jueves, 29 de octubre de 2009

EL SEDIENTO Y EL AGUA

Un hombre sediento llegó junto a un arroyo.
No alcanzaba el agua, pues había un muro que él no podía salvar.
Tomó un ladrillo del muro y lo arrojó al agua, produciendo un ruido delicioso para sus oídos.
Siguió haciendo lo mismo, ladrillo tras ladrillo, hasta que la gente le preguntó por qué hacía aquello.
-Tengo dos motivos –dijo-. El primero es que me gusta el sonido del chapoteo del agua, que es música para los oídos del sediento. El segundo es que con cada ladrillo que arranco del muro me acerco más al nivel del agua.
Cuanta más sed tiene el hombre, más anhela el sonido mismo del agua, y con más prisa arranca los ladrillos del muro.

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