
que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:
"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"
El maestro replicó:
"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!"

EL ELEFANTE

En un establo oscuro había sido encerrado un elefante originario de la India. La población,
curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en el establo. Como no se veía
apenas a causa de la falta de luz, la gente se puso a tocar al animal. Uno de ellos tocó la
trompa y dijo:
"¡Este animal se parece a un enorme tubo!"
Otro tocó las orejas:
"¡Diríase más bien un gran abanico!"
Otro, que tocaba las patas, dijo:
"¡No! ¡Lo que se llama un elefante es desde luego una especie de columna!"
Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera.
Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA SERPIENTE-DRAGON

Un día, un cazador de serpientes salió de caza a las montañas. Pretendía capturar la
mayor de las serpientes. Pues bien, una violenta tempestad de nieve se desencadenó en
las alturas.
De pronto, nuestro cazador se quedó al acecho ante una enorme serpiente. Buscaba
una serpiente pero acababa de encontrar un dragón. Presa de gran terror al principio, se
dio cuenta enseguida de que el monstruo estaba entumecido por el frío. Decidió, pues, llevarlo
al pueblo para que la población pudiese admirarlo.
Ya de vuelta en el pueblo, proclamó:
"¡Acabo de capturar un dragón! ¡Me ha dado mucho trabajo, pero, sin embargo, he conseguido
matarlo!"
El cazador creía realmente muerta la serpiente, cuando sólo estaba adormecida por el
frío. La multitud acudió para admirar el dragón mientras que el cazador contaba las peripecias
imaginarias de esta captura. La gente, llena de curiosidad, no dejaba de agruparse
y esperaba que el cazador alzase la manta bajo la cual había disimulado el animal. El cazador,
por su parte, esperaba sacar un buen provecho de aquel público, pero el tiempo
que pasaba y el calor acabaron por sacar a la serpiente de su sopor...
Cuando la multitud vio que aquella serpiente, supuestamente muerta, aún se movía, huyó
gritando de horror. La gente se atropellaba para escapar más aprisa. En cuanto a la
serpiente, se tragó de un solo bocado al cazador triturándole los huesos.
Las privaciones transforman a una serpiente en un gusano. La abundancia transforma al
mosquito en halcón. ¡Anda! Mejor deja al dragón sepultado en la nieve. No lo expongas al
sol. Desconfía del sol del deseo porque puede transformar al búho en halcón.

EL IDIOTA

Un idiota encontró un día una cola de carnero. Todas las mañanas la utilizaba para engrasarse
el bigote. Después iba a casa de sus amigos y les decía que volvía de una recepción
en la que habían festejado y habían comido platos muy suculentos. Su vientre vacío
maldecía su bigote, reluciente de grasa.
¡Oh, pobre! ¡Si no fueses tan embustero, quizá te invitaría a comer un hombre generoso!
Un día, mientras el estómago de nuestro idiota se quejaba ante Dios, un gato le robó la
cola de carnero. El hijo del idiota intentó capturar al animal, pero en vano. Por temor a
que su padre le regañara, se puso a llorar. Después, fue corriendo al lugar en el que su
padre se reunía con sus amigos. Llegó en el mismo instante en que su padre contaba a
los demás su imaginaria comida de la víspera. Le dijo:
"¡papá! El gato se ha llevado la cola de carnero con la que te engrasas el bigote todas
las mañanas. He intentado perseguirlo, pero no he logrado atraparlo!"
Ante estas palabras, todos sus amigos se echaron a reír y lo invitaron a una comida,
muy real esta vez. Y así, nuestro hombre, abandonando sus pretensiones, conoció el placer
de ser sincero.

EL CIUDADANO Y EL CAMPESINO

Un ciudadano era amigo de un campesino y, todos los años, durante dos o tres meses,
le ofrecía hospitalidad. El campesino gozaba de su casa, de su almacén y de su mesa.
Sus menores deseos eran satisfechos, antes incluso de ser expresados. Un día, el campesino,
dijo al ciudadano:
"¡Oh, maestro! ¡Nunca me has visitado! Ven a mi casa con tu mujer y tus hijos pues
pronto llegará la primavera y, en esa estación, los rosales y los árboles frutales están cubiertos
de flores. Quédate en mi casa durante tres o cuatro meses para que tengamos
también ocasión de servirte."
El ciudadano declinó la invitación, pero el campesino renovó este ofrecimiento durante
ocho años sin que el ciudadano se desplazara. En cada una de sus visitas, el campesino
reiteraba su invitación y, todas las veces, el ciudadano encontraba una excusa para zafarse.
Como la cigüeña, el campesino venía a hacer su nido en la casa del ciudadano y éste
gastaba todos sus bienes para no faltar a los deberes de la hospitalidad. En el curso de
una de estas visitas, el campesino suplicó de nuevo al ciudadano:
"¡Hace ya diez años que me prometes venir! ¡En nombre de Dios, haz un esfuerzo esta
vez!"
Los hijos del ciudadano dijeron a su padre:
"¡Oh, padre! Las nubes, la luna y las sombras viajan. ¿Por qué te niegas? No hay tensiones
entre él y tú. ¡Ofrécele la ocasión de saldar la deuda que ha contraído contigo!"
Era su madre la que los había incitado a tomar así la palabra y el ciudadano les dijo:
"¡Oh, hijos míos! ¡Tenéis razón, pero los sabios dicen que hay que desconfiar de la calumnia
de aquellos a los que se ha ayudado!"
A pesar de esto, las repetidas invitaciones del campesino acabaron por vencer la reticencia
del ciudadano y, un día, después de haber hecho los preparativos y cargado el asno
y el buey con lo necesario para el viaje, tomó el camino con su mujer y sus hijos.
Estos se decían:
"Vamos a comer fruta y a jugar en los prados. Tenemos allí un amigo que nos espera. A
la vuelta, traeremos trigo y cebollas para el invierno."
Pero el ciudadano les dijo:
"¡No seáis aún tan imaginativos!"
Atravesaron las mesetas llenos de alegría. El sol quemaba su frente. Por la noche, se
guiaban gracias a las estrellas. Al cabo de un mes, llegaron al pueblo del campesino en
un estado de gran agotamiento. Se informaron para encontrar la casa de su amigo pero,
una vez que hubieron llegado a ella, éste se negó a abrirles la puerta. Durante cinco días,
permanecieron así ante su casa, sofocados por el calor durante el día y transidos de frío
por la noche. Pero ¡ay!, el hambre lleva al león a actuar como buitre y a comer carroña. Y
cada vez que él veía al campesino salir de su casa, el ciudadano le decía:
"¿No me recuerdas?"
El campesino respondía:
"¡Seas bueno o malo, ignoro quién eres!
-¡Oh, hermano mío! decía entonces el ciudadano, ¿has olvidado? ¡Tú vienes a mi casa y
comes a mi mesa desde hace años!"
El campesino respondía:
"¿Qué significan esas palabras insensatas? ¡No te conozco y ni siquiera sé cómo te llamas!"
Al cabo de unos días, empezaron las lluvias y esta espera se hizo insoportable. El ciudadano
llamó a la puerta con todas sus fuerzas preguntando por el amo de la casa.
"¿Qué quieres?" le dijo este último.
El ciudadano respondió:
"Renuncio a todas mis pretensiones y abandono mis ilusiones sobre nuestra amistad.
Sólo te pido una cosa. Está lloviendo. Así que, por esta noche al menos, ofrécenos un pequeño
rincón de tu casa."
El campesino le dijo:
"Hay desde luego un sitio en que puedo alojaros, pero es el refugio en el que suele instalarse
el guardián que nos protege de los lobos. i Si quieres hacer ese oficio por esta noche,
puedes instalarte ahí!
-¡Desde luego! dijo el ciudadano. Dame un arco y flechas y te garantizo que no dormiré.
Me basta con que mis hijos estén protegidos del barro y de la lluvia."
La familia se amontonó, pues, en el refugio. El ciudadano, con su arco y sus flechas a
mano, se decía:
"¡Oh, Dios mío! ¡Merecemos este castigo! Pues nos hemos hecho amigos de un hombre
indigno. Más vale estar a servicio de un hombre sensato que aceptar los favores de un
hombre cruel como éste!"
Los mosquitos y las pulgas laceraban su piel, pero el ciudadano no les prestaba atención,
concentrado sólo en su tarea de guardián: tanto temía incurrir en los reproches del
campesino.
A media noche, cuando estaba agotado, el ciudadano divisó una sombra que se movía.
Se dijo:
"¡Ahí está el lobo!"
Y disparó una flecha. El animal, alcanzado, cayó a tierra ventoseando. Inmediatamente,
el campesino salió de su casa gritando:
"¡Qué horror! ¡Acabas de matar a la cría de mi burra!
-¡No! dijo el ciudadano. ¡Era un lobo negro y su forma era desde luego la de un lobo!
-¡No! dijo el campesino, ¡lo he reconocido por su manera de ventosear!
-Es imposible, dijo el ciudadano, está demasiado oscuro para ver algo. Ve a cerciorarte.
-Es inútil, dijo el campesino. Para mí está claro como la luz del día. Demasiado bien he
reconocido su manera de ventosear. ¡Lo reconocería así entre otros veinte!"
Ante aquellas palabras, el ciudadano se encolerizó y lo sujetó por el cuello:
"¡Oh, imbécil! ¿Qué significa esto? ¡En esta obscuridad, consigues reconocer al hijo de
tu asna gracias al ruido de sus pedos, pero no me has reconocido a mí, que soy amigo tuyo
desde hace más de diez años!"

martes, 20 de octubre de 2009

LA QUEJA

Un día, la mujer de un pobre beduino dijo agriamente a su marido:
"padecemos sin cesar pobreza y necesidad. La pena es nuestro legado, mientras que el
placer es el de los demás. No tenemos agua, sino sólo lágrimas. La luz del sol es nuestro
único vestido y el cielo nos sirve de edredón. A veces llego a tomar la luna llena por un
trozo de pan. Incluso los pobres se avergüenzan ante nuestra pobreza. Cuando tenemos
invitados, siento deseos de robarles sus vestidos mientras duermen."
Su marido le respondió:
"¿Hasta cuándo vas a seguir quejándote? Ya ha pasado más de la mitad de tu vida. La
gente sensata no se preocupa de la necesidad ni de la riqueza, pues ambas pasan como
el río. En este universo, hay muchas criaturas que viven sin preocuparse por su subsistencia.
El mosquito, como el elefante, forman parte de la familia de Dios. Todo eso no es
más que preocupación inútil. Eres mi mujer y una pareja debe estar conjuntada. Puesto
que yo estoy satisfecho, ¿por qué estás tú tan quejosa?"
La mujer se puso a gritar:
"¡Oh, tú, que pretendes ser honrado! Tus idioteces ya no me impresionan. No eres más
que pretensión. ¿Vas a seguir mucho tiempo profiriendo tales insensateces? Mírate: la
pretensión es algo feo, pero en un pobre es aún peor. Tu casa parece una tela de araña.
Mientras sigas cazando mosquitos en la tela de tu pobreza, nunca serás admitido cerca
del sultán y de los Reyes."
El hombre replicó:
"Los bienes son como un sombrero en la cabeza. Sólo los calvos lo necesitan. ¡Pero los
que tienen un hermoso pelo rizado pueden muy bien prescindir de él!"
Viendo que su marido se encolerizaba, la mujer se puso a llorar.
Empezó a hablarle con modestia:
"Yo no soy tu mujer; no soy más que la tierra bajo tus pies. Todo lo que tengo, es decir,
mi alma y mi cuerpo, todo te pertenece. Si he perdido la paciencia sobre nuestra pobreza,
si me lamento, no creas que es por mí. ¡Es por ti!¦¦
Aunque, aparentemente, los hombres vencen a las mujeres, en realidad, son ellos, sin
duda alguna, los vencidos. Es como con el agua y el fuego, pues el fuego acaba siempre
por evaporar el agua."
Al oír estas palabras, el marido se excusó ante su mujer y dijo:
"Renuncio a contradecirte. Dime qué quieres."
La mujer le dijo:
"Acaba de amanecer un nuevo sol. Es el califa de la ciudad de Bagdad. Gracias a él, esta
ciudad se ha convertido en un lugar primáveral. Si llegaras hasta él, es posible que,
también tú, te convirtieras en sultán."
El beduino exclamó:
"pero ¿con qué pretexto podría yo presentarme ante el califa? ¡No puede hacerse una
obra de arte sin herramientas!"
Su mujer le dijo:
"Sabe que las herramientas son signo de presunción. En esto, sólo necesitas tu modestia."
El beduino dijo:
"Necesito algo para atestiguar mi pobreza, pues las palabras no bastan."
La mujer:
"Aquí tienes una cántara llena con agua del pozo. Es todo nuestro tesoro. Tómala y ve a
ofrecerla al sultán, y dile que no posees otra cosa. Dile además que puede recibir muchos
regalos, pero que esta agua, por su pureza, le reconfortará el alma."
El beduino quedó seducido por esta idea:
"¡Un regalo así, ningún otro puede ofrecerlo!"
Su mujer que no conocía la ciudad, ignoraba que el Tíber pasaba ante el palacio del sultán.
El beduino dijo a su mujer:
"¡Tapa esta cántara para que el sultán rompa su ayuno con esta agua!"
Y acompañado por las plegarias de su mujer, el hombre llegó sano y salvo a la ciudad
del califa. Vio a muchos indigentes que recibían los favores del sultán. Se presentó en el
palacio. Los servidores del sultán le preguntaron si había tenido un buen viaje y el beduino
explicó que era muy pobre y que había hecho aquel viaje con la esperanza de obtener
los favores del sultán. Lo admitieron, pues, en la corte del califa y llevó la cántara ante este
último.
Cuando lo hubo escuchado, el califa ordenó que llenasen de oro su cántara. Hizo que le
entregaran preciosos vestidos. Después pidió a un servidor suyo que lo condujese a la orilla
del Tíber y lo embarcase en un navío.
"Este hombre, dijo, ha viajado por la ruta del desierto. Por el río, el camino de vuelta será
más corto."
Pues, aun cuando poseía un océano, el sultán aceptó unas gotas de agua para transformarlas
en oro.
El que advierte un arroyuelo del océano de la verdad, debe primero romper su cántara.

EL POZO DEL LEON

Los animales vivían todos con el temor del león. Las grandes selvas y las vastas praderas
les parecían demasiado pequeñas. Se pusieron de acuerdo y fueron a visitar al león.
Le dijeron:
"Deja de perseguirnos. Cada día, uno de nosotros se sacrificará para servirte de alimento.
Así, la hierba que comemos y el agua que bebemos no tendrán ya este amargor que
les encontramos."
El león respondió:
"Si eso no es una astucia vuestra y cumplís esta promesa, entonces estoy perfectamente
de acuerdo. Conozco demasiado las triquiñuelas de los hombres y el profeta dijo: "El
fiel no repite dos veces el mismo error"."
"¡Oh, sabio! -dijeron los animales-, es inútil querer protegerse contra el destino. No saques
tus garras contra él. ¡Ten paciencia y sométete a las decisiones de Dios para que El
te proteja!"
"Lo que decís es justo -dijo el león-, pero más vale actuar que tener paciencia, pues el
profeta dijo: "Es preferible que uno ate su camello!""
Los animales:
"Las criaturas trabajan para el carnicero. No hay nada mejor que la sumisión. Mira el niño
de pecho; para él, sus pies y sus manos no existen pues son los hombros de su padre
los que lo sostienen. Pero cuando crece, es el vigor de sus pies el que lo obliga a tomarse
el trabajo de caminar."
-Es verdad, reconoció el león, pero ¿por qué cojear cuando tenemos pies? Si el dueño
de la casa tiende el hacha a su servidor, éste comprende lo que debe hacer. Del mismo
modo, Dios nos ha provisto de manos y de pies. Someterse antes de llegar a su lado, me
parece una mala cosa. Pues dormir no aprovecha sino a la sombra de un árbol frutal. Así
el viento hace caer la fruta necesaria. Dormir en medio de un camino por el que pasan
bandidos es peligroso. La paciencia no tiene valor sino una vez que se ha sembrado la
semilla."
Los animales respondieron:
"Desde toda la eternidad, miles de hombres fracasan en sus empresas, pues, si una cosa
no se decide en la eternidad, no puede realizarse. Ninguna precaución resulta útil si
Dios no ha dado su consentimiento. Trabajar y adquirir bienes no debe ser una preocupación
para las criaturas."
Así, cada una de las partes desarrolló sus ideas por medio de muchos argumentos pero,
finalmente, el zorro, la gacela, el conejo y el chacal lograron convencer al león.
Así pues, un animal se presentaba al león cada día y éste no tenía que preocuparse ya
por la caza. Los animales respetaban su compromiso sin que fuese necesario obligarlos.
Cuando llegó el turno al conejo, éste se puso a lamentarse. Los demás animales le dijeron:
"Todos los demás han cumplido su palabra. A ti te toca. Ve lo más aprisa posible junto al
león y no intentes trucos con él."
El conejo les dijo:
"¡Oh, ámigos míos! Dadme un poco de tiempo para que mis artimañas os liberen de ese
yugo. Eso saldréis ganando, vosotros y vuestros hijos."
-Dinos cuál es tu idea, dijeron los animales.
-Es una triquiñuela, dijo el conejo: cuando se habla ante un espejo, el vaho empaña la
imagen."
Así que el conejo no se apresuró a ir al encuentro del león. Durante ese tiempo, el león
rugía, lleno de impaciencia y de cólera. Se decía:
"¡Me han engañado con sus promesas! Por haberlos escuchado, me veo en camino de
la ruina. Heme aquí herido por una espada de madera. Pero, a partir de hoy, ya no los escucharé."
Al caer la noche, el conejo fue a casa del león. Cuando lo vio llegar, el león, dominado
por la cólera, era como una bola de fuego. Sin mostrar temor, el conejo se acercó a él,
con gesto amargado y contrariado. Pues unas maneras tímidas hacen sospechar culpabilidad.
El león le dijo:
"Yo he abatido a bueyes y a elefantes. ¿Cómo es que un conejo se atreve a provocarme?"
El conejo le dijo:
"Permíteme que te explique: he tenido muchas dificultades para llegar hasta aquí. Había
salido incluso con un amigo. Pero, en el camino, hemos sido perseguidos por otro león.
Nosotros le dijimos: "Somos servidores de un sultán " Pero él rugió: "¿Quién es ese sultán?
¿Es que hay otro sultán que no sea yo?" Le suplicamos mucho tiempo y, finalmente,
se quedó con mi amigo, que era más hermoso y más gordo que yo. De modo que otro
león se ha atravesado en nuestros acuerdos. Si deseas que mantengamos nuestras promesas,
tienes que despejar el camino y destruir a este enemigo, pues no te tiene ningún
temor."
-¿Dónde está? dijo el león. ¡Vamos, muéstrame el camino!"
El conejo condujo al león hacia un pozo que había encontrado antes. Cuando llegaron al
borde del pozo, el conejo se quedó atrás. El león le dijo:
"¿Por qué te detienes? ¡Pasa delante!"
"Tengo miedo, dijo el conejo. ¡Mira qué pálida se ha puesto mi cara!"
-¿De qué tienes miedo?" preguntó el león.
El conejo respondió:
"¡En ese pozo vive el otro león!"
-Adelántate, dijo el león. ¡Echa una ojeada sólo para verificar si está ahí!
-Nunca me atreveré, dijo el conejo, si no estoy protegido por tus brazos."
El león sujetó al conejo contra él y miró al pozo. Vio su reflejo y el del conejo. Tomando
este reflejo por otro león y otro conejo, dejó al conejo a un lado y se tiró al pozo.
Esta es la suerte de los que escuchan las palabras de sus enemigos. El león tomó su reflejo
por un enemigo y desenvainó contra sí mismo la espada de la muerte.

EL LORO

Un tendero poseía un loro cuya voz era agradable y su lenguaje divertido. No sólo guardaba
la tienda, sino que también distraía a la clientela con su parloteo. Pues hablaba como
un ser humano y sabía cantar... como un loro.
Un día, el tendero lo dejó en la tienda y se fue a su casa. De pronto, el gato del tendero
divisó un ratón y se lanzó bruscamente a perseguirlo. El loro se asustó tanto que perdió la
razón. Se puso a volar por todos lados y acabó por derribar una botella de aceite de rosas.
A su vuelta, el tendero, advirtiendo el desorden que reinaba en su tienda y viendo la botella
rota, fue presa de gran cólera. Comprendiendo que su loro era la causa de todo
aquello, le asestó unos buenos golpes en la cabeza, haciéndole perder numerosas plumas.
A consecuencia de este incidente, el loro dejó bruscamente de hablar.
El tendero quedó entonces muy apenado. Se arrancó el pelo y la barba. Ofreció limosnas
a los pobres para que su loro recobrase la palabra. Sus lágrimas no dejaron de correr
durante tres días y tres noches. Se lamentaba diciendo:
"Una nube ha venido a oscurecer el sol de mi subsistencia."
Al tercer día, entró en la tienda un hombre calvo cuyo cráneo relucía como una escudilla.
El loro, al verlo, exclamó:
"¡Oh, pobre desdichado! ¡Pobre cabeza herida! ¿De dónde te viene esa calvicie? ¡Pareces
triste, como si hubieras derribado una botella de aceite de rosas!"
Y toda la clientela estalló en carcajadas.
Dos cañas se alimentan de la misma agua, pero una. de ellas es caña de azúcar y la
otra está vacía.
Dos insectos se alimentan de la misma flor, pero uno de ellos produce miel y el otro veneno.
Pero el agua dulce y el agua amarga, aunque tengan la misma apariencia, son muy diferentes
para quien las ha probado.

lunes, 19 de octubre de 2009

LA TIERRA Y EL AZUCAR

Erase un hombre que había adquirido la costumbre de comer tierra. Un día entró en una
tienda para comprar azúcar.
El tendero, que no era un hombre honrado, usaba terrones de tierra para pesar. Dijo a
nuestro hombre:
"Este es el azúcar mejor de la ciudad, pero utilizo tierra para pesarlo."
El otro respondió:
"Lo que necesito es azúcar. ¡Poco me importa que los pesos de tu balanza sean de tierra
o de hierro!"
Y pensó para sí:
"Siendo un comedor de tierra, no podía uno caer mejor."
Se puso el tendero a preparar el azúcar y el hombre aprovechó para comerse la tierra. El
tendero notó su maniobra, pero se guardó mucho de decir nada, pues pensaba:
"Este idiota se perjudica a sí mismo. Teme ser sorprendido, pero yo sólo tengo un deseo:
que coma el máximo de tierra posible. ¡Ya comprenderá cuando vea lo poco de azúcar
que quedará en la balanza!"
Experimentas un gran placer cometiendo adulterio con la vista, pero no te das cuenta de
que, al hacerlo, devoras tu propia carne.

LOS EXCREMENTOS

Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no tenía
fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que se sentía a causa del
incienso quemado por los comerciantes.
La gente se reunió a su alrededor para ayudarle. Algunos le frotaban el pecho y otros los
brazos. Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que aquella misma
agua era la que lo había puesto en ese estado.
Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le tomaban el pulso.
Los había que diagnosticaban un abuso de bebida, otros un abuso de hachís. Nadie,
en definitiva, encontró el remedio.
Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo lo qué sucedía
a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos los excrementos de
perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo:
"¡Yo conozco la causa de su mal!"
La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el remedio consiste
en recobrar esas costumbres. Por eso existe el versículo que dice: "¡La suciedad ha sido
creada para los sucios!"
Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose
hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar
el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las gentes alrededor,
sospechando algún truco de magia, se dijeron:
"Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto."
Ya ves. Toda persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos se convencerá
ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los excrementos no cambiará
de naturaleza al caer en el ámbar.

LA HERMOSA SIRVIENTA

Érase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó
de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo
se convirtió en esclavo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar
su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma.
¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra
agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar
una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo.
El sultán reunió a todos sus médicos y les dijo:
"Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar
al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros."
Los médicos le respondieron:
"Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el Mesías de este
mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón."
Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir
"¡Insh Allah!" hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero
ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las
lágrimas del sultán se transformaban en arroyo.
Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto previsto. El sultán,
al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante
el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo:
"Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien
distinto a ti. ¡Perdóname!"
Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con
los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano
que le decía:
"¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero.
Es un hombre justo y digno de confianza. Es también un buen médico. Hay sabiduría
en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios."
Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar
el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante
como el sol en la sombra.
Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir
y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán
dijo:
"Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay que acometer
una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor!"
Se abrazaron y el sultán añadió:
"¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!"
Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma.
El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad.
Después, dijo:
"Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado
tu corazón."
No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los
males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se
percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el
afectado, sino su corazón.
Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado,
se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo. ¡Sí! Nuestra lengua
es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso.
En su ambición por describir el amor la razón se encuentra como un asno tendido
cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.
El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños
o amigos.
"Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que
hacer a la enferma."
La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano
empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura:
"¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios.
¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?"
Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso.
Si alguien se ha clavado una espina en el pie lo apoya en su rodilla e intenta sacársela
por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una
espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone
a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es
un hombre inteligente que lo alivie.
Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada
una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las ciudades en las que había
estado al dejar su país, cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permaneció
invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda. Comprobó
una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran
muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de
sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado
en aquella ciudad.
El médico le dijo entonces:
"No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas
para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu
secreto, ni siquiera al sultán."
Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo:
"Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda
de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos
vestidos adornados con oro y plata."
El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero
de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron:
"¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea
confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes,
serás su protegido."
A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino
del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y
a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído:
"¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con lo que sueñas?"
A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia
de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero
con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la
unión.
Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en el placer y en el gozo.
La enferma sanaba y se volvía cada vez más hermosa.
Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto
de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón
de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así
hasta desaparecer completamente.
Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor es una vergüenza.
Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido
pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil.
El joyero decía:
"Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse
de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré."
Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero
no es amor.

sábado, 17 de octubre de 2009

La Sopa de Pato

Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato.
A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin. - Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.
Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula. - ¿Quiénes son ustedes? - Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula. - Y ustedes ¿quiénes son? - Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato. Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó: - Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Dios que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mula Nasrudin se limito a responder:
- Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.

INVESTIGACIÓN DE HORMIGA

Cierto estudioso pasó toda una vida de experimentación antes de poder comunicarse con una hormiga. Finalmente se encontró con un insecto muy sabio y muy anciano. Sin embargo, aun a riesgo de ocasionarle dolor, el erudito le dijo:
-Nuestra especie es inmensamente superior a la tuya. Podemos estudiaros a vosotras; en cambio, ni siquiera podéis empezar a observarnos.
La hormiga respondió:
-Si tú, pobre hombre, sólo conocieses el ayer, podrías entender el hoy... y estar preparado para el mañana.
El estudioso se confesó perplejo ante esas palabras y la hormiga prosiguió:
-Hace millones de años, las hormigas conjeturamos lo que iba a suceder en esta tierra. Supimos que vuestra especie aparecería y echaría a perder casi todo. Por lo tanto, seguimos el único camino que pueden seguir seres inteligentes provistos de información completa. Destruimos los datos, prohibimos la cría de hormigas que comprendiesen y nos organizamos en colonias especiales.
-De vez en cuando sobreviene algún desvío entre nosotras: una hormiga que presiente nuestro destino miserable e irreversible. Pero incontables miles y miles de despreocupadas hormigas son felices, y lo seguirán siendo hasta que llegue nuestro día. Tal es la solución para las hormigas. Por vuestra parte, vosotros los seres humanos ni siquiera habéis llegado
a la etapa en que habréis de saber lo que puede sucederos, y si hay o no algo que podáis hacer al respecto.

LA PRUEBA DEL ZORRO

Érase una vez un zorro que se encontró a un joven conejo en el bosque. El conejo preguntó: “¿Qué eres tú?”. El zorro respondió: “Soy un zorro y podría comerte si quisiera?”
“¿Cómo puedes probar que eres un zorro?”, preguntó el conejo. El zorro no sabía qué contestar, porque en el pasado los conejos siempre habían huido de él sin plantearle cuestiones de este tipo.
El conejo dijo: “Si me puedes mostrar una prueba escrita de que eres un zorro, te creeré.”
Así pues, el zorro acudió corriendo al león, que le dio un certificado de que era realmente un zorro.
Cuando volvió, el conejo estaba esperando y el zorro empezó a leer el documento. Estaba tan encantado que iba saboreando los párrafos con un lento placer. Mientras tanto, habiendo captado lo esencial del mensaje, el conejo se metió rápidamente en su madriguera y nunca volvió a ser visto.
El zorro regresó a la guarida del león, en donde vio a un ciervo conversando con él. El ciervo estaba diciendo.
“Quiero ver una prueba escrita de que eres un león...”
El león le dijo: “Cuando no tengo hambre, no necesito molestarme. Cuando tengo hambre, no necesitas nada por escrito.”
El zorro dijo al león. “¿Por qué no me dijiste esto, cuando te pedí un certificado para el conejo?”
“Mi querido amigo”, replicó el león, “debías haberme dicho que éste te lo pedía un conejo. Pensé que era para un estúpido ser humano, del que algunos de estos estúpidos animales han aprendido ese pasatiempo”.

jueves, 15 de octubre de 2009

EL PRISIONERO

Un hombre fue condenado a prisión perpetua por algo que no había cometido.
Después de comportarse en forma ejemplar durante varios meses, los carceleros empezaron a considerarlo un prisionero modelo.
Por ello se le permitió que hiciese su celda un poco más cómoda y la esposa pudo hacerle llegar una alfombrilla para sus oraciones que ella misma había tejido
Transcurridos varios meses, este hombre dijo a sus guardianes:
-Yo soy hojalatero y vosotros estáis mal retribuidos. Si podéis proveerme de algunas herramientas y de unos trozos de hojalata confeccionaré pequeños objetos decorativos que podréis vender en el mercado. El producto lo repartiríamos con beneficios para ambas partes.
Los guardianes se declararon de acuerdo y poco después de las manos del artesano salían objetos muy bien trabajados cuya venta acrecentó el bienestar de todos.
Finalmente, un día, cuando los carceleros acudieron a la celda se encontraron con que el hombre había desaparecido. Sacaron como conclusión que ese hombre debía haber sido un mago.
Al cabo de muchos años, se puso en evidencia el error de la sentencia y el artesano fue perdonado. Entonces el hombre pudo abandonar su escondite y compareció ante el rey, quien lo había hecho llamar para preguntarle cómo había logrado escapar.
El hojalatero dijo:
-Una verdadera fuga sólo es posible con la adecuada concurrencia de ciertos factores. Mi esposa encontró al cerrajero que había hecho la cerradura de la puerta de mi celda y otras cerraduras de la cárcel. Entonces ella bordó los diseños interiores de las cerraduras en la alfombra que me envió; lo hizo en el justo sitio donde la cabeza se postra al rezar. Mi mujer confiaba en que yo caería en la cuenta de que esos trazados correspondían a las cerraduras. También debía conseguir los materiales necesarios para hacer las llaves, poder martillar y trabajar el metal en mi celda. Tuve que tentar la codicia y la necesidad de los guardianes, para que no se suscitasen sospechas. Tal, la historia de mi fuga.

EL CORDERO Y LA BOLSA

Un día, un hombre iba caminando por un camino
seguido de su cordero.
Un ladrón lo persiguió, cortó la cuerda que ataba
al animal y se lo llevó.
Cuando el hombre advirtió lo que había pasado, buscó
por todas partes al cordero. Pronto llegó a un pozo
donde vio a un hombre aparentemente desesperado.
Aunque el pastor no lo sabía, era el mismo ladrón.
Le preguntó qué hacía. El ladrón le dijo:
"Se me ha caído un bolso en este pozo. Contiene
quinientas monedas de plata. Si desciendes y lo rescatas,
te daré cien monedas".
El hombre pensó: "Cuando una puerta se cierra, se
pueden abrir cien puertas. Esta oportunidad vale diez
veces más que la oveja perdida".
Se desnudó y se metió en el pozo.
Y el ladrón se llevó su ropa.

EL PAJARO DE LA INDIA

Un mercader tenía un pájaro en una jaula. Como
viajaba a la India, que era la tierra de donde provenía
el pájaro, le preguntó si había algo que le pudiese traer
de allá. El pájaro quería su libertad, pero como el mercader
se la negó, le pidió que visitara la jungla y que
anunciase a los pájaros libres que él estaba cautivo.
El mercader así lo hizo y en cuanto terminó de hablar
un pájaro silvestre idéntico al que tenía, cayó desde
un árbol, sin sentido. El mercader pensó que debía
ser un pariente de su propio pájaro y se entristeció
al pensar que él había sido la causa de su muerte.
Cuando regresó a su hogar, el pájaro le preguntó si
traía buenas noticias de la India.
"No", dijo el mercader, "temo que mis noticias sean
malas. Uno de tus parientes cayó muerto a mis pies
tan pronto como anuncié tu cautiverio".
En cuanto oyó estas palabras, el pájaro del mercader
se desplomó como muerto.
"La noticia de la muerte de su pariente lo ha matado",
pensó el mercader.
Con mucha pena recogió al pájaro y lo puso sobre
el alféizar de la ventana. Inmediatamente el pájaro
revivió y voló hacia un árbol cercano
"Ahora ya sabes", dijo, "que lo que considerabas
una desgracia en realidad eran para mí buenas noticias.
Y de qué manera el mensaje, que sugería la forma
de actuar para librarme, me fue trasmitido por tu
intermedio, mi captor".
Y se alejó volando, libre al fin.

martes, 13 de octubre de 2009

LA CEBOLLA

Hubo una época y un país en que las cebollas eran muy raras, casi desconocidas.
Alguien dejó una cebolla grande en la plaza pública de la ciudad principal de la comarca.
Muchos ciudadanos sintieron curiosidad por esa cosa extraña. No obstante se dieron cuenta de que debía tratarse de alguna clase de vegetal.
La primera persona que osó aproximarse a la cebolla, al acercarse tosió por casualidad. Inmediatamente se alejó y difundió la explicación de que «las cebollas producen tos».
Una segunda persona descubrió que despedía un fuerte olor. Si bien habría deseado llevarse un trozo de la cebolla razonó:
-Si por fuera huele tanto, por dentro debe ser insoportable. De manera que la dejó intacta.
Un tercer hombre hizo un corte en la cebolla y una de las capas cayó en su mano.
-¡Cosa milagrosa! Exclamó, dirigiéndose a cuantos estaban observando. Tiene propiedades mágicas. Cuando se la corta se desprende de toda una parte externa y conserva una interna igual que la otra.
El cuarto hombre extrajo otra capa; se la llevó y la cocinó. Encontró que era deliciosa. Después enseñó a otros a hacer lo mismo.
-Por muchas capas que se le quiten, este sorprendente vegetal brinda siempre otra: es una especie de cosecha perenne, decía la gente.
-Parecería que se empequeñeciese
-Esa es una mera ilusión óptica, opinaron los otros, pues deseaban creer que la cebolla era inagotable.
¿Y qué pasó cuando se despojó a la cebolla de su última cubierta?
Todos exclamaron:
-¡Esto es algo indudablemente mágico, pero también artero! No sólo desaparece, sino que lo hace sin anuncio previo.
Con mucha sensatez todos convinieron en que, en resumidas cuentas, lo pasaban mejor sin cebollas.

EL ESPEJO, LA TAZA Y EL ORFEBRE

Un orfebre trabajó durante anos para perfeccionar un espejo mágico y una taza. Las principales propiedades de estos objetos eran las siguientes: el espejo tenía el poder de mostrar cuál de los amigos de uno se encontraban en aprietos; la taza liberaba de todas sus dificultades a quien depositara en ella un guijarro. También podía producir el enriquecimiento de una persona.
Pero el orfebre no podía utilizar el espejo ni la taza en su provecho, pues uno y otra daban sus beneficios solamente cuando eran accionados por una cierta clase de hombre. Con el deseo de que sus piezas mágicas prestasen su servicio a todo aquel que pudiese usarlas, el orfebre se lanzó a viajar en todas las direcciones, buscando a quien ofrendar sus tesoros.
Finalmente encontró en Bucara a un grabador que reunía las condiciones requeridas y le entregó los objetos, diciendo:
-Usa estas cosas. Un día volveré para saber si te han dado fortuna.
La primera vez que el grabador miró en el espejo, vio al orfebre luchando en el remolino de un río, a punto de ahogarse. Entonces puso un guijarro en la taza mágica e inmediatamente comprobó que el orfebre se salvaba.
La segunda vez que miró en el espejo, vio al orfebre cercado por temibles enemigos ocultos. Apeló a la taza y pudo desembarazarlo del asedio.
La tercera vez que consultó el espejo se enteró de que todos los parientes, amigos y relaciones del orfebre atravesaban una u otra suerte de vicisitudes. Recurriendo a la taza, nuevamente pudo ponerlos a salvo.
Cuando volvió a mirar en el espejo, el grabador se vio a sí mismo amenazado por dificultades. Introdujo, pues, un guijarro en la taza y sus problemas se diluyeron.
Al regresar el orfebre muchos meses después, se encontró con que el espejo y la taza estaban abandonados y llenos de polvo sobre la mesa de trabajo del grabador, y que éste seguía dedicado a su fina artesanía que le estaba estropeando la vista.
Se indignó.
-Yo me he esforzado enormemente primero para hacer estos objetos mágicos y después para encontrarles un destinatario digno de ellos, protestó indignado, y tú los dejas por allí, descuidados, en un rincón, como si no valiesen nada. ¡No los utilizas ni siquiera para socorrer a tus amigos! ¿Por qué no te has enriquecido?
El grabador no respondió. ¿Cómo razonar con alguien, dotado o no de extrañas habilidades, que llega a sus conclusiones sobre el vacío, sin pensar ni averiguar antes las cosas debidamente? Recogió la taza mágica y un guijarro que estaba a su lado.
A esta altura, el orfebre estaba ya tan enfurecido y amenazante que insultaba al grabador en todas las formas posibles, mientras agitaba sus brazos agresivamente.
Un poco a tientas, pues veía poco, el grabador dejó caer un guijarro en la taza. Entonces el orfebre desapareció y ya nunca más se supo nada de él.

HIERBA

Un hombre se acercó a un grupo de campesinos y los preguntó:
-Hermanos, ¿habéis visto pasar por aquí a un hombre bueno? Busco a mi Maestro. Él ha pasado hace poco por este camino.
Los campesinos contestaron:
-Si, ha pasado por aquí un hombre de aspecto impresionante pero modales sencillos. Mirad donde la hierba está aplastada: ésa es la huella de su pie.
El Buscador se agachó reverentemente, recogió una hoja de hierba y la retuvo en una mano con admiración.
Los campesinos echaron a reír, y uno exclamó:
-¿Veis? Dice estar averiguando el paradero de su maestro y se detiene a venerar una hoja de hierba.
El hombre se sintió tan molesto y tan herido en su amor propio, que supuso que con aquella objeción bien intencionada y oportuna los campesinos habían querido molestarlo. Por consiguiente, en lugar de aprovechar la observación como una enseñanza, manifestó:
-Ninguno de los aquí presentes es merecedor de tanto honor como esta hoja de hierba, pues ha sido tocada por los pies del Maestro.
En realidad, lo que había resentido al Buscador era la insinuación de que él era un tonto y no la implicación de que su Maestro fuese menos importante de lo que él lo consideraba, pues en las palabras de los campesinos no hubo tal afirmación, ni siquiera tan intención.
Y entonces los hombres, por su parte, se sintieron menospreciados por la calificación de ser menos que hierba. Entonces la inicial benevolencia hacia el Buscador se extinguió y se inició una discusión.
A causa de estas tendencias los Buscadores son llamados Buscadores y no Halladores.

viernes, 9 de octubre de 2009

EL CUCHILLO

Un tonto que habla salido de paseo vio billar algo a la vera del camino. Esperando que fuese de plata, lo recogió; pero sólo era un cuchillo que se le habla caído a alguien.
-Voy a arrojarte al río por haberme engañado, para que mueras allí oxidado, le gritó.
Pero se trataba de un cuchillo parlante, y trató de salvarse de la muerte diciendo:
-¡Benévolo señor! ¿Por qué no me guardas? ¡Bien te podría servir para cortar tu pan!
-¡De ninguna manera! exclamó el tonto, pues también podrías servir para que algún otro me degollase.

EL HOMBRE Y EL CARACOL

En cierta ocasión un hombre vio un caracol acomodado en una grieta de una pared. Le gritó:
-¡Hola, caracol!
Créase o no, aquel caracol hablaba y oía y le respondió:
-¡Hola, tú! ¿Qué cosa eres?
El hombre contestó:
-Soy un ser humano.
-¿Son ustedes como nosotros! Preguntó el caracol.
-En cierto modo; pero hay muchas cosas que nosotros hacemos y tú no puedes hacer.
-Nómbramelas.
-Bueno, por ejemplo, ustedes tienen ojos sobre una especie de tubos largos, como tallos. Nosotros tenemos tallos también, en el extremo opuesto y los llamamos piernas. En las piernas tenemos pies. Moviendo las piernas y los pies podemos recorrer largas distancias en tiempo muy breve.
-Eso suena extraordinario! ¿Algo más?
-Bueno, no tenemos caparazón. No nos hace falta.
-¿No tienen caparazón? Bueno, supongo que es posible...... ¿Algo más?
-Podemos comunicarnos sin palabras, aun sin estar juntos. El método de que nos valemos es tomar algo, una hoja, por ejemplo, trazar en ella unas marcas llamadas escrituras y enviarla a través de otro ser humano. Y mediante algo llamado «lectura», la persona que la recibe se entera de lo que pensó quien la escribió.
El caracol dijo:
-Lo malo es que tú, al igual que todos los mentirosos, extremas la nota.
Yo te he sorprendido en exageraciones con sólo fingir que te creía. Si te estimulara aun más, absteniéndome de expresar la lógica incredulidad de todo ser racional, me convertiría en cómplice de tus escandalosas mentiras.

CINCO MIL

Un hombre dijo al Custodio de la Puerta de Alepo:
-Hace veinte años que vivo en el Khanqah, el retiro del Maestro de la Época, en Turquestán.
El Custodio preguntó: «¿Que has aprendido?».
-No sé si he aprendido algo -respondió el otro. Mientras estuve allí la gente llegaba y se iba. Algunos eran despedidos, otros se desanimaban. Finalmente yo decidí alejarme.
Dijo el Custodio:
-Hay un gran Sufí que vive al lado del Pequeño Mercado. Quizá pueda darte consejo.
El hombre de Turquestán concurrió al Pequeño Mercado y al ver al gran sufí exclamó:
-¿Eres acaso un impostor? Pues no eres otro que el hombre que durante veinte años se presentaba en el Khanqah y sembraba dudas en mi mente acerca de mi Maestro.
El Sufí sonrió y respondió:
-Uno de mis deberes es poner a prueba a los discípulos, ¿y qué mejor manera de probarlos que ser uno de ellos y criticar y dar pie a su descontento?
-¿Pero qué me dices de los demás? ¿ Es que realmente los otros discípulos eran todos santos que fingían ser otra cosa?
-De tal modo está compuesto el grupo de moradores del Khanqah, que algunos son ignorantes y otros son personas iluminadas que se comportan como si fuesen ignorantes, pero también hay quienes no son ni una ni otra cosa. Sólo ves la superficie. Durante tus dos decenios en el Khanqah, cinco mil de los que no hicieron bulla alguna, a muchos de los cuales ni siquiera miraste y te parecieron ser poco importantes, recibieron su propia iluminación.

martes, 6 de octubre de 2009

LA BOTELLA DE VINO

Se cuenta en las asambleas de los Sabios que había una vez un hombre que deseaba ofrecer a un amigo la mayor hospitalidad de la que era capaz.
Tras haber pasado él y su amigo un rato de sobremesa, el huésped dijo:
“Tal vez deberíamos beber un poco de vino, para sacudir la pereza de nuestros pensamientos y estimular la agudeza de nuestros sentimientos.”
Su huésped estuvo de acuerdo. Resultó que aquel hombre sólo tenía en su casa una botella de vino y así se lo dijo a su huésped. Pero cuando envió a por el vino a su hijo, que padecía la enfermedad de ver doble, éste volvió diciendo:
“Padre, hay dos botellas: ¿cuál de ellas quieres que traiga?”
Avergonzado de que su huésped pudiera pensar que no le estaba ofreciendo todo lo que tenía, el padre replicó:
“Rompe una de las botellas y tráenos la otra.”
El joven, por supuesto, golpeó con una piedra la única botella que había, con el resultado de imaginar que había roto sin querer las dos; por lo tanto, aquella noche no hubo vino para el anfitrión ni para el huésped.
El huésped pensó que el joven estaba loco, cuando únicamente padecía una cierta incapacidad. El orgullo del anfitrión sobre su propia hospitalidad fue la causa de la destrucción de la botella. El joven quedó apenado por haber hecho algo mal.
Y todo esto ocurrió porque el anfitrión tuvo miedo de que si decía al principio a su huésped que su hijo padecía de doble visión, imaginaría que se trataba únicamente de un pretexto de su falta de disposición a consumir todo el vino.

CUANDO UN SER HUMANO SE ENCUENTRA A SÍ MISMO

Una de las dificultades más grandes de un ser humano es también su mayor desventaja. Podría corregirse si alguien se preocupara hasta el punto de señalarla con frecuencia y de manera suficientemente convincente.
Se trata de la dificultad de que el ser humano se está describiendo a sí mismo cuando piensa que está describiendo a los demás.
Cuán frecuentemente se oye a la gente decir acerca de mí:
“Considero a este hombre como el qutub9 (polo magnético) del Siglo.”
Por supuesto, quiere decir. “Yo considero a este hombre...”
Está describiendo sus propios sentimientos o convicciones, cuando lo que quisiéramos conocer es algo acerca de la persona o cosa descrita.
Cuando afirma: “Esta enseñanza es sublime”, significa: “Esto parece que me encaja.” Pero tal vez habríamos querido saber algo acerca de la enseñanza, no de cómo piensa que le influencia.
Alguna gente dice: “Pero una cosa puede ser verdaderamente conocida por sus efectos. ¿Por qué no observar los efectos que produce una persona?”
La mayoría de la gente no entiende que el efecto de, digamos, el rayo de sol sobre los árboles es algo constante. Para conocer la naturaleza de la enseñanza, tendríamos que conocer la naturaleza de la persona sobre la que ha actuado. La persona ordinaria no lo sabe: todo lo que sabe es lo que esa persona supone que es un efecto sobre sí misma –pero no tiene una imagen coherente de quién es “ella misma”- . Como el observador exterior sabe incluso menos que la persona que se describe a sí mismo, nos quedamos con una evidencia completamente inútil. No tenemos un testigo digno de confianza.
Recordad que mientras exista todavía esta situación, habrá el mismo número de personas que digan: “Esto es maravilloso”, como: “Esto es ridículo.” “Esto es ridículo” significa realmente: “Esto me parece ridículo”, y “esto es maravilloso” significa. “Esto me parece maravilloso.”
¿Realmente os gusta ser así?
A muchas personas les gusta, mientras que energéticamente pretenden lo contrario.
¿Os gustaría poder comprobar lo que realmente es ridículo o maravilloso, o algo que se encuentra entre estos dos extremos?
Podéis hacerlo, pero no si presumís de poderlo hacer sin práctica, sin ningún entrenamiento, en medio de la incertidumbre sobre quiénes sois y por qué os gusta u os disgusta algo.
Cuando os hayáis encontrado a vosotros mismos, podréis tener conocimiento. Hasta entonces, sólo tenéis opiniones. Las opiniones están basadas en el hábito y en lo que concebís que es conveniente para vosotros.
El estudio del Camino exige encontrarse a sí mismo a lo largo del recorrido. Todavía no os habéis encontrado. Entretanto, la única ventaja de encontrar a otras personas es que una de ellas puede presentaros a vosotros mismos.
Antes de que ocurra esto, quizá os imaginéis que os habéis encontrado a vosotros mismos muchas veces, pero la verdad es que cuando os encontráis a vosotros mismos y llegáis a una cualidad y búsqueda de conocimiento no se parece a ninguna otra experiencia en esta tierra.

LIBROS

Si os doy un libro vacío, diciendo: “No podéis todavía aprovecharos de él”, tal vez penséis: “Nos está insultando.”
Pero si distribuyo un libro lleno de contenido y comprensible, todos los lectores tomarán sus superficialidades para estimularse, exclamando: “¡Qué magnífico y qué profundo!” La gente seguirá estas cosas externas cuando me vaya, haciendo de ellas una fuente de estímulo y debate. En ellas encontrarán enseñanzas didácticas, poesía, ejercicios o historias.
Si no doy ningún libro, o doy uno pequeño, los eruditos académicos se mofarán y arruinarán los espíritus de los estudiantes potenciales y vulnerables con otros libros, todavía más de lo que ya lo hacen.
Los estudiantes desconcertados se vuelven destructivos, imaginando soluciones e intentando, después, imponérselas a los demás.
Si distribuyo un voluminoso libro, algunas personas imaginarán que es pretencioso. Todas estas suposiciones están ahí, habéis de notar, porque conviene a la gente tenerlas, no porque exista la mínima posibilidad de que sean verdad.
Si distribuyo un libro críptico, la gente imaginará que contiene extraños secretos. O quizá se vuelvea innecesariamente astuta intentando descifrarlo.
Y cuanto más se dicen estas cosas, más dice la gente de manera petulante o desdeñosa: “No nos entiendes. Nosotros no nos comportamos de esa manera. La falta de entendimiento es tuya.”
Pero si digo todas estas cosas y las consideráis todas ellas, incluso por un tiempo, dando a cada afirmación igual atención, estaré contento.

domingo, 4 de octubre de 2009

EL CABALLO MÁGICO

Un rey tenía dos hijos. El primero ayudaba a la
gento con medios que podían entender. Al segundo se le'
llamaba "holgazán" pues parecía un soñador.
El primer hijo obtuvo grandes honores en su tierra.
El segundo recibió de un humilde carpintero un caballo
de madera que era mágico. Cuando lo montaba,
llevaba al jinete, si era sincero, hasta el deseo de su
corazón.
Buscando el deseo de su corazón, el joven príncipe
desapareció un día montado en el caballo. Estuvo
ausente durante mucho tiempo. Y después de muchas
aventuras, regresó con una bella princesa del País de
la Luz. Su padre se sintió feliz de verlo regresar sano
y salvo y conoció la historia del caballo mágico.
Entonces lo pusieron a disposición de quien quisiera
cabalgarlo. Pero la gente prefería los beneficios
obvios que les proporcionaba la ayuda del primer príncipe,
pues consideraban al caballo como un juguete.
No supieron ver más allá de su apariencia externa
que no era impresionante - tal como un juguete.
Cuando el viejo monarca murió, el "príncipe a quien
le gustaba jugar con juguetes" se convirtió, por su
mandato, en rey. Pero la gente lo despreciaba. Preferían
la excitación y el interés de los descubrimientos
y actividades del príncipe práctico.
A no ser que escuchemos al príncipe "holgazán",
tenga o no con él a una princesa del País de la Luz,
nunca veremos más allá de la apariencia externa del
caballo, porque aunque nos guste, no es su forma la
que puede ayudarnos a viajar hacia nuestro destino.


LA COMIDA Y LAS PLUMAS

Había una vez (y ésta es una historia verdadera) un estudiante que solía ir todos los días a sentarse a los pies de su Maestro, para anotar en un papel todo lo que ésta decía.
Estaba tan inmerso en sus estudios, que era incapaz de realizar ninguna actividad de provecho. Una noche, cuando llegó a casa, su mujer le puso por delante un cuenco tapado con una servilleta. El la cogió y se la puso en el cuello, y entonces vio que el cuenco estaba lleno de... papel y plumas.
“Como esto es lo que haces todo el día”, le dijo su mujer, “intenta comértelo”.
A la mañana siguiente, como de costumbre, el estudiante fue a aprender de su maestro. Aunque las palabras de su mujer le habían afligido, no se puso a buscar un empleo, sino que se dispuso a continuar con sus estudios.
Después de unos minutos de estar escribiendo, se dio cuenta de que su pluma no funcionaba bien. “No importa”, dijo el maestro, “ve a ese rincón. Coge la caja que hay ahí y ponla delante de ti”.
Cuando se sentó con la caja y abrió la tapa, descubrió que estaba llena de... comida.

LA FRUTA DEL CIELO

Había una vez una mujer que había oído hablar de la Fruta del Cielo y la codiciaba. Entonces le preguntó a cierto Sabio, a quien llamaremos Sabar:
“¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata?”
“Harías mejor en estudiar conmigo”, dijo el Sabio. “Si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo.”
La mujer lo abandonó y buscó a otro Sabio, Arif el Verdadero; y después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...
Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo.
De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer Sabio.
“¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo?”, le preguntó.
“Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.”

IRRELEVANCIA

Uno de los sabios Maestros de la tradicion nombró a un sustituto para transmitir sus instrucciones a los discípulos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los discípulos se encargasen de considerar al sustituto, no como un canal, sino como un hombre santo y con autoridad. A su vez, éste empezó a imaginar que todo lo que él decía era significativo. Después, teniendo dudas de ciertos resultados de las acciones del sustituto, algunos de los discípulos se preguntaban unos a otros: “¿Está este hombre actuando plenamente dentro de su mandato?” Algunos de ellos consideraban tales pensamientos como una traición, y no querían mirar todos los abusos.
El Sabio oyó los cuestionamientos y respondió: “La vanidad se ha apoderado de este sustituto, pero ha sido alimentada por vuestros propios deseos de venerar a alguien.”
Los discípulos quedaron cabizbajos y preguntaron: “Si esto puede suceder a un representante en el que se ha puesto toda la confianza, ¿qué no podría suceder en nuestro caso?”
El Sabio les dijo: “Esto no podría haber sucedido si ambas partes no fuesen reprochables. Si hubieseis obedecido mis órdenes, en lugar de crear vuestro propio maestro para imitarle, por no estar satisfechos con las instrucciones, sustituyéndolas por la búsqueda de un ídolo, esto no habría ocurrido. Pero, por otra parte, donde estas tendencias están presentes, no sólo ocurre esto, sino que tiene que ocurrir. En lugar de preguntaros sobre lo que ha sucedido, deberías observar lo incapaces que sois de distinguir lo verdadero de lo falso: aunque no sois suficientemente humildes para asumir que lo falso es lo verdadero.”
“Ésa es vuestra lección.”
Ellos preguntaron: “¿Y qué será ahora de él?”
Él respondió: “Eso no es asunto vuestro. Lo que debe interesaros son las cosas irrelevantes que han impedido vuestro desarrollo: y ahora todavía lo estáis haciendo. Lejos de estar más avanzados que las personas ordinarias, os encontráis ahora mucho más atrás que éstas. ¿Queréis alcanzarlas?”

LA MOSCA DORADA

Había una vez un hombre llamado Salar, que distinguía lo verdadero de lo falso, y que sabía lo que debía hacerse y lo que no, además de saber mucho acerca del aprendizaje de libros. De hecho, sabía tanto que fue nombrado ayudante personal del muftí Zafrani, un eminente jurisconsulto y juez.
Pero Salar no lo sabía todo; e incluso respecto a las cosas que sabía, no actuaba siempre de acuerdo con su conocimiento.
Un día, cuando había dejado al lado su caso de zumo dulce, una minúscula y trémula mosca dorada se posó en el borde y tomó un sorbo. Después sucedió lo mismo al día siguiente, y al siguiente, hasta que la mosca se hizo más grande y Salar podría verla fácilmente. Pero la mosca había crecido tan lentamente que Salar apenas se daba cuenta de ella.
Finalmente, después de varias semanas durante las que Salar había estado profundamente inmerso en el estudio de un complejo problema legal, éste miró hacia arriba y se dio cuenta de que la mosca parecía mucho más grande de lo que debería ser una mosca. La espantó, e inmediatamente ésta alzó el vuelo, trazó unos círculos sobre el vaso y se fue.
Pero volvió. Cuando descuidaba su vigilancia, tomaba de nuevo un sorbo, posada en el borde del vaso, y bebía todo lo que podía. A medida que transcurrían los días, la mosca se hacía cada vez mayor, y como bebía cada vez más, también empezó a tener un aspecto diferente.
Al principio, Salar la espantaba de un manotazo. Después vio que tenía que utilizar un matamoscas para aplastarla. A veces, la mosca empezaba a mirarle como si tuviera una forma semihumana. Por supuesto, se trataba de un Jinn (genio), y en absoluto de una mosca.
Por fin, Salar gritó a la mosca, y he aquí que ésta respondió diciendo: “No sorbo demasiado de tu bebida, y, además, soy hermosa, ¿verdad?”
Salar se sorprendió al principio, después se asustó y, por último, quedó confundido.
Empezó a apreciar las visitas de la mosca, a pesar de que le estaba bebiendo parte de su limonada. Observaba cómo danzaba la mosca, pensaba en ella mucho tiempo, trabajaba cada vez menos y, a medida que la mosca se hacía más grande, descubrió que él se sentía cada vez más débil.
Salar solía tener dificultades con el muftí, así que se estimuló a sí mismo y decidió acabar con la mosca. Reuniendo todas las fuerzas de su decisión, dirigió contra la mosca un violento golpe, pero ésta se escapó volando, diciendo: “Te has equivocado conmigo, porque yo sólo quería ser tu amiga, pero me iré, si eso es lo que quieres.”
Salar sintió al principio que se había liberado de la mosca de una vez por todas, y se dijo a sí mismo: “La he derrotado, lo cual prueba que soy más poderoso que ella, sea o no un ser humano, un Jinn, o una mosca.”
Entonces, cuando Salar se había convencido a sí mismo de que todo ese asunto se había acabado, la mosca apareció de nuevo. Había crecido hasta ser enorme, y descendía del techo como un resplandeciente lago en forma de un hombre.
Dos enormes manos alcanzaron y agarraron la garganta de Salar.
Cuando el muftí vino a buscar a su asistente, éste yacía en el suelo estrangulado. Una parte de la pared se había derrumbado al paso del Jinn, y todo lo que quedaba como marca de su enormidad era la huella de su mano, tan grande como el costado de elefante, en el encalado de la pared.