viernes, 13 de noviembre de 2009

EL HOMBRE CLAVE

Un general cruzaba a caballo una comarca cuando, inadvertidamente, se distanció de sus escoltas y, por completo desorientado, llegó a una aldea.
Los aldeanos se congregaron a su alrededor y él se puso a darles órdenes. Mandó que diesen de comer a su caballo, pero ellos no hicieron caso. Exigió un establo, agua, mantas, pero ninguno se movió.
-Si no me obedecéis inmediatamente -vociferó el general- os castigaré con el máximo rigor.
La autoridad de la aldea le dijo: -No parece que seas muy fuerte. ¿Cómo piensas hacernos algo? ¿ Cómo podrías?
-No se trata de que yo lo haga -les aclaró enfurecido el general-. Interviene la Cadena de Mando.
-¿Y qué es esa Cadena de Mando?
-Bueno, yo doy la orden al coronel, el coronel la transmite al comandante, el comandante al capitán, el capitán al teniente y el teniente al sargento; éste trae un pelotón de soldados, os colocan contra una pared y os fusilan... ¡puff en un santiamén.
-¡Por fin llegamos a algo! -exclamó la autoridad de la aldea-. Ese sargento debe ser un hombre muy poderoso. Hasta ahora sólo te hemos visto a ti. Si desde el primer momento hubiésemos tratado con el sargento ya nos habríamos entendido.

INFORMACIÓN PARA VISITANTES

Los viajeros que llegan a este planeta se alegrarán de saber que posee un sistema para localizar información y definiciones y de este modo contribuir a resolver intrincados problemas.
Este sistema es conocido con el nombre de «diccionarios».
Por supuesto, han ocurrido algunas dificultades de poca importancia.
Cierto visitante que trataba de entender esta cosa llamada humanidad, descubrió que de acuerdo con los diccionarios:
Humano significaba «relativo al hombre o a la humanidad»; el hombre es «la humanidad» o «un ser humano» y humanidad es «el hombre o el ser humano
Pero todo tiene su compensación. Este visitante extrajo sus propias conclusiones sobre lo que esto significaba en verdad. Y en ello basó su conducta
Cuando le preguntaban qué era, él decía:
-Un clerp.
Cuando, al no encontrarlo en sus diccionarios, le preguntaban qué era eso, respondía:
-Es un glomp.
Y esto dio el resultado que él esperaba. La tercera parte de las personas lo tomó por loco, aunque inofensivo, y con ellos no tuvo dificultad ninguna.
Otra tercera parte opinó que algo debía proponerse, algo solapado o deshonesto, y por consiguiente lo condenaron o lo dejaron a un lado, de modo que tampoco con éstos tuvo dificultades.
Los demás creyeron que era un santo.
De esta suerte, gracias a que ninguno sabía quién ni qué era realmente pudo seguir llevando a cabo su trabajo científico con muy pocas interferencias.

EL ASESINO

Como debéis saber, hay muchas clases de bacterias. Algunas son útiles: nos ayudan a digerir los alimentos; otras, que carecen de función discernible, son completamente inofensivas. Y, por supuesto, algunas ocasionan enfermedades.
Un día, cierto microbio peligroso fue atacado repentinamente por otro que lo mató. Una bacteria inofensiva que se encontraba cerca gritó:
-¡Asesino! ¡Este germen no ha hecho daño alguno y, sin embargo, lo has asesinado vilmente!
El criminal dijo:
Si se le hubiese permitido vivir y atacar a la humanidad, o aun a animales, hubiera ocasionado graves perjuicios; quizás hubiese estimulado la acción antibacteriana y podría habernos privado de nuestro tejido anfitrión.
El microorganismo ofendido resopló; conozco a los de tu calaña. Fingiendo poseer grandes luces, os atribuís mayor derecho a disponer de vidas ajenas. Os arrogáis licencias en nombre del conocimiento. No me cabe la menor duda de que estás proyectando que tu próxima víctima sea yo.
-Te ruego que orientes tu atención, a través de este instrumento, a toda una congregación de amigos tuyos que en realidad atacan a un ser humano al que ellos piensan destruir en nombre de la legalidad de la realización de un festín para todos -dijo el otro.
-¿Crees que no tengo nada mejor que hacer -preguntó el idealista ofendido- que obedecer tus órdenes y verme atrapado en un curso de acción que pueda conducirme a mi propio aniquilamiento?
Sin embargo, lo único que el teórico de alto vuelo ha conseguido hacer es enseñar a las bacterias «destructoras» a guardarse sus opiniones. Pero ninguno de los dos bandos entiende realmente al otro.

lunes, 9 de noviembre de 2009

EL HOMBRE Y EL CARACOL

En cierta ocasión un hombre vio un caracol acomodado en una grieta de una pared. Le gritó:
-¡Hola, caracol!
Créase o no, aquel caracol hablaba y oía y le respondió:
-¡Hola, tú! ¿Qué cosa eres?
El hombre contestó:
-Soy un ser humano.
-¿Son ustedes como nosotros! Preguntó el caracol.
-En cierto modo; pero hay muchas cosas que nosotros hacemos y tú no puedes hacer.
-Nómbramelas.
-Bueno, por ejemplo, ustedes tienen ojos sobre una especie de tubos largos, como tallos. Nosotros tenemos tallos también, en el extremo opuesto y los llamamos piernas. En las piernas tenemos pies. Moviendo las piernas y los pies podemos recorrer largas distancias en tiempo muy breve.
-Eso suena extraordinario! ¿Algo más?
-Bueno, no tenemos caparazón. No nos hace falta.
-¿No tienen caparazón? Bueno, supongo que es posible...... ¿Algo más?
-Podemos comunicarnos sin palabras, aun sin estar juntos. El método de que nos valemos es tomar algo, una hoja, por ejemplo, trazar en ella unas marcas llamadas escrituras y enviarla a través de otro ser humano. Y mediante algo llamado «lectura», la persona que la recibe se entera de lo que pensó quien la escribió.
El caracol dijo:
-Lo malo es que tú, al igual que todos los mentirosos, extremas la nota.
Yo te he sorprendido en exageraciones con sólo fingir que te creía. Si te estimulara aun más, absteniéndome de expresar la lógica incredulidad de todo ser racional, me convertiría en cómplice de tus escandalosas mentiras.

CINCO MIL

Un hombre dijo al Custodio de la Puerta de Alepo:
-Hace veinte años que vivo en el Khanqah, el retiro del Maestro de la Época, en Turquestán.
El Custodio preguntó: «¿Que has aprendido?».
-No sé si he aprendido algo -respondió el otro. Mientras estuve allí la gente llegaba y se iba. Algunos eran despedidos, otros se desanimaban. Finalmente yo decidí alejarme.
Dijo el Custodio:
-Hay un gran Sufí que vive al lado del Pequeño Mercado. Quizá pueda darte consejo.
El hombre de Turquestán concurrió al Pequeño Mercado y al ver al gran sufí exclamó:
-¿Eres acaso un impostor? Pues no eres otro que el hombre que durante veinte años se presentaba en el Khanqah y sembraba dudas en mi mente acerca de mi Maestro.
El Sufí sonrió y respondió:
-Uno de mis deberes es poner a prueba a los discípulos, ¿y qué mejor manera de probarlos que ser uno de ellos y criticar y dar pie a su descontento?
-¿Pero qué me dices de los demás? ¿ Es que realmente los otros discípulos eran todos santos que fingían ser otra cosa?
-De tal modo está compuesto el grupo de moradores del Khanqah, que algunos son ignorantes y otros son personas iluminadas que se comportan como si fuesen ignorantes, pero también hay quienes no son ni una ni otra cosa. Sólo ves la superficie. Durante tus dos decenios en el Khanqah, cinco mil de los que no hicieron bulla alguna, a muchos de los cuales ni siquiera miraste y te parecieron ser poco importantes, recibieron su propia iluminación.

DETENED A OG AHORA...

De modo que, por fin, se ha producido el gran «descubrimiento». El archirrebelde, blasfemo, aprendiz de todo y oficial de nada que se llama Og ha intentado una nueva maniobra para llamar la atención. Como se recordará, su último consejo maravilloso fue: «Llevad cinco cosas a un mismo tiempo; en lugar de varios viajes haced sólo uno». El clero, tal como era previsible para cualquier hombre inteligente, no tardó en ponerle término a eso. Naturalmente, fue mera cuestión de tiempo el que Og se apareciese con otra novedad. Si el Gran Tótem hubiese deseado que nos comportásemos como niños, llenándonos los brazos de objetos en chapucero desorden, ya se habría establecido así en los Salmos Mágicos. Sabemos (tal como el Gran Jefe Judú lo declaró muy sabiamente) que es más digno, más propio y más correcto transportar una cosa por vez
Pero nos estamos acostumbrando a Og. Él mismo se calificaría de «innovador». Sin embargo (aun dando por sentada la tesis, que dista de gozar de aprobación general, de que la innovación es buena, pues existen pruebas en contrario), ¿qué innovación hay en la simple repetición, bajo otra apariencia, de la rebeldía y la herejía?
Como ya he dicho, ayer fue «Llevad más de una cosa en un mismo viaje y economizad tiempo». ¿Hoy! Hoy se repite el estilo pueril, aunque la significación implícita en la exhortación es más siniestra. Hoy en día, amigos, es: «Puedo obtener fuego sin frotar juntos dos trozos de madera».
Por supuesto, antes ningún hombre o mujer honestos habría permitido que desde sus labios se insinuasen tan espantosas palabras ni siquiera para refutarlas. Pero vivimos otra época, días de esclarecimiento, días de progreso; días de agitación que siempre serán recordados como una edad en que ningún hechicero progresista, ningún yuyuísta verdaderamente pensante vacilaba ante la necesidad de dar la cara al mal y devolver sus obscenidades a su fétida boca.
¿Hacer fuego «con otro método»? ¿Hacer fuego de cualquier manera, sin haber sido iniciados por el Gran Fetiche en una ceremonia de tal santidad que sólo se la puede realizar cuatro veces por año? ¿Hacer fuego en cualquier momento en que a uno se le ocurra?
No os culparía si vuestras mentes se sintieran confundidas con sólo escuchar este relato. Pero sin duda no serán las mentes perplejas las que solucionarán el asunto. No, eso se logrará con la lógica fría, el pensamiento sereno y eficaz; con La refutación cuidadosa y perfectamente fundamentada.
Por lo tanto, con calma y con lógica, a la par que bajo el imperio de una conciencia humana muy sana, examinemos tales afirmaciones indignantes y carentes de sentido, como inevitablemente deben parecer a cualquiera de nosotros.
La primera consecuencia del absurdo propuesto sería que de nuestras vidas desaparecería toda la belleza, todo el misterio, todo cuanto encierran de bueno las sanciones fundamentales de la moralidad. Del fuego, de la rareza y sublimidad del fuego, por el que muchos han sacrificado sus vidas, por el que tanta gente ha sufrido y tantas más están dispuestas a sobrellevar las máximas penurias, de la rareza y sublimidad del fuego
dependen, en última instancia, los valores supremos. Dicho en pocas palabras: ¿existe algo más sagrado que el fuego?
¿Qué sería del encantador juramento: «Si miento, que el fuego me castigue desde las alturas»? En lugar de venerado, el fuego no tardaría en ser menospreciado Una vez perdido el temor al fuego, la gente mentiría, engañarla, mataría.
Si, estirando al máximo la credulidad y planteando, como un ejercicio meramente hipotético, una situación insensata, el calor del fuego se hallará a disposición de todos, ¿cómo podrían ser valoradas por su rareza, su misericordia divinamente benévola, su estética nutritiva? Hoy en día la gente se gana y logra el derecho al fuego. Les es dado en los templos, como una recompensa. Aquellos a quienes con todo derecho les es negado, tiritan de frío a nuestro alrededor, sirviéndonos de lección a todos, mientras que, como un castigo por el mal cometido experimentan el anticipo de una mayor pena futura.
Y con esto, queridos amigos, es posible que hayamos revelado los verdaderos y sorprendentemente osados motivos del malévolo Og. Con el correr de las generaciones, es cada vez mayor el número de personas a quienes, insisto en que con todo derecho, les ha sido negado el fuego. Naturalmente, no piensan en otra cosa. Y entonces se aparece Og diciendo:
-Puedo adquirir poder sobre la gente mediante promesas ¿Qué quieren? Fuego. ¡Les prometeré fuego!
¿Comprendéis ahora que, de una sola vez, Og puede descargar sus golpes sobre las bases mismas de la civilización? Si promete fuego, los desaprensivos harán por él cualquier cosa. Si de veras logra producirlo, destruirá la sociedad; no quedará nada por lo cual vivir ni morir. Si no consigue producirlo, puede aniquilar, esbirros mediante, a los hacedores del fuego divino en cualquier momento en que lo desee, sólo por simple emoción y fanatismo.
Og dice que somos una sociedad conservadora, tímida e hipócrita. ¿Es conservadorismo alcanzar latitudes cada vez mayores en busca de bisontes salvajes? ¿Es timidez proteger los más bellos sentimientos conocidos por el hombre? ¿Es hipocresía decir: «Estáis procurando socavarnos y no ofrecéis ninguna alternativa por lo que os lleváis»?
Convertir el fuego en un esclavo en vez de un amo; reducirlo a una materia gobernable con la llave de «si» y «no» ¿cómo puede eso ser bueno o conducir a algo?
No, amigos míos, no me gusta Og. No me gusta como habla. No me gusta su apariencia. No me parece casual que sus antepasados hayan pertenecido a una tribu distinta. No creo a Og, ni nada de lo que sus partidarios dicen de él.
¿Podéis concebir un mundo en que Og y los de su estirpe «usen el fuego», incendiando bosques como si él fuese el mismo dios-rayo?
¿Queréis una comunidad donde se califique de cobardes y farsantes a los elementos más progresistas de la sociedad; donde se ataquen sus valores y se declaren extemporáneos sus objetivos y, sobre todo, que esto lo hagan Og y los de su especie?
Y, por último, en un espíritu más liviano, para que el decidido absurdo de todo ello salte a la vista hasta de los más obtusos: ¿Es Og un segundo Glug el Grande, como para que todo el mundo lo escuche?
¿Ha tomado parte Og en nuestras propias actividades progresistas como para que confiemos en él, basándonos en nuestro conocimiento de sus opiniones y creencias? ¿Es respetado por alguna persona a cuya opinión nosotros asignemos valor?
No. Og es, lisa y llanamente, un enemigo. Y siempre son los enemigos más hábiles y peligrosos los que pasan por benefactores.
Por lo tanto, que se difunda este grito: DETENED A OG AHORA...

jueves, 5 de noviembre de 2009

ACTO FALLIDO

Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como
las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca
solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca
encontraban un instante propicio para su unión.
Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban
bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón!
¡Incluso la luna desaparece!
Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se
acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:
"¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"
La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:
"El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."
Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos.
Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con
la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien
voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan
intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la
embriaguez y mezclaron sus dos almas.
La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente
de la situación.
"¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la
estopa? ¿O el carnero a la oveja?"
Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el
imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el
sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de
un día.
La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término
a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el
hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido
en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó
que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza
con las manos.
"¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación
esta suciedad sobre tu cuerpo!"
Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios! El es quien lo
ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son
blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede
con el hombre de nuestra historia.

LAS BABUCHAS PRECIOSAS

Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en
una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo
su haber, se decía:
"¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!"
Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:
"Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada
y nadie entra en ella más que él!
-Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos
de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada."
Llamó a uno de sus emires y le dijo:
"A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo
que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular
tesoros cuando yo soy tan generoso?"
A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto
de linternas y se frotaban las manos diciendo:
"La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo
que encontremos."
De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a
los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:
"Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda
lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo
de calumnias!"
El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon
al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos
sobre Eyaz.
El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo
en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:
"Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para
desviar la atención."
Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos
los agujeros que excavaban les decían:
"Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?"
Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no
había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos
de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Este, fingiendo ignorar su
decepción, les dijo:
"¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde
está entonces la alegría de vuestros rostros?"
Ellos le respondieron:
"¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos
entregamos a tu piedad y a tu perdón.
-No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis
atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más
que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete
un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!"
El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:
"Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de tráición.
¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!
-Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este
manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: "¡El que se conoce,
también conoce a su Dios!" A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las
estrellas. i Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias
no se habrían producido!"

El cambio

Desde su niñez Nasrudín fue llamado el “disconforme”.
Sus familiares se habían acostumbrado tanto a su hábito de hacer siempre lo contrario, que cuando ellos querían algo de él le ordenaban que hiciera lo opuesto.
El día que cumplió 14 años Nasrudín, junto con su padre conducía al mercado un burro cargado de harina. Al despuntar el alba, cruzaban un torrente por un desvencijado puente de sogas cuando la carga empezó a ladearse.
-Pronto Nasrudín, (gritó al padre), levanta la carga por la izquierda o perderemos la harina.
Inmediatamente Nasrudín alzó la parte izquierda de la carga, haciendo que ésta terminara por desequilibrarse y la harina cayera al agua.
-¡Tonto, ridículo!, (exclamó el padre). ¿No es que hacías siempre lo contrario? ¿No te indiqué el lado izquierdo de la carga para que lo hicieras por el derecho?.
-Si padre. Pero ahora tengo 14 años. Desde el amanecer se considera que soy un adulto sensato y, por lo tanto, cumplo las órdenes.

lunes, 2 de noviembre de 2009

HAZ MAS QUE REÍRTE DE LOS TONTOS

Había una vez un tonto a quien se le encargó comprar
harina y sal. Llevó un plato para cargar sus compras.
"Cerciórate", dijo el hombre que lo enviaba, "de no
mezclar ambas cosas; las quiero separadas".
Cuando el tendero había llenado el plato con harina
y estaba midiendo la sal, el tonto dijo: "No la mezcles
con la harina; mira, te enseñaré dónde ponerla".
Y dio vuelta el plato, mostrándole la superficie del
dorso donde podía poner la sal.
La harina, por supuesto, cayó al piso.
Pero la sal estaba segura.
Cuando el tonto regresó dijo al hombre que lo había
mandado: "Aquí está la sal".
"Muy bien", dijo el otro hombre, "pero, ¿dónde está
la harina?"
"Debía de estar aquí", dijo el tonto, dando vuelta
el plato.
Tan pronto lo hizo, la sal cayó al piso y la harina,
por supuesto, no estaba ahí.
Así pasa con los seres humanos. Al hacer una cosa
que les parece bien hecha, pueden anular otra que es
igualmente correcta. Cuando así sucede con pensamientos
en vez de acciones, el hombre está perdido y ya no
importa que basado en sus reflexiones considere que su
pensamiento ha sido lógico.
Tú te has reído con el chiste del tonto. ¿Podrías
hacer algo más y considerar tus propios pensamientos
como si fueran la sal y la harina?

SU EXCELENCIA

Por una serie de malas interpretaciones y coincidencias
Mulá Nasrudín se encontró un día en la sala de
audiencia del Emperador de Persia.
El Shahinshah estaba rodeado de nobles egoístas, gobernadores
de provincia, cortesanos y aduladores de
todo tipo. Cada uno hacía lo posible para obtener el
nombramiento de embajador en la comitiva que pronto
partiría hacia la India.
La paciencia del emperador estaba por acabarse y
alzó su rostro por encima de la insistente audiencia,
invocando mentalmente la ayuda del Cielo para resolver
su problema respecto de quién escoger. Entonce»
sus ojos tropezaron con el Mulá Nasrudín.
Y anunció: "Este hombre será mi embajador, de manera
que dejadme en paz".
Vistieron a Nasrudín con ricos atuendos y se le
encomendó un enorme baúl con rubíes, diamantes, esmeraldas
y preciosas obras de arte: el regalo del Shahinsah
para el Gran Mogol.
Sin embargo, los cortesanos no estaban conformes.
Unidos por primera vez, ya que sus pretensiones habían
sido afrentadas, decidieron planear la caída del Mulá.
Se introdujeron en su cuarto y robaron las joyas que
se repartieron entre ellos, reemplazándolas con tierra
para que el baúl tuviera el mismo peso. Después fueron
a ver a Nasrudín, determinados a arruinar su embajada,
a crearle dificultades y de paso desacreditar también
a su amo.
"Felicitaciones, gran Nasrudín", le dijeron, "lo que
la Fuente de Sabiduría, Pavo Real del Mundo, ha ordenado
debe ser la esencia de toda la sabiduría. Por lo
tanto te saludamos. Sin embargo, hay un par de puntos
sobre los cuales te podríamos aconsejar, ya que estamos
acostumbrados a desempeñarnos en las embajadas
diplomáticas".
"Os estaría muy agradecido", dijo Nasrudín.
"Muy bien", dijo el jefe de los intrigantes. "Primero,
has de ser humilde. Por eso, para evidenciar cuan
modesto eres, no debes mostrar ninguna señal de auto-
249
importancia. Cuando llegues a la India debes entrar
en todas las mezquitas que veas, y hacer colectas para
ti mismo. Segundo, debes observar las reglas de etiqueta
de la corte del país en el que has sido acreditado.
Esto quiere decir que te referirás al Gran Mogol como
'la Luna Llena'".
"¿Pero no es ése uno de los títulos del emperador
de Persia?"
''Ño en la India".
Nasrudín partió. El emperador persa le dijo antes
de salir: "Ten cuidado, Nasrudín. Observa estrictamente
las costumbres, pues el Mogol es un emperador
muy poderoso y debemos impresionarlo sin ofenderlo
en ninguna forma".
"Estoy bien preparado, Majestad", dijo Nasrudín.
Tan pronto estuvo en el territorio de la India, Nasrudín
entró en una mezquita y subió al pulpito: "¡Oh
gente!", gritó, "¡ved en mí al representante de la Sombra
de Alá sobre la Tierra! El Eje del Globo, jSacad
vuestro dinero, pues estoy haciendo una colecta!"
Esto lo repitió en todas las mezquitas que encontró
a lo largo de todo el camino desde Baluchistán hasta
la ciudad imperial de Delhi.
Reunió una gran cantidad de dinero. "Haz lo que
quieras con él", le habían dicho los consejeros, "pues
es el producto del crecimiento intuitivo y de las dádivas
y, como tal, creará su propia demanda". Querían
que el Mulá se expusiera al ridículo por recolectar dinero
en forma tan "vergonzosa". "Los santos deben vivir
de su santidad", exclamaba Nasrudín en una mezquita
tras otra. "No rindo cuentas ni espero que se me rindan.
Para vosotros el dinero es algo que acumuláis
después de haberlo conseguido. Lo podéis cambiar por
cosas materiales. Para mí, es parte de un mecanismo.
Soy el representante de una fuerza natural de crecimiento
intuitivo, dádiva y desembolso".
Ahora, como todos sabemos, el bien a menudo resulta
del mal aparente, y viceversa. Aquellos que creían
que Nasrudín estaba llenando sus propios bolsillos, no
contribuían. Por alguna razón, sus asuntos no prosperaban.
Aquellos que se consideraban creyentes y dieron
su dinero, se hicieron ricos de manera misteriosa. Pero
regresemos a nuestra historia.
Sentado en el Trono del Pavo Real, en Delhi, el
emperador estudiaba los informes que le llevaban los
cortesanos diariamente, describiendo la marcha del
embajador persa. Al principio no comprendía nada.
Luego convocó a su consejo.
"Caballeros", dijo, "este Nasrudín debe ser un santo
o alguien guiado por la divinidad. ¿ Quién ha oído jamás
de alguien que viole el principio de no pedir dinero
sin una buena razón, por temor a que sus motivos se
interpreten incorrectamente?"
"Que tu sombra nunca disminuya", contestaron todos,
"oh, infinita extensión de toda la Sabiduría; estamos
de acuerdo. Si hay hombres así en Persia, debemos
cuidarnos, pues es evidente su superioridad moral
sobre nuestra perspectiva materialista".
Entonces llegó de Persia un mensajero, con una carta
secreta en la cual los espías que el Mogol tenía en la
corte imperial le informaban: "Mulá Nasrudín es un
hombre sin importancia en Persia. Fue escogido como
embajador absolutamente al azar. No podemos entender
por qué razón el Shahinshah no fue más exigente".
El Mogol reunió a su consejo. "¡Incomparables Pájaros
del Paraíso", les dijo, "un pensamiento se ha
manifestado en mí. El emperador de Persia ha escogido
a un hombre al azar para representar a su nación
entera. Esto puede significar que está tan confiado
en la sólida calidad de su pueblo que, para él, cualquiera
eptá calificado para asumir la delicada tarea de s«r
embajador en ¡a sublime corte de Delhi. Esto indica
el grado de perfección que han alcanzado y los sorprendentes
e infalibles poderes de intuición que cultivan.
Debemos reconsiderar nuestro deseo de invadir
Persia, pues gente de esta naturaleza podría fácilmente
aniquilar nuestros ejércitos. Su sociedad está organizada
sobre bases diferentes de la nuestra".
"¡Tienes razón, Supremo Guerrero de las Fronteras!",
dijeron los nobles hindúes.
Pasado un tiempo, Nasrudín llegó a Delhi. Iba montado
sobre su viejo burro, seguido por su escolta, que
iba muy cargada con los sacos de dinero que había
recolectado en las mezquitas. El baúl del tesoro iba
sobre un elefante, ya que su tamaño y peso eran enormes.
Nasrudín fue recibido en la puerta de Delhi por
el maestro de ceremonias. El emperador estaba sentado
con sus nobles en un inmenso patio, que era la
Sala de Recepción de los Embajadores. Todo se había
dispuesto para que la entrada fuera muy baja. Como
consecuencia, los embajadores se veían obligados a
desmontar y a entrar a pie hasta donde se encontraba
la Presencia Suprema, dando así la impresión de que
venían a suplicar. Sólo un hombre de igual importancia
podía entrar a caballo hasta llegar al Emperador.
Sin embargo, jamás ningún embajador había llegado
montado sobre un burro, y por tanto no había nada que
detuviera a Nasrudín para que pasara por la puerta
y llegara hasta el trono imperial.
El rey hindú y sus cortesanos intercambiaron miradas
significativas al presenciar este hecho.
Nasrudín desmontó ágilmente, se dirigió al rey como
"la Luna Llena" y pidió que se acercara el cofre del
tesoro.
Cuando lo abrió y se vio la tierra, hubo un momento
de consternación.
"Mejor no digo nada", pensó Nasrudín, "pues no
hay nada que pueda mitigar esto", de manera que se
quedó callado.
El Mogol le susurró a su visir: "¿Qué significa esto?
¿Es un insulto a la Eminencia Suprema?"
Incapaz de creerlo, el visir pensó profundamente.
Después dio esta interpretación:
"Oh, Presencia, es un acto simólico", murmuró. "El
Embajador quiere deciros que os reconoce como el
Amo de la Tierra. ¿Acaso no os llamó Luna Llena?"
El Mogol se tranquilizó. "Estamos contentos con el
regalo del Shahinshah persa, pues no tenemos necesidad
de riquezas, y agradecemos la sutileza metafísica
del mensaje".
"Se me ha encomendado decir", dijo Nasrudín, recordando
la "frase esencial para la entrega de los regalos"
que le habían dado los intrigantes en Persia, "que
esto es todo lo que tenemos para ti, Majestad".
"Eso quiere decir que Persia no nos dará un gramo
más de su suelo", le susurró al rey el arúspice.
"Dile a tu amo que entendemos", sonrió el Mogol.
"Pero hay un punto más: si yo soy la Luna Llena, ¿que
es el emperador de Persia?"
"La Luna Nueva", dijo Nasrudín, automáticamente.
"La Luna Llena es más madura y da más luz que
la Luna Nueva, la cual es más joven", le susurró el
astrólogo de la corte al Mogol.
"Estamos contentos", dijo el indio, deleitado. "Puedes
regresar a Persia y decirle a la Luna Nueva que
la Luna Llena lo saluda".
Los espías persas en la corte de Delhi inmediatamente
mandaron un informe completo de este diálogo
al Shahinshah. Agregaron que era de todos conocido
que el emperador Mogol había quedado impresionado,
y temía planear la guerra contra los persas, como resultado
de las actividades de Nasrudín.
Cuando regresó, el Shahinshah recibió al Mulá con
toda su corte. "Estoy más que contento, amigo Nasrudín",
dijo, "con el resultado de tus métodos no ortodoxos.
Nuestro país está a salvo, y esto quiere decir
que no se hará la investigación acerca de las joyas o
las colectas en las mezquitas. De ahora en adelante
se te concederá el título especial de Safir (Emisario)".
"Pero, Majestad", le susurró el visir, "este hombre
es culpable de alta traición, si no más. Tenemos
evidencia perfecta de que aplicó uno de tus títulos al
emperador de Ja India, con lo cual cambió su lealtad
y le dio mala reputación a uno de tus magníficos
atributos".
"Sí", vociferó el Shahinshah, "los sabios han dicho
sabiamente que para cada perfección hay una imperfección.
¡Nasrudín.', ¿por qué me llamaste la Luna
Nueva?"
"Yo no sé de protocolo", dijo Nasrudin, "pero sí
sé que la Luna Llena está a punto de desaparecer y
la Luna Nueva está creciendo, con sus mayores glorias
todavía por delante".
El ánimo del emperador cambió. "Apresad a Anwar,
el Gran Visir", gritó. "¡Mulá, te ofrezco el puesto de
Gran Visir!"
"¿Cómo podría aceptarlo", dijo Nasrudín, "después
de ver con mis propios ojos lo que le sucedió a mi
predecesor?"
¿Y qué pasó con las joyas y tesoros que los malos
cortesanos habían usurpado del cofre del tesoro? Esa
es otra historia. Como dijo el incomparable Nasrudín:
"Sólo los niños y los tontos buscan causa y efecto
en la misma historia"

EL CAZADOR DE SANDIAS

Había una vez un hombre que salió de su país, se
extravió y fue a dar al mundo conocido como el País
de los Tontos.
Pronto vio a un grupo de personas que corrían aterrorizadas,
alejándose de un campo donde habían intentado
sembrar trigo. "¡Hay un monstruo en ese campo!",
decían. Miró y vio que era una sandía.
Se ofreció para matar al "monstruo". Después de
arrancar la sandía de la rama, cortó un pedazo y empezó
a comerlo. El terror que les produjo fue aún
mayor que el que les había causado la sandía.
Lo ahuyentaron con horquillas, gritando: "Nos matará
también a nosotros, a menos que nos deshagamos
de él".
Sucedió que en otro tiempo, otro hombre también
se extravió y llegó ni País de los Tontos, y comenzó a
sucederle lo mismo. Pero en vez de ofrecerles ayuda
contra el "monstruo", estuvo de acuerdo con ellos en
que seguramente era peligroso y al alejarse de él, silenciosamente,
junto con todos, ganó su confianza. Pasó
un largo tiempo en sus casas, hasta que les pudo enseñar,
poco a poco, los hechos básicos que les permitieran
no sólo perder el miedo que tenían a las sandías,
sino hasta cultivarlas para su beneficio.

jueves, 29 de octubre de 2009

EL OSO

Una vez un hombre salvó la vida a un oso, que le cobró apego y agradecimiento por lo que había hecho.
El hombre, cansado, se acostó a dormir, con el oso a su lado.
Pasó por allí otro hombre que le advirtió que tuviera cuidado, pues según le dijo, tener a un necio por amigo era peor que tenerlo por enemigo.
Pero el primer hombre pensó que el segundo decía aquello por pura envidia y no tuvo en cuenta sus palabras. Llegó a pensar que el otro hombre quería despojarlo de la seguridad que le aportaba aquel compañero fiel.
Pero cuando se acostó y se quedó dormido, el oso vio que se acercaban las moscas e intentó matarlas con una piedra; y, al hacerlo mató al hombre que lo había salvado.

LAS LOCURA DE DHUN´NUN

Dhun´Nun tenía un comportamiento que la gente corriente consideraba propio de un loco, y lo recluyeron en un manicomio.
Algunos amigos suyos fueron al manicomio para ver como estaba.
Les parecía que quizá se hubiera estado comportando así de manera intencionada, para que la gente aprendiera de él.
Cuando los vio, les gritó, les preguntó quienes eran y les amenazó.
Le explicaron que eran sus amigos y que habían venido a interesarse por su bienestar y a manifestar que no creían que estuviera loco de verdad.
Dhun´Nun les tiró palos y piedras, y ellos huyeron de su locura, pues por tal la tomaron.
Entonces Dhun´Nun se rio y explicó:
-Creían haber entendido que solo me estaba haciendo pasar por loco; pero en cuanto me ven hacer el loco, se imaginan que lo estoy.

EL SEDIENTO Y EL AGUA

Un hombre sediento llegó junto a un arroyo.
No alcanzaba el agua, pues había un muro que él no podía salvar.
Tomó un ladrillo del muro y lo arrojó al agua, produciendo un ruido delicioso para sus oídos.
Siguió haciendo lo mismo, ladrillo tras ladrillo, hasta que la gente le preguntó por qué hacía aquello.
-Tengo dos motivos –dijo-. El primero es que me gusta el sonido del chapoteo del agua, que es música para los oídos del sediento. El segundo es que con cada ladrillo que arranco del muro me acerco más al nivel del agua.
Cuanta más sed tiene el hombre, más anhela el sonido mismo del agua, y con más prisa arranca los ladrillos del muro.

martes, 27 de octubre de 2009

FAVOR DIVINO

Muy cerca del Temén, en la ciudad de Darván, vivía un hombre lleno de generosidad, de
bondad, de madurez y de razón. Su morada era el lugar de reunión de los desheredados,
de los pobres y de los melancólicos. Tenía la costumbre de distribuir la décima parte de
sus cosechas.
Cuando el trigo se convertía en harina y hacían pan con ella, distribuía la décima parte
de él. Cualquiera que fuese la naturaleza de su cosecha, hacía así, cuatro veces al año,
esa distribución.
Un día dio estos consejos a sus hijos:
"Cuando yo haya muerto, perpetuad esta tradición para que el favor divino esté sobre
vuestra cosecha. El fruto de una cosecha proviene de lo desconocido, pues es Dios quien
nos lo proporciona. Si disponéis adecuadamente de sus larguezas, la puerta del provecho
se abrirá para vosotros. Así hacen los campesinos que siembran sin esperar ya una parte
de su cosecha. Puede suceder que lo sembrado sea más importante en cantidad que el
resto. ¡Qué importa! ¡Tienen confianza! El zapatero se priva igualmente de todo para comprar
pieles, pues ésa es la fuente de sus ingresos. Pero la tierra o el cuero no son, de hecho,
sino velos. Y la verdadera fuente de ganancia es lo que Dios nos ofrece. Si restituís
vuestras ganancias a la fuente, recuperáis vuestra apuesta centuplicada. Imaginad que
hayáis colocado vuestras ganancias en el lugar en el que suponéis que se encuentra su
fuente y que nada brota durante dos o tres años. No os queda ya sino implorar a Dios.
"No lo olvidéis: El es quien nos procura alegría y embriaguez, no el vino ni el hachís. Ninguna
ayuda verdadera nos vendrá de vuestros tíos, de vuestros hermanos, de vuestro padre
o de vuestros hijos. Sabedlo: llegará un día en que ellos se alejarán de vosotros y
vuestros amigos se volverán enemigos. Durante toda vuestra vida no habrán hecho sino
obstaculizar vuestro camino, igual que ídolos.
"Si un amigo se aleja de ti con rencor, celos o cólera, no te apenes. Muy al contrario, da
limosnas y da gracias a Dios pues no estabas ligado a ese amigo sino por ignorancia. Pero
ahora te has liberado de sus redes. Busca, pues, un verdadero amigo. El verdadero
amigo es aquel cuya amistad no se deja enfriar por nada, ni siquiera por la muerte.
"No olvidéis esto: sembrad vuestra semilla en la tierra de Dios para que vuestra cosecha
esté al abrigo de los ladrones y de las calamidades. En cualquier momento el diablo nos
amenaza con la pobreza. No le sirvamos de pieza de caza. Por el contrario, démosle caza
nosotros, pues no es digno que el halcón del sultán sea cazado por una perdiz."
Pero este sabio sembraba la semilla de la sabiduría en un terreno árido. En las palabras
del sabio se encuentran miles de exhortaciones útiles. Pero hace falta oído para oírlas.
¡Quién mejor que los profetas para aconsejar, puesto que sus palabras hacen moverse
las montañas!
Las montañas han aprovechado sus consejos, pero muchos hombres les arrojaron piedras.
Así es como, hipnotizados por la idea de sacrificar una décima parte de sus ganancias,
muchos hombres olvidan el favor divino que obtendrían obrando así.

¡Me parece que eres tú!

En la plaza del mercado, Nasrudín, profundamente absorto,: recitaba una oda:
“¡Oh, mi bienamada!
Mi ser interior todo está tan colmado de ti.
Que todo lo que se presenta ante mi vista.
¡Me parece que eres tú!”.
Un bromista gritó:
-¿Y qué pasa si un tonto aparece ante tu vista?
Sin detenerse, como si fuera un estribillo, el Mulá continuó:
-¡...Me parece que eres tú!

ORGULLO

Un pavo real estaba arrancándose las plumas. Acertó a pasar por allí un sabio, que le dijo:
"¡Oh, pavo real! ¿Por qué pretendes afearte? Es una lástima arrancar tan hermosas plumas.
¿Cómo tienes valor para estropear ese maravilloso atavío? Tus plumas son universalmente
apreciadas. Los nobles se hacen abanicos con ellas. Los sabios se hacen marcapáginas
para el Corán. ¡Qué ingratitud la tuya! ¿Has pensado alguna vez en El que ha
creado esas plumas o es que lo haces adrede? Nunca podrás reponerlas en su sitio. No
te laceres el cuerpo por pesar, pues eso no es más que blasfemia."
Al oír estos consejos, el pavo real se puso a llorar y sus lágrimas emocionaron a toda la
concurrencia. El sabio continuó:
"He cometido un error. No he hecho más que aumentar tu pena."
El pavo real siguió regando el suelo con sus lágrimas y su llanto era como centenares de
respuestas. Dejando al fin de llorar, dijo al sabio:
"Tú ves los colores y percibes los olores. Por esta razón es por lo que no comprendes la
multitud de tormentos que me cuestan estas plumas. ¡Oh, cuántos cazadores han lanzado
flechas contra mí para poder apoderarse de ellas! Ya no tengo fuerza para resistir esta
caza perpetua. Sólo me queda el recurso de separarme de mis atractivos y refugiarme en
el desierto o en la montaña. ¡Cuando pienso que hubo un tiempo en el que estas plumas
eran mi orgullo!"
Cada instante de orgullo es una maldición para los vanidosos.

EL ELEFANTE

En un establo oscuro había sido encerrado un elefante originario de la India. La población,
curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en el establo. Como no se veía
apenas a causa de la falta de luz, la gente se puso a tocar al animal. Uno de ellos tocó la
trompa y dijo:
"¡Este animal se parece a un enorme tubo!"
Otro tocó las orejas:
"¡Diríase más bien un gran abanico!"
Otro, que tocaba las patas, dijo:
"¡No! ¡Lo que se llama un elefante es desde luego una especie de columna!"
Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera.
Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo.

LA MUJER ESTÉRIL

Un hombre consultó a un médico pues su esposa
no podía concebir. El médico examinó a la mujer, le
tomó el pulso y dijo:
"No puedo tratar su esterilidad porque he descubierto
que de todas maneras morirá dentro de cuarenta
días."
Después de escuchar tal afirmación la mujer quedó
tan preocupada que no pudo comer durante los cuarenta
días siguientes.
Pero no murió en el plazo señalado.
Volvió el marido a consultar al médico quien le dijo:
"Sí, lo sabía; ahora será fecunda". El esposo preguntó
de qué manera había sucedido ese cambio y el doctor
le respondió: "La exagerada obesidad de tu esposa
interfería en su fertilidad. Sabía que lo único que
le haría olvidar la comida sería el temor a la muerte.
Por tanto, ya está curada". El conocimiento es un
problema muy peligroso.

viernes, 23 de octubre de 2009

El hombre que solamente veía lo obvio

Un buscador de la verdad, tras muchas vicisitudes, finalmente encontró a un hombre iluminado, dotado de la percepción de aquellas cosas que no son accesibles a todos.
El buscador le dijo: "permíteme que te siga para poder aprender, mediante la observación, aquello que has alcanzado".
El sabio contesto: "no serás capas de soportarlo, pues no tendrás la paciencia para mantenerte diligentemente en contacto con la medula de los hechos. Trataras de actuar con formas obvias en lugar de aprender".
El buscador prometió que trataría de ejercitar su paciencia y aprender de las cosas que sucedían, y no actuaría de acuerdo con prejuicios existentes.

"Entonces impongo una condición, dijo el sabio, y es que nada deberás preguntar sobre hecho alguno hasta tanto yo te de una respuesta".
El buscador accedió vehementemente y ambos comenzaron una travesía.
Tan pronto abordaron un bote que los llevaría a través de un ancho río, el sabio hizo secretamente un agujero en el fondo, con lo cual la barca comenzó a hacer agua, pagando la ayuda del botero con una acción ingrata.
El buscador no pudo contenerse. ¡Puede que la gente se ahogue, el bote se hundirá y se perderá! ¿Es esta la acción de un hombre bondadoso?
Te dije, ¿no es así?, observo el sabio suavemente, que no serias capaz de evitar sacar conclusiones precipitadamente.
Ya había olvidado la condición, dijo el buscador. Y pidió que se le perdonara el desliz. Pero estaba muy perplejo.
Su viaje continuo hasta que llegaron a un país donde fueron bien acogidos, bienvenidos por el rey e invitados a salir de caza con el.
El pequeño hijo del rey cabalgaba delante del sabio. Tan pronto como este y el buscador quedaron separados del resto de los cazadores por un seto, el sabio dijo: "pronto, sígueme tan rápidamente como te sea posible". Torció un tobillo del joven príncipe, deposito a este en un matorral y cabalgo velozmente hasta transponer las fronteras del reino.
El buscador quedo abrumado por la impresión y el sentimiento de culpa de haber sido participe de este crimen. Retorciéndose las manos exclamo: "¡Un rey nos brindo su amistad, nos confió a su hijo y heredero, y nosotros lo hemos tratado en forma abominable! ¿Que clase de conducta es esta? ¡Indigna del mas vil de los hombres!"
El sabio simplemente se volvió hacia el buscador y le dijo: "Amigo, estoy llevando a cabo aquello que debo realizar. Tu eres un observador, y poca gente siquiera alcanza esta posición. Habiéndola alcanzado, me parece que no puedes hacer ningún uso de ella, pues estas juzgando desde tu invariable postura de prejuicio. Nuevamente te recuerdo tu promesa."
"Reconozco que no estaría que de no ser por mi promesa y que esta promesa me ata", dijo el buscador. "Por lo tanto, por favor, perdóname una vez mas, encuentro difícil romper el habito de actuar partiendo de suposiciones. Si te interrogara una sola vez mas, despídeme de tu compañia".
Siguieron su viaje.
Al llegar a una ciudad grande y prospera, los viajeros pidieron algo de comer, pero nadie les dio siquiera una migaja. La caridad era desconocida aquí, y las sagradas obligaciones de la hospitalidad habían sido olvidadas. Por el contrario, perros salvajes fueron echados sobre ellos. Cuando llegaron a los limites de la ciudad, hambrientos, desfallecientes y sedientos, el compañero del buscador dijo: "Detente aquí un momento, junto a esta pared en ruinas, pues debemos repararla".
Trabajaron durante algunas horas, mezclando barro, paja y agua hasta que la pared quedo restaurada.
El buscador estaba tan exhausto que su disciplina lo abandono y dijo: "No nos pagaran por esto. Dos veces hemos pagado bien por mal. Ahora pagamos el mal con un bien. He llegado al limite de mi tolerancia y no puedo ir mas lejos": "Deja de temer", dijo el sabio, "y recuerda que dijiste que si me interrogabas una sola vez mas, deberías despedirte. Nuestros caminos se separan aquí, pues tengo mucho que hacer".
"Antes de dejarte, te explicare el significado de algunas de mis acciones, de manera que tal vez un día puedas nuevamente ser capaz de emprender un viaje como este":
"El bote que dañe, se hundió y no pudo ser confiscado por un tirano que estaba apoderándose de todos los botes para una guerra. El niño cuyo tobillo torcí no llegara a ser un usurpador, ni siquiera a heredar el reino, pues la ley dice que solamente los físicamente perfectos pueden regir a la nación. En esta ciudad de odio hay dos pequeños huérfanos. Cuando hayan crecido, la pared de desmoronara nuevamente y revelara el tesoro escondido dentro de ella, que es su patrimonio. Ellos serán lo suficientemente fuertes como para tomar posesión de el y reformar toda la ciudad, pues este es su destino".
"Ahora vete en paz, Estas despedido".

LA CIUDAD

Un servidor del sultán de Bujara había sido desterrado por su amo a consecuencia de
una denuncia calumniosa. Durante diez años, el pobre hombre había vagado de país en
país, abrasado por el fuego de la nostalgia. Un día, habiendo perdido la paciencia, decidió
volver a Bujara. Se puso en camino diciendo:
"¡La ciudad de Bujara es la fuente de la ciencia!"
Después:
"Necesito ir allí pues, para mí, es el único medio de reunirme con mi amada. Quiero volver
a verla y decirle: "¡Ya estoy aquí! Hazme eterno pero no tengas piedad alguna por mí,
pues prefiero morir a tu lado a vivir al lado de los demás. Lo he intentado cien veces, pero
sin ti, nada tiene ya sabor." ¡Oh, músicos! ;Cantad y despertad mi corazón! ¡Oh, camello
mío! ¡Mi viaje ha terminado! ¡Oh, tierra, bebe mis lágrimas! ;Oh, amigos míos! ;Me voy!
Voy a reunirme con Aquel a quien se obedece. Mi corazón añora Bujara. ¡He aquí lo que
es el amor de la patria para un enamorado!"
Sus amigos le dijeron:
"¡Oh, insensato! Reflexiona un poco sobre las consecuencias de todo esto. Sé razonable.
No te destruyas como la mariposa que se acerca al fuego. Si realmente vas a Bujara,
entonces eres un loco y mereces ser encarcelado. El sultán te espera allí, lleno de cólera,
con la espada afilada. Dios te dio la ocasión de escapar de la situación aquella y tú buscas
el camino de la cárcel. Aunque el sultán hubiera enviado decenas de soldados para
que te condujesen a Bujara, deberías haber intentado esquivarlos. Pero nada semejante
te amenaza. ¿Cómo es que te sientes ligado de este modo?"
Estaba bajo el dominio de un amor secreto, pero los que lo aconsejaban así no lo sabían.
Y el enamorado les respondió:
"¡Callad! De nada me sirven vuestros consejos, pues el lazo que me ata es demasiado
sólido. Todas vuestras palabras no hacen sino reforzarlo. Ningún sabio puede comprender
este amor. Cuando la pena de amor se instala en un lugar, ningún imán nos puede ya
enseñar cosa alguna. No intentéis asustarme con vuestros presagios de muerte, pues el
enamorado bordea miles de muertes en cada momento. Lo sé por experiencia: mi vida
está en mi muerte. ¡Oh, buenos amigos! ¡Matadme! ¡Matadme! ¡Matadme!"
El no creía sin embargo ir a Bujara para seguir la enseñanza de un maestro. Pues la verdadera
enseñanza para un enamorado es la belleza del Amado. Las lecciones, los cuadernos
y los libros son Su rostro. Es un torbellino y un estremecimiento.
Así pues, el enamorado tomó el camino de Bujara y la arena del desierto se transformó
en seda bajo sus pies. El gran río se mudó en arroyo y el desierto en jardín de rosas. Habría
podido ser igualmente atraído por la ciudad de Samarkanda, pero lo que lo atraía era
Bujara. Y cuando vio a lo lejos dibujarse los contornos de las murallas, perdió el conocimiento.
Le aplicaron agua de rosas a la cara para reanimarlo y, lleno de alegría, entró en
Bujara. Todos los que encontró le dijeron:
"¡No te muestres así! ¡El sultán te busca! ¡Quiere vengarse de ti, después de diez años!
¡En el nombre de Dios, no te arriesgues! Tú eras el amado del sultán, su visir, su consejero.
Fuiste reconocido culpable y desterrado. Puesto que has escapado de esto, ¿por qué
vuelves?"
El enamorado respondió:
"Estoy sediento. ¡Sé que el agua puede matarme pero, aunque mis manos y mis pies se
inflamen, nada saciará la sed de mi fogoso corazón! Y a quien me pida explicaciones, responderé:
"¡Lo que lamento es no poder beber el océano!" Si el sultán quiere derramar mi
sangre, gozaré como la tierra goza con la lluvia."
Y el enamorado fue a prosternarse ante el sultán, con los ojos llenos de lágrimas. El populacho
se reunió, curioso por saber si el sultán iba a ahorcarlo o quemarlo.
El sultán mostró entonces a aquellos tontos lo que el tiempo revelará a los desdichados.
Como las mariposas, se han precipitado hacia el fuego tomándolo por luz. Pero el fuego
del amor no es como la llama de una vela: es una luz entre las luces.

EL ARROYO DE LA LUNA

Un rebaño de elefantes se había instalado a la orilla de un arroyo y los demás animales
se lamentaban de que esta presencia los privaba del libre acceso al curso de agua. Todos
se pusieron a buscar una estratagema para hacer que se largaran, pues estaba claro que
ninguna fuerza bastaba para obligarlos a irse.
El primer día de la luna, un viejo conejo subió a un montículo y gritó a los elefantes:
"¡Oh, sultán de los elefantes! ¡Soy un mensajero, el mensajero de la luna! Si quieres tener
la prueba de mis palabras, escucha esto: dentro de quince días, la luna se mostrará
en el agua. Y he aquí el mensaje que la luna os envía: "Este arroyo nos pertenece y está
prohibido a todos acercarse a él bajo pena de volverse ciegos" Creedme, si os quedáis
cerca de este arroyo, seréis cegados por medio de unos destellos. ¡Y si os atrevéis a calmar
en él vuestra sed, la luna se estremecerá en el agua para mostrar su cólera!"
Al octavo día de la luna, el sultán de los elefantes fue a beber al arroyo, pero cuando
mojó su trompa en él, vio la luna estremecerse en su superficie. Entonces empezó a creer
lo que le había dicho el viejo conejo, pero los demás elefantes lo tranquilizaron diciéndole:
"¡No somos tan tontos como para huir porque la luna se haya movido!"

EL MAESTRO DE ESCUELA

La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda
intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más
que un ala: la de la intuición.
Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se
pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:
"¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de
descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."
Uno de los alumnos propuso su idea:
"Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara
está muy pálida! ¡Sin duda tiene fiebre!" Seguno que estas palabras tendrán su efecto sobre
él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis
todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego
un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda
de que quedará convencido."
A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que
cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en
anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:
"¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"
Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos
tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.
Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda
se apodera de él.
El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer,
porque se decía:
"¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa
por mí. Acaso espera casarse con otro..."
Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:
"¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"
El maestro de escuela replicó:
"¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero
a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."
La mujer le dijo:
"¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!
-¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía.
Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.
-Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco
ser tratada así.
-¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré
mejor si me acuesto."
La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:
"Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."
Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido
esta astuta idea dijo a los demás:
"Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y
ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."
Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:
"Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."
Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a
sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños
jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños
respondieron:
"No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."
Las madres dijeron entonces:
"Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"
Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron
que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:
"¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"
El maestro replicó:
"Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!"

EL ELEFANTE

En un establo oscuro había sido encerrado un elefante originario de la India. La población,
curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en el establo. Como no se veía
apenas a causa de la falta de luz, la gente se puso a tocar al animal. Uno de ellos tocó la
trompa y dijo:
"¡Este animal se parece a un enorme tubo!"
Otro tocó las orejas:
"¡Diríase más bien un gran abanico!"
Otro, que tocaba las patas, dijo:
"¡No! ¡Lo que se llama un elefante es desde luego una especie de columna!"
Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera.
Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo.

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA SERPIENTE-DRAGON

Un día, un cazador de serpientes salió de caza a las montañas. Pretendía capturar la
mayor de las serpientes. Pues bien, una violenta tempestad de nieve se desencadenó en
las alturas.
De pronto, nuestro cazador se quedó al acecho ante una enorme serpiente. Buscaba
una serpiente pero acababa de encontrar un dragón. Presa de gran terror al principio, se
dio cuenta enseguida de que el monstruo estaba entumecido por el frío. Decidió, pues, llevarlo
al pueblo para que la población pudiese admirarlo.
Ya de vuelta en el pueblo, proclamó:
"¡Acabo de capturar un dragón! ¡Me ha dado mucho trabajo, pero, sin embargo, he conseguido
matarlo!"
El cazador creía realmente muerta la serpiente, cuando sólo estaba adormecida por el
frío. La multitud acudió para admirar el dragón mientras que el cazador contaba las peripecias
imaginarias de esta captura. La gente, llena de curiosidad, no dejaba de agruparse
y esperaba que el cazador alzase la manta bajo la cual había disimulado el animal. El cazador,
por su parte, esperaba sacar un buen provecho de aquel público, pero el tiempo
que pasaba y el calor acabaron por sacar a la serpiente de su sopor...
Cuando la multitud vio que aquella serpiente, supuestamente muerta, aún se movía, huyó
gritando de horror. La gente se atropellaba para escapar más aprisa. En cuanto a la
serpiente, se tragó de un solo bocado al cazador triturándole los huesos.
Las privaciones transforman a una serpiente en un gusano. La abundancia transforma al
mosquito en halcón. ¡Anda! Mejor deja al dragón sepultado en la nieve. No lo expongas al
sol. Desconfía del sol del deseo porque puede transformar al búho en halcón.

EL IDIOTA

Un idiota encontró un día una cola de carnero. Todas las mañanas la utilizaba para engrasarse
el bigote. Después iba a casa de sus amigos y les decía que volvía de una recepción
en la que habían festejado y habían comido platos muy suculentos. Su vientre vacío
maldecía su bigote, reluciente de grasa.
¡Oh, pobre! ¡Si no fueses tan embustero, quizá te invitaría a comer un hombre generoso!
Un día, mientras el estómago de nuestro idiota se quejaba ante Dios, un gato le robó la
cola de carnero. El hijo del idiota intentó capturar al animal, pero en vano. Por temor a
que su padre le regañara, se puso a llorar. Después, fue corriendo al lugar en el que su
padre se reunía con sus amigos. Llegó en el mismo instante en que su padre contaba a
los demás su imaginaria comida de la víspera. Le dijo:
"¡papá! El gato se ha llevado la cola de carnero con la que te engrasas el bigote todas
las mañanas. He intentado perseguirlo, pero no he logrado atraparlo!"
Ante estas palabras, todos sus amigos se echaron a reír y lo invitaron a una comida,
muy real esta vez. Y así, nuestro hombre, abandonando sus pretensiones, conoció el placer
de ser sincero.

EL CIUDADANO Y EL CAMPESINO

Un ciudadano era amigo de un campesino y, todos los años, durante dos o tres meses,
le ofrecía hospitalidad. El campesino gozaba de su casa, de su almacén y de su mesa.
Sus menores deseos eran satisfechos, antes incluso de ser expresados. Un día, el campesino,
dijo al ciudadano:
"¡Oh, maestro! ¡Nunca me has visitado! Ven a mi casa con tu mujer y tus hijos pues
pronto llegará la primavera y, en esa estación, los rosales y los árboles frutales están cubiertos
de flores. Quédate en mi casa durante tres o cuatro meses para que tengamos
también ocasión de servirte."
El ciudadano declinó la invitación, pero el campesino renovó este ofrecimiento durante
ocho años sin que el ciudadano se desplazara. En cada una de sus visitas, el campesino
reiteraba su invitación y, todas las veces, el ciudadano encontraba una excusa para zafarse.
Como la cigüeña, el campesino venía a hacer su nido en la casa del ciudadano y éste
gastaba todos sus bienes para no faltar a los deberes de la hospitalidad. En el curso de
una de estas visitas, el campesino suplicó de nuevo al ciudadano:
"¡Hace ya diez años que me prometes venir! ¡En nombre de Dios, haz un esfuerzo esta
vez!"
Los hijos del ciudadano dijeron a su padre:
"¡Oh, padre! Las nubes, la luna y las sombras viajan. ¿Por qué te niegas? No hay tensiones
entre él y tú. ¡Ofrécele la ocasión de saldar la deuda que ha contraído contigo!"
Era su madre la que los había incitado a tomar así la palabra y el ciudadano les dijo:
"¡Oh, hijos míos! ¡Tenéis razón, pero los sabios dicen que hay que desconfiar de la calumnia
de aquellos a los que se ha ayudado!"
A pesar de esto, las repetidas invitaciones del campesino acabaron por vencer la reticencia
del ciudadano y, un día, después de haber hecho los preparativos y cargado el asno
y el buey con lo necesario para el viaje, tomó el camino con su mujer y sus hijos.
Estos se decían:
"Vamos a comer fruta y a jugar en los prados. Tenemos allí un amigo que nos espera. A
la vuelta, traeremos trigo y cebollas para el invierno."
Pero el ciudadano les dijo:
"¡No seáis aún tan imaginativos!"
Atravesaron las mesetas llenos de alegría. El sol quemaba su frente. Por la noche, se
guiaban gracias a las estrellas. Al cabo de un mes, llegaron al pueblo del campesino en
un estado de gran agotamiento. Se informaron para encontrar la casa de su amigo pero,
una vez que hubieron llegado a ella, éste se negó a abrirles la puerta. Durante cinco días,
permanecieron así ante su casa, sofocados por el calor durante el día y transidos de frío
por la noche. Pero ¡ay!, el hambre lleva al león a actuar como buitre y a comer carroña. Y
cada vez que él veía al campesino salir de su casa, el ciudadano le decía:
"¿No me recuerdas?"
El campesino respondía:
"¡Seas bueno o malo, ignoro quién eres!
-¡Oh, hermano mío! decía entonces el ciudadano, ¿has olvidado? ¡Tú vienes a mi casa y
comes a mi mesa desde hace años!"
El campesino respondía:
"¿Qué significan esas palabras insensatas? ¡No te conozco y ni siquiera sé cómo te llamas!"
Al cabo de unos días, empezaron las lluvias y esta espera se hizo insoportable. El ciudadano
llamó a la puerta con todas sus fuerzas preguntando por el amo de la casa.
"¿Qué quieres?" le dijo este último.
El ciudadano respondió:
"Renuncio a todas mis pretensiones y abandono mis ilusiones sobre nuestra amistad.
Sólo te pido una cosa. Está lloviendo. Así que, por esta noche al menos, ofrécenos un pequeño
rincón de tu casa."
El campesino le dijo:
"Hay desde luego un sitio en que puedo alojaros, pero es el refugio en el que suele instalarse
el guardián que nos protege de los lobos. i Si quieres hacer ese oficio por esta noche,
puedes instalarte ahí!
-¡Desde luego! dijo el ciudadano. Dame un arco y flechas y te garantizo que no dormiré.
Me basta con que mis hijos estén protegidos del barro y de la lluvia."
La familia se amontonó, pues, en el refugio. El ciudadano, con su arco y sus flechas a
mano, se decía:
"¡Oh, Dios mío! ¡Merecemos este castigo! Pues nos hemos hecho amigos de un hombre
indigno. Más vale estar a servicio de un hombre sensato que aceptar los favores de un
hombre cruel como éste!"
Los mosquitos y las pulgas laceraban su piel, pero el ciudadano no les prestaba atención,
concentrado sólo en su tarea de guardián: tanto temía incurrir en los reproches del
campesino.
A media noche, cuando estaba agotado, el ciudadano divisó una sombra que se movía.
Se dijo:
"¡Ahí está el lobo!"
Y disparó una flecha. El animal, alcanzado, cayó a tierra ventoseando. Inmediatamente,
el campesino salió de su casa gritando:
"¡Qué horror! ¡Acabas de matar a la cría de mi burra!
-¡No! dijo el ciudadano. ¡Era un lobo negro y su forma era desde luego la de un lobo!
-¡No! dijo el campesino, ¡lo he reconocido por su manera de ventosear!
-Es imposible, dijo el ciudadano, está demasiado oscuro para ver algo. Ve a cerciorarte.
-Es inútil, dijo el campesino. Para mí está claro como la luz del día. Demasiado bien he
reconocido su manera de ventosear. ¡Lo reconocería así entre otros veinte!"
Ante aquellas palabras, el ciudadano se encolerizó y lo sujetó por el cuello:
"¡Oh, imbécil! ¿Qué significa esto? ¡En esta obscuridad, consigues reconocer al hijo de
tu asna gracias al ruido de sus pedos, pero no me has reconocido a mí, que soy amigo tuyo
desde hace más de diez años!"

martes, 20 de octubre de 2009

LA QUEJA

Un día, la mujer de un pobre beduino dijo agriamente a su marido:
"padecemos sin cesar pobreza y necesidad. La pena es nuestro legado, mientras que el
placer es el de los demás. No tenemos agua, sino sólo lágrimas. La luz del sol es nuestro
único vestido y el cielo nos sirve de edredón. A veces llego a tomar la luna llena por un
trozo de pan. Incluso los pobres se avergüenzan ante nuestra pobreza. Cuando tenemos
invitados, siento deseos de robarles sus vestidos mientras duermen."
Su marido le respondió:
"¿Hasta cuándo vas a seguir quejándote? Ya ha pasado más de la mitad de tu vida. La
gente sensata no se preocupa de la necesidad ni de la riqueza, pues ambas pasan como
el río. En este universo, hay muchas criaturas que viven sin preocuparse por su subsistencia.
El mosquito, como el elefante, forman parte de la familia de Dios. Todo eso no es
más que preocupación inútil. Eres mi mujer y una pareja debe estar conjuntada. Puesto
que yo estoy satisfecho, ¿por qué estás tú tan quejosa?"
La mujer se puso a gritar:
"¡Oh, tú, que pretendes ser honrado! Tus idioteces ya no me impresionan. No eres más
que pretensión. ¿Vas a seguir mucho tiempo profiriendo tales insensateces? Mírate: la
pretensión es algo feo, pero en un pobre es aún peor. Tu casa parece una tela de araña.
Mientras sigas cazando mosquitos en la tela de tu pobreza, nunca serás admitido cerca
del sultán y de los Reyes."
El hombre replicó:
"Los bienes son como un sombrero en la cabeza. Sólo los calvos lo necesitan. ¡Pero los
que tienen un hermoso pelo rizado pueden muy bien prescindir de él!"
Viendo que su marido se encolerizaba, la mujer se puso a llorar.
Empezó a hablarle con modestia:
"Yo no soy tu mujer; no soy más que la tierra bajo tus pies. Todo lo que tengo, es decir,
mi alma y mi cuerpo, todo te pertenece. Si he perdido la paciencia sobre nuestra pobreza,
si me lamento, no creas que es por mí. ¡Es por ti!¦¦
Aunque, aparentemente, los hombres vencen a las mujeres, en realidad, son ellos, sin
duda alguna, los vencidos. Es como con el agua y el fuego, pues el fuego acaba siempre
por evaporar el agua."
Al oír estas palabras, el marido se excusó ante su mujer y dijo:
"Renuncio a contradecirte. Dime qué quieres."
La mujer le dijo:
"Acaba de amanecer un nuevo sol. Es el califa de la ciudad de Bagdad. Gracias a él, esta
ciudad se ha convertido en un lugar primáveral. Si llegaras hasta él, es posible que,
también tú, te convirtieras en sultán."
El beduino exclamó:
"pero ¿con qué pretexto podría yo presentarme ante el califa? ¡No puede hacerse una
obra de arte sin herramientas!"
Su mujer le dijo:
"Sabe que las herramientas son signo de presunción. En esto, sólo necesitas tu modestia."
El beduino dijo:
"Necesito algo para atestiguar mi pobreza, pues las palabras no bastan."
La mujer:
"Aquí tienes una cántara llena con agua del pozo. Es todo nuestro tesoro. Tómala y ve a
ofrecerla al sultán, y dile que no posees otra cosa. Dile además que puede recibir muchos
regalos, pero que esta agua, por su pureza, le reconfortará el alma."
El beduino quedó seducido por esta idea:
"¡Un regalo así, ningún otro puede ofrecerlo!"
Su mujer que no conocía la ciudad, ignoraba que el Tíber pasaba ante el palacio del sultán.
El beduino dijo a su mujer:
"¡Tapa esta cántara para que el sultán rompa su ayuno con esta agua!"
Y acompañado por las plegarias de su mujer, el hombre llegó sano y salvo a la ciudad
del califa. Vio a muchos indigentes que recibían los favores del sultán. Se presentó en el
palacio. Los servidores del sultán le preguntaron si había tenido un buen viaje y el beduino
explicó que era muy pobre y que había hecho aquel viaje con la esperanza de obtener
los favores del sultán. Lo admitieron, pues, en la corte del califa y llevó la cántara ante este
último.
Cuando lo hubo escuchado, el califa ordenó que llenasen de oro su cántara. Hizo que le
entregaran preciosos vestidos. Después pidió a un servidor suyo que lo condujese a la orilla
del Tíber y lo embarcase en un navío.
"Este hombre, dijo, ha viajado por la ruta del desierto. Por el río, el camino de vuelta será
más corto."
Pues, aun cuando poseía un océano, el sultán aceptó unas gotas de agua para transformarlas
en oro.
El que advierte un arroyuelo del océano de la verdad, debe primero romper su cántara.

EL POZO DEL LEON

Los animales vivían todos con el temor del león. Las grandes selvas y las vastas praderas
les parecían demasiado pequeñas. Se pusieron de acuerdo y fueron a visitar al león.
Le dijeron:
"Deja de perseguirnos. Cada día, uno de nosotros se sacrificará para servirte de alimento.
Así, la hierba que comemos y el agua que bebemos no tendrán ya este amargor que
les encontramos."
El león respondió:
"Si eso no es una astucia vuestra y cumplís esta promesa, entonces estoy perfectamente
de acuerdo. Conozco demasiado las triquiñuelas de los hombres y el profeta dijo: "El
fiel no repite dos veces el mismo error"."
"¡Oh, sabio! -dijeron los animales-, es inútil querer protegerse contra el destino. No saques
tus garras contra él. ¡Ten paciencia y sométete a las decisiones de Dios para que El
te proteja!"
"Lo que decís es justo -dijo el león-, pero más vale actuar que tener paciencia, pues el
profeta dijo: "Es preferible que uno ate su camello!""
Los animales:
"Las criaturas trabajan para el carnicero. No hay nada mejor que la sumisión. Mira el niño
de pecho; para él, sus pies y sus manos no existen pues son los hombros de su padre
los que lo sostienen. Pero cuando crece, es el vigor de sus pies el que lo obliga a tomarse
el trabajo de caminar."
-Es verdad, reconoció el león, pero ¿por qué cojear cuando tenemos pies? Si el dueño
de la casa tiende el hacha a su servidor, éste comprende lo que debe hacer. Del mismo
modo, Dios nos ha provisto de manos y de pies. Someterse antes de llegar a su lado, me
parece una mala cosa. Pues dormir no aprovecha sino a la sombra de un árbol frutal. Así
el viento hace caer la fruta necesaria. Dormir en medio de un camino por el que pasan
bandidos es peligroso. La paciencia no tiene valor sino una vez que se ha sembrado la
semilla."
Los animales respondieron:
"Desde toda la eternidad, miles de hombres fracasan en sus empresas, pues, si una cosa
no se decide en la eternidad, no puede realizarse. Ninguna precaución resulta útil si
Dios no ha dado su consentimiento. Trabajar y adquirir bienes no debe ser una preocupación
para las criaturas."
Así, cada una de las partes desarrolló sus ideas por medio de muchos argumentos pero,
finalmente, el zorro, la gacela, el conejo y el chacal lograron convencer al león.
Así pues, un animal se presentaba al león cada día y éste no tenía que preocuparse ya
por la caza. Los animales respetaban su compromiso sin que fuese necesario obligarlos.
Cuando llegó el turno al conejo, éste se puso a lamentarse. Los demás animales le dijeron:
"Todos los demás han cumplido su palabra. A ti te toca. Ve lo más aprisa posible junto al
león y no intentes trucos con él."
El conejo les dijo:
"¡Oh, ámigos míos! Dadme un poco de tiempo para que mis artimañas os liberen de ese
yugo. Eso saldréis ganando, vosotros y vuestros hijos."
-Dinos cuál es tu idea, dijeron los animales.
-Es una triquiñuela, dijo el conejo: cuando se habla ante un espejo, el vaho empaña la
imagen."
Así que el conejo no se apresuró a ir al encuentro del león. Durante ese tiempo, el león
rugía, lleno de impaciencia y de cólera. Se decía:
"¡Me han engañado con sus promesas! Por haberlos escuchado, me veo en camino de
la ruina. Heme aquí herido por una espada de madera. Pero, a partir de hoy, ya no los escucharé."
Al caer la noche, el conejo fue a casa del león. Cuando lo vio llegar, el león, dominado
por la cólera, era como una bola de fuego. Sin mostrar temor, el conejo se acercó a él,
con gesto amargado y contrariado. Pues unas maneras tímidas hacen sospechar culpabilidad.
El león le dijo:
"Yo he abatido a bueyes y a elefantes. ¿Cómo es que un conejo se atreve a provocarme?"
El conejo le dijo:
"Permíteme que te explique: he tenido muchas dificultades para llegar hasta aquí. Había
salido incluso con un amigo. Pero, en el camino, hemos sido perseguidos por otro león.
Nosotros le dijimos: "Somos servidores de un sultán " Pero él rugió: "¿Quién es ese sultán?
¿Es que hay otro sultán que no sea yo?" Le suplicamos mucho tiempo y, finalmente,
se quedó con mi amigo, que era más hermoso y más gordo que yo. De modo que otro
león se ha atravesado en nuestros acuerdos. Si deseas que mantengamos nuestras promesas,
tienes que despejar el camino y destruir a este enemigo, pues no te tiene ningún
temor."
-¿Dónde está? dijo el león. ¡Vamos, muéstrame el camino!"
El conejo condujo al león hacia un pozo que había encontrado antes. Cuando llegaron al
borde del pozo, el conejo se quedó atrás. El león le dijo:
"¿Por qué te detienes? ¡Pasa delante!"
"Tengo miedo, dijo el conejo. ¡Mira qué pálida se ha puesto mi cara!"
-¿De qué tienes miedo?" preguntó el león.
El conejo respondió:
"¡En ese pozo vive el otro león!"
-Adelántate, dijo el león. ¡Echa una ojeada sólo para verificar si está ahí!
-Nunca me atreveré, dijo el conejo, si no estoy protegido por tus brazos."
El león sujetó al conejo contra él y miró al pozo. Vio su reflejo y el del conejo. Tomando
este reflejo por otro león y otro conejo, dejó al conejo a un lado y se tiró al pozo.
Esta es la suerte de los que escuchan las palabras de sus enemigos. El león tomó su reflejo
por un enemigo y desenvainó contra sí mismo la espada de la muerte.

EL LORO

Un tendero poseía un loro cuya voz era agradable y su lenguaje divertido. No sólo guardaba
la tienda, sino que también distraía a la clientela con su parloteo. Pues hablaba como
un ser humano y sabía cantar... como un loro.
Un día, el tendero lo dejó en la tienda y se fue a su casa. De pronto, el gato del tendero
divisó un ratón y se lanzó bruscamente a perseguirlo. El loro se asustó tanto que perdió la
razón. Se puso a volar por todos lados y acabó por derribar una botella de aceite de rosas.
A su vuelta, el tendero, advirtiendo el desorden que reinaba en su tienda y viendo la botella
rota, fue presa de gran cólera. Comprendiendo que su loro era la causa de todo
aquello, le asestó unos buenos golpes en la cabeza, haciéndole perder numerosas plumas.
A consecuencia de este incidente, el loro dejó bruscamente de hablar.
El tendero quedó entonces muy apenado. Se arrancó el pelo y la barba. Ofreció limosnas
a los pobres para que su loro recobrase la palabra. Sus lágrimas no dejaron de correr
durante tres días y tres noches. Se lamentaba diciendo:
"Una nube ha venido a oscurecer el sol de mi subsistencia."
Al tercer día, entró en la tienda un hombre calvo cuyo cráneo relucía como una escudilla.
El loro, al verlo, exclamó:
"¡Oh, pobre desdichado! ¡Pobre cabeza herida! ¿De dónde te viene esa calvicie? ¡Pareces
triste, como si hubieras derribado una botella de aceite de rosas!"
Y toda la clientela estalló en carcajadas.
Dos cañas se alimentan de la misma agua, pero una. de ellas es caña de azúcar y la
otra está vacía.
Dos insectos se alimentan de la misma flor, pero uno de ellos produce miel y el otro veneno.
Pero el agua dulce y el agua amarga, aunque tengan la misma apariencia, son muy diferentes
para quien las ha probado.

lunes, 19 de octubre de 2009

LA TIERRA Y EL AZUCAR

Erase un hombre que había adquirido la costumbre de comer tierra. Un día entró en una
tienda para comprar azúcar.
El tendero, que no era un hombre honrado, usaba terrones de tierra para pesar. Dijo a
nuestro hombre:
"Este es el azúcar mejor de la ciudad, pero utilizo tierra para pesarlo."
El otro respondió:
"Lo que necesito es azúcar. ¡Poco me importa que los pesos de tu balanza sean de tierra
o de hierro!"
Y pensó para sí:
"Siendo un comedor de tierra, no podía uno caer mejor."
Se puso el tendero a preparar el azúcar y el hombre aprovechó para comerse la tierra. El
tendero notó su maniobra, pero se guardó mucho de decir nada, pues pensaba:
"Este idiota se perjudica a sí mismo. Teme ser sorprendido, pero yo sólo tengo un deseo:
que coma el máximo de tierra posible. ¡Ya comprenderá cuando vea lo poco de azúcar
que quedará en la balanza!"
Experimentas un gran placer cometiendo adulterio con la vista, pero no te das cuenta de
que, al hacerlo, devoras tu propia carne.

LOS EXCREMENTOS

Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no tenía
fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que se sentía a causa del
incienso quemado por los comerciantes.
La gente se reunió a su alrededor para ayudarle. Algunos le frotaban el pecho y otros los
brazos. Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que aquella misma
agua era la que lo había puesto en ese estado.
Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le tomaban el pulso.
Los había que diagnosticaban un abuso de bebida, otros un abuso de hachís. Nadie,
en definitiva, encontró el remedio.
Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo lo qué sucedía
a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos los excrementos de
perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo:
"¡Yo conozco la causa de su mal!"
La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el remedio consiste
en recobrar esas costumbres. Por eso existe el versículo que dice: "¡La suciedad ha sido
creada para los sucios!"
Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose
hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar
el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las gentes alrededor,
sospechando algún truco de magia, se dijeron:
"Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto."
Ya ves. Toda persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos se convencerá
ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los excrementos no cambiará
de naturaleza al caer en el ámbar.

LA HERMOSA SIRVIENTA

Érase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó
de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo
se convirtió en esclavo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar
su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma.
¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra
agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar
una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo.
El sultán reunió a todos sus médicos y les dijo:
"Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar
al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros."
Los médicos le respondieron:
"Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el Mesías de este
mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón."
Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir
"¡Insh Allah!" hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero
ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las
lágrimas del sultán se transformaban en arroyo.
Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto previsto. El sultán,
al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante
el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo:
"Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien
distinto a ti. ¡Perdóname!"
Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con
los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano
que le decía:
"¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero.
Es un hombre justo y digno de confianza. Es también un buen médico. Hay sabiduría
en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios."
Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar
el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante
como el sol en la sombra.
Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir
y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán
dijo:
"Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay que acometer
una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor!"
Se abrazaron y el sultán añadió:
"¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!"
Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma.
El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad.
Después, dijo:
"Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado
tu corazón."
No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los
males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se
percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el
afectado, sino su corazón.
Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado,
se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo. ¡Sí! Nuestra lengua
es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso.
En su ambición por describir el amor la razón se encuentra como un asno tendido
cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.
El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños
o amigos.
"Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que
hacer a la enferma."
La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano
empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura:
"¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios.
¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?"
Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso.
Si alguien se ha clavado una espina en el pie lo apoya en su rodilla e intenta sacársela
por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una
espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone
a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es
un hombre inteligente que lo alivie.
Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada
una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las ciudades en las que había
estado al dejar su país, cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permaneció
invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda. Comprobó
una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran
muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de
sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado
en aquella ciudad.
El médico le dijo entonces:
"No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas
para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu
secreto, ni siquiera al sultán."
Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo:
"Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda
de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos
vestidos adornados con oro y plata."
El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero
de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron:
"¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea
confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes,
serás su protegido."
A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino
del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y
a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído:
"¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con lo que sueñas?"
A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia
de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero
con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la
unión.
Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en el placer y en el gozo.
La enferma sanaba y se volvía cada vez más hermosa.
Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto
de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón
de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así
hasta desaparecer completamente.
Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor es una vergüenza.
Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido
pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil.
El joyero decía:
"Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse
de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré."
Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero
no es amor.