jueves, 5 de noviembre de 2009

LAS BABUCHAS PRECIOSAS

Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en
una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo
su haber, se decía:
"¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!"
Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:
"Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada
y nadie entra en ella más que él!
-Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos
de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada."
Llamó a uno de sus emires y le dijo:
"A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo
que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular
tesoros cuando yo soy tan generoso?"
A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto
de linternas y se frotaban las manos diciendo:
"La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo
que encontremos."
De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a
los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:
"Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda
lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo
de calumnias!"
El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon
al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos
sobre Eyaz.
El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo
en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:
"Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para
desviar la atención."
Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos
los agujeros que excavaban les decían:
"Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?"
Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no
había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos
de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Este, fingiendo ignorar su
decepción, les dijo:
"¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde
está entonces la alegría de vuestros rostros?"
Ellos le respondieron:
"¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos
entregamos a tu piedad y a tu perdón.
-No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis
atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más
que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete
un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!"
El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:
"Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de tráición.
¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!
-Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este
manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: "¡El que se conoce,
también conoce a su Dios!" A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las
estrellas. i Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias
no se habrían producido!"

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