jueves, 5 de noviembre de 2009

ACTO FALLIDO

Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como
las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca
solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca
encontraban un instante propicio para su unión.
Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban
bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón!
¡Incluso la luna desaparece!
Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se
acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:
"¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"
La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:
"El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."
Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos.
Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con
la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien
voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan
intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la
embriaguez y mezclaron sus dos almas.
La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente
de la situación.
"¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la
estopa? ¿O el carnero a la oveja?"
Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el
imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el
sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de
un día.
La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término
a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el
hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido
en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó
que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza
con las manos.
"¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación
esta suciedad sobre tu cuerpo!"
Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios! El es quien lo
ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son
blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede
con el hombre de nuestra historia.

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