lunes, 9 de noviembre de 2009

DETENED A OG AHORA...

De modo que, por fin, se ha producido el gran «descubrimiento». El archirrebelde, blasfemo, aprendiz de todo y oficial de nada que se llama Og ha intentado una nueva maniobra para llamar la atención. Como se recordará, su último consejo maravilloso fue: «Llevad cinco cosas a un mismo tiempo; en lugar de varios viajes haced sólo uno». El clero, tal como era previsible para cualquier hombre inteligente, no tardó en ponerle término a eso. Naturalmente, fue mera cuestión de tiempo el que Og se apareciese con otra novedad. Si el Gran Tótem hubiese deseado que nos comportásemos como niños, llenándonos los brazos de objetos en chapucero desorden, ya se habría establecido así en los Salmos Mágicos. Sabemos (tal como el Gran Jefe Judú lo declaró muy sabiamente) que es más digno, más propio y más correcto transportar una cosa por vez
Pero nos estamos acostumbrando a Og. Él mismo se calificaría de «innovador». Sin embargo (aun dando por sentada la tesis, que dista de gozar de aprobación general, de que la innovación es buena, pues existen pruebas en contrario), ¿qué innovación hay en la simple repetición, bajo otra apariencia, de la rebeldía y la herejía?
Como ya he dicho, ayer fue «Llevad más de una cosa en un mismo viaje y economizad tiempo». ¿Hoy! Hoy se repite el estilo pueril, aunque la significación implícita en la exhortación es más siniestra. Hoy en día, amigos, es: «Puedo obtener fuego sin frotar juntos dos trozos de madera».
Por supuesto, antes ningún hombre o mujer honestos habría permitido que desde sus labios se insinuasen tan espantosas palabras ni siquiera para refutarlas. Pero vivimos otra época, días de esclarecimiento, días de progreso; días de agitación que siempre serán recordados como una edad en que ningún hechicero progresista, ningún yuyuísta verdaderamente pensante vacilaba ante la necesidad de dar la cara al mal y devolver sus obscenidades a su fétida boca.
¿Hacer fuego «con otro método»? ¿Hacer fuego de cualquier manera, sin haber sido iniciados por el Gran Fetiche en una ceremonia de tal santidad que sólo se la puede realizar cuatro veces por año? ¿Hacer fuego en cualquier momento en que a uno se le ocurra?
No os culparía si vuestras mentes se sintieran confundidas con sólo escuchar este relato. Pero sin duda no serán las mentes perplejas las que solucionarán el asunto. No, eso se logrará con la lógica fría, el pensamiento sereno y eficaz; con La refutación cuidadosa y perfectamente fundamentada.
Por lo tanto, con calma y con lógica, a la par que bajo el imperio de una conciencia humana muy sana, examinemos tales afirmaciones indignantes y carentes de sentido, como inevitablemente deben parecer a cualquiera de nosotros.
La primera consecuencia del absurdo propuesto sería que de nuestras vidas desaparecería toda la belleza, todo el misterio, todo cuanto encierran de bueno las sanciones fundamentales de la moralidad. Del fuego, de la rareza y sublimidad del fuego, por el que muchos han sacrificado sus vidas, por el que tanta gente ha sufrido y tantas más están dispuestas a sobrellevar las máximas penurias, de la rareza y sublimidad del fuego
dependen, en última instancia, los valores supremos. Dicho en pocas palabras: ¿existe algo más sagrado que el fuego?
¿Qué sería del encantador juramento: «Si miento, que el fuego me castigue desde las alturas»? En lugar de venerado, el fuego no tardaría en ser menospreciado Una vez perdido el temor al fuego, la gente mentiría, engañarla, mataría.
Si, estirando al máximo la credulidad y planteando, como un ejercicio meramente hipotético, una situación insensata, el calor del fuego se hallará a disposición de todos, ¿cómo podrían ser valoradas por su rareza, su misericordia divinamente benévola, su estética nutritiva? Hoy en día la gente se gana y logra el derecho al fuego. Les es dado en los templos, como una recompensa. Aquellos a quienes con todo derecho les es negado, tiritan de frío a nuestro alrededor, sirviéndonos de lección a todos, mientras que, como un castigo por el mal cometido experimentan el anticipo de una mayor pena futura.
Y con esto, queridos amigos, es posible que hayamos revelado los verdaderos y sorprendentemente osados motivos del malévolo Og. Con el correr de las generaciones, es cada vez mayor el número de personas a quienes, insisto en que con todo derecho, les ha sido negado el fuego. Naturalmente, no piensan en otra cosa. Y entonces se aparece Og diciendo:
-Puedo adquirir poder sobre la gente mediante promesas ¿Qué quieren? Fuego. ¡Les prometeré fuego!
¿Comprendéis ahora que, de una sola vez, Og puede descargar sus golpes sobre las bases mismas de la civilización? Si promete fuego, los desaprensivos harán por él cualquier cosa. Si de veras logra producirlo, destruirá la sociedad; no quedará nada por lo cual vivir ni morir. Si no consigue producirlo, puede aniquilar, esbirros mediante, a los hacedores del fuego divino en cualquier momento en que lo desee, sólo por simple emoción y fanatismo.
Og dice que somos una sociedad conservadora, tímida e hipócrita. ¿Es conservadorismo alcanzar latitudes cada vez mayores en busca de bisontes salvajes? ¿Es timidez proteger los más bellos sentimientos conocidos por el hombre? ¿Es hipocresía decir: «Estáis procurando socavarnos y no ofrecéis ninguna alternativa por lo que os lleváis»?
Convertir el fuego en un esclavo en vez de un amo; reducirlo a una materia gobernable con la llave de «si» y «no» ¿cómo puede eso ser bueno o conducir a algo?
No, amigos míos, no me gusta Og. No me gusta como habla. No me gusta su apariencia. No me parece casual que sus antepasados hayan pertenecido a una tribu distinta. No creo a Og, ni nada de lo que sus partidarios dicen de él.
¿Podéis concebir un mundo en que Og y los de su estirpe «usen el fuego», incendiando bosques como si él fuese el mismo dios-rayo?
¿Queréis una comunidad donde se califique de cobardes y farsantes a los elementos más progresistas de la sociedad; donde se ataquen sus valores y se declaren extemporáneos sus objetivos y, sobre todo, que esto lo hagan Og y los de su especie?
Y, por último, en un espíritu más liviano, para que el decidido absurdo de todo ello salte a la vista hasta de los más obtusos: ¿Es Og un segundo Glug el Grande, como para que todo el mundo lo escuche?
¿Ha tomado parte Og en nuestras propias actividades progresistas como para que confiemos en él, basándonos en nuestro conocimiento de sus opiniones y creencias? ¿Es respetado por alguna persona a cuya opinión nosotros asignemos valor?
No. Og es, lisa y llanamente, un enemigo. Y siempre son los enemigos más hábiles y peligrosos los que pasan por benefactores.
Por lo tanto, que se difunda este grito: DETENED A OG AHORA...

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