lunes, 2 de noviembre de 2009

SU EXCELENCIA

Por una serie de malas interpretaciones y coincidencias
Mulá Nasrudín se encontró un día en la sala de
audiencia del Emperador de Persia.
El Shahinshah estaba rodeado de nobles egoístas, gobernadores
de provincia, cortesanos y aduladores de
todo tipo. Cada uno hacía lo posible para obtener el
nombramiento de embajador en la comitiva que pronto
partiría hacia la India.
La paciencia del emperador estaba por acabarse y
alzó su rostro por encima de la insistente audiencia,
invocando mentalmente la ayuda del Cielo para resolver
su problema respecto de quién escoger. Entonce»
sus ojos tropezaron con el Mulá Nasrudín.
Y anunció: "Este hombre será mi embajador, de manera
que dejadme en paz".
Vistieron a Nasrudín con ricos atuendos y se le
encomendó un enorme baúl con rubíes, diamantes, esmeraldas
y preciosas obras de arte: el regalo del Shahinsah
para el Gran Mogol.
Sin embargo, los cortesanos no estaban conformes.
Unidos por primera vez, ya que sus pretensiones habían
sido afrentadas, decidieron planear la caída del Mulá.
Se introdujeron en su cuarto y robaron las joyas que
se repartieron entre ellos, reemplazándolas con tierra
para que el baúl tuviera el mismo peso. Después fueron
a ver a Nasrudín, determinados a arruinar su embajada,
a crearle dificultades y de paso desacreditar también
a su amo.
"Felicitaciones, gran Nasrudín", le dijeron, "lo que
la Fuente de Sabiduría, Pavo Real del Mundo, ha ordenado
debe ser la esencia de toda la sabiduría. Por lo
tanto te saludamos. Sin embargo, hay un par de puntos
sobre los cuales te podríamos aconsejar, ya que estamos
acostumbrados a desempeñarnos en las embajadas
diplomáticas".
"Os estaría muy agradecido", dijo Nasrudín.
"Muy bien", dijo el jefe de los intrigantes. "Primero,
has de ser humilde. Por eso, para evidenciar cuan
modesto eres, no debes mostrar ninguna señal de auto-
249
importancia. Cuando llegues a la India debes entrar
en todas las mezquitas que veas, y hacer colectas para
ti mismo. Segundo, debes observar las reglas de etiqueta
de la corte del país en el que has sido acreditado.
Esto quiere decir que te referirás al Gran Mogol como
'la Luna Llena'".
"¿Pero no es ése uno de los títulos del emperador
de Persia?"
''Ño en la India".
Nasrudín partió. El emperador persa le dijo antes
de salir: "Ten cuidado, Nasrudín. Observa estrictamente
las costumbres, pues el Mogol es un emperador
muy poderoso y debemos impresionarlo sin ofenderlo
en ninguna forma".
"Estoy bien preparado, Majestad", dijo Nasrudín.
Tan pronto estuvo en el territorio de la India, Nasrudín
entró en una mezquita y subió al pulpito: "¡Oh
gente!", gritó, "¡ved en mí al representante de la Sombra
de Alá sobre la Tierra! El Eje del Globo, jSacad
vuestro dinero, pues estoy haciendo una colecta!"
Esto lo repitió en todas las mezquitas que encontró
a lo largo de todo el camino desde Baluchistán hasta
la ciudad imperial de Delhi.
Reunió una gran cantidad de dinero. "Haz lo que
quieras con él", le habían dicho los consejeros, "pues
es el producto del crecimiento intuitivo y de las dádivas
y, como tal, creará su propia demanda". Querían
que el Mulá se expusiera al ridículo por recolectar dinero
en forma tan "vergonzosa". "Los santos deben vivir
de su santidad", exclamaba Nasrudín en una mezquita
tras otra. "No rindo cuentas ni espero que se me rindan.
Para vosotros el dinero es algo que acumuláis
después de haberlo conseguido. Lo podéis cambiar por
cosas materiales. Para mí, es parte de un mecanismo.
Soy el representante de una fuerza natural de crecimiento
intuitivo, dádiva y desembolso".
Ahora, como todos sabemos, el bien a menudo resulta
del mal aparente, y viceversa. Aquellos que creían
que Nasrudín estaba llenando sus propios bolsillos, no
contribuían. Por alguna razón, sus asuntos no prosperaban.
Aquellos que se consideraban creyentes y dieron
su dinero, se hicieron ricos de manera misteriosa. Pero
regresemos a nuestra historia.
Sentado en el Trono del Pavo Real, en Delhi, el
emperador estudiaba los informes que le llevaban los
cortesanos diariamente, describiendo la marcha del
embajador persa. Al principio no comprendía nada.
Luego convocó a su consejo.
"Caballeros", dijo, "este Nasrudín debe ser un santo
o alguien guiado por la divinidad. ¿ Quién ha oído jamás
de alguien que viole el principio de no pedir dinero
sin una buena razón, por temor a que sus motivos se
interpreten incorrectamente?"
"Que tu sombra nunca disminuya", contestaron todos,
"oh, infinita extensión de toda la Sabiduría; estamos
de acuerdo. Si hay hombres así en Persia, debemos
cuidarnos, pues es evidente su superioridad moral
sobre nuestra perspectiva materialista".
Entonces llegó de Persia un mensajero, con una carta
secreta en la cual los espías que el Mogol tenía en la
corte imperial le informaban: "Mulá Nasrudín es un
hombre sin importancia en Persia. Fue escogido como
embajador absolutamente al azar. No podemos entender
por qué razón el Shahinshah no fue más exigente".
El Mogol reunió a su consejo. "¡Incomparables Pájaros
del Paraíso", les dijo, "un pensamiento se ha
manifestado en mí. El emperador de Persia ha escogido
a un hombre al azar para representar a su nación
entera. Esto puede significar que está tan confiado
en la sólida calidad de su pueblo que, para él, cualquiera
eptá calificado para asumir la delicada tarea de s«r
embajador en ¡a sublime corte de Delhi. Esto indica
el grado de perfección que han alcanzado y los sorprendentes
e infalibles poderes de intuición que cultivan.
Debemos reconsiderar nuestro deseo de invadir
Persia, pues gente de esta naturaleza podría fácilmente
aniquilar nuestros ejércitos. Su sociedad está organizada
sobre bases diferentes de la nuestra".
"¡Tienes razón, Supremo Guerrero de las Fronteras!",
dijeron los nobles hindúes.
Pasado un tiempo, Nasrudín llegó a Delhi. Iba montado
sobre su viejo burro, seguido por su escolta, que
iba muy cargada con los sacos de dinero que había
recolectado en las mezquitas. El baúl del tesoro iba
sobre un elefante, ya que su tamaño y peso eran enormes.
Nasrudín fue recibido en la puerta de Delhi por
el maestro de ceremonias. El emperador estaba sentado
con sus nobles en un inmenso patio, que era la
Sala de Recepción de los Embajadores. Todo se había
dispuesto para que la entrada fuera muy baja. Como
consecuencia, los embajadores se veían obligados a
desmontar y a entrar a pie hasta donde se encontraba
la Presencia Suprema, dando así la impresión de que
venían a suplicar. Sólo un hombre de igual importancia
podía entrar a caballo hasta llegar al Emperador.
Sin embargo, jamás ningún embajador había llegado
montado sobre un burro, y por tanto no había nada que
detuviera a Nasrudín para que pasara por la puerta
y llegara hasta el trono imperial.
El rey hindú y sus cortesanos intercambiaron miradas
significativas al presenciar este hecho.
Nasrudín desmontó ágilmente, se dirigió al rey como
"la Luna Llena" y pidió que se acercara el cofre del
tesoro.
Cuando lo abrió y se vio la tierra, hubo un momento
de consternación.
"Mejor no digo nada", pensó Nasrudín, "pues no
hay nada que pueda mitigar esto", de manera que se
quedó callado.
El Mogol le susurró a su visir: "¿Qué significa esto?
¿Es un insulto a la Eminencia Suprema?"
Incapaz de creerlo, el visir pensó profundamente.
Después dio esta interpretación:
"Oh, Presencia, es un acto simólico", murmuró. "El
Embajador quiere deciros que os reconoce como el
Amo de la Tierra. ¿Acaso no os llamó Luna Llena?"
El Mogol se tranquilizó. "Estamos contentos con el
regalo del Shahinshah persa, pues no tenemos necesidad
de riquezas, y agradecemos la sutileza metafísica
del mensaje".
"Se me ha encomendado decir", dijo Nasrudín, recordando
la "frase esencial para la entrega de los regalos"
que le habían dado los intrigantes en Persia, "que
esto es todo lo que tenemos para ti, Majestad".
"Eso quiere decir que Persia no nos dará un gramo
más de su suelo", le susurró al rey el arúspice.
"Dile a tu amo que entendemos", sonrió el Mogol.
"Pero hay un punto más: si yo soy la Luna Llena, ¿que
es el emperador de Persia?"
"La Luna Nueva", dijo Nasrudín, automáticamente.
"La Luna Llena es más madura y da más luz que
la Luna Nueva, la cual es más joven", le susurró el
astrólogo de la corte al Mogol.
"Estamos contentos", dijo el indio, deleitado. "Puedes
regresar a Persia y decirle a la Luna Nueva que
la Luna Llena lo saluda".
Los espías persas en la corte de Delhi inmediatamente
mandaron un informe completo de este diálogo
al Shahinshah. Agregaron que era de todos conocido
que el emperador Mogol había quedado impresionado,
y temía planear la guerra contra los persas, como resultado
de las actividades de Nasrudín.
Cuando regresó, el Shahinshah recibió al Mulá con
toda su corte. "Estoy más que contento, amigo Nasrudín",
dijo, "con el resultado de tus métodos no ortodoxos.
Nuestro país está a salvo, y esto quiere decir
que no se hará la investigación acerca de las joyas o
las colectas en las mezquitas. De ahora en adelante
se te concederá el título especial de Safir (Emisario)".
"Pero, Majestad", le susurró el visir, "este hombre
es culpable de alta traición, si no más. Tenemos
evidencia perfecta de que aplicó uno de tus títulos al
emperador de Ja India, con lo cual cambió su lealtad
y le dio mala reputación a uno de tus magníficos
atributos".
"Sí", vociferó el Shahinshah, "los sabios han dicho
sabiamente que para cada perfección hay una imperfección.
¡Nasrudín.', ¿por qué me llamaste la Luna
Nueva?"
"Yo no sé de protocolo", dijo Nasrudin, "pero sí
sé que la Luna Llena está a punto de desaparecer y
la Luna Nueva está creciendo, con sus mayores glorias
todavía por delante".
El ánimo del emperador cambió. "Apresad a Anwar,
el Gran Visir", gritó. "¡Mulá, te ofrezco el puesto de
Gran Visir!"
"¿Cómo podría aceptarlo", dijo Nasrudín, "después
de ver con mis propios ojos lo que le sucedió a mi
predecesor?"
¿Y qué pasó con las joyas y tesoros que los malos
cortesanos habían usurpado del cofre del tesoro? Esa
es otra historia. Como dijo el incomparable Nasrudín:
"Sólo los niños y los tontos buscan causa y efecto
en la misma historia"

No hay comentarios:

Publicar un comentario